Cuanto dolor en esta vida. Cuanto dolor en los corazones
de tantas esposas, (y esposos, también). Esposas sumergidas en el dolor, la angustia,
la confusión y la desilusión. De la noche a la mañana descubren que hay otra,
hay otro… cuanto dolor… cuanta humillación… cuanta incertidumbre… solas… con el
peso de esa cruz que de momento les aplasta…
El cáncer de la infidelidad en el matrimonio, es una
enfermedad que destruye, aniquila con el azote de la traición. Es una
enfermedad que atrae a todos los que se niegan a vivir una fe esplendorosa. Una
fe viva, una fe contagiante, una fe que florece en el amor a Dios y a su
familia.
Cuantas lágrimas derramadas en la soledad del aposento.
Cuantas preguntas sin contestar. Cuantas heridas recibidas, desprecios, rechazos,
gritos, o simplemente indiferencia y
silencio.¿Por qué? Es la pregunta que se escucha. ¿Por qué? Es el
grito que sale del corazón herido, sin recibir respuesta.
Cuando le damos la espalda a Dios, todo puede pasar. Cuando
se tiene a Dios en el alma, todo es distinto. Cuando estamos consiente, que Dios lo es todo,
que la familia es un regalo de Dios que hay que proteger y salvar, nada ni
nadie puede lograr que se caiga en la infidelidad. La razón es el amor que consume las entrañas.
Quien ama de verdad necesita por obligación ser fiel, agradar al amado y buscar
el bien común de la familia. Y quien ama a Dios, ama profundamente a su familia
y es fiel a Dios y a los suyos. He ahí el secreto de la fidelidad.
Quien no conoce de Dios. Quien no le importa nada de Dios
por no tener temor de Dios, se expone al peligro o busca el peligro. Se abre la
puerta de la infidelidad con tanta premura y sin vergüenza alguna, cayendo en
los brazos hediondos del pecado mortal. Precipitándose a tener amistad con
aquel que solo desea su perdición en esta vida y en la otra. El pecado le
regala el endurecimiento de corazón, la ceguera espiritual, la oscuridad de la razón y una voluntad debilucha y
enfermiza. Además de un comportamiento indigno para su edad.
He visto llorar amargamente a tantas mujeres y hombres, la
traición de aquellos que caminando al
altar prometieron la felicidad de vivir
el amor y la fidelidad hasta las últimas consecuencias. Esa felicidad que
consiste en estar al lado en las buenas
y en las malas, o sea siempre…siempre… Ser ese apoyo, esa ayuda, esa motivación,
ese “estar” y poder juntos caminar por los caminos cotidianos del día a día con
sus sinsabores, alegrías y sorpresas hasta la ancianidad… una vida juntos.
¿Qué hacer? Yo les aconsejo volverse a Dios… volver la
mirada, el corazón y la vida hacia Dios… caminar con Dios… estarse con Dios…
porque solo Dios puede consolar ese corazón tan gravemente herido. Solo Dios
puede llenar ese corazón vacío, esa
necesidad de afecto, de presencia, de amor. Solo Dios puede levantar y
renovar ese ánimo, devolviéndole las ganas de vivir y pelear con las armas
divinas…
¿Y los infieles? Es curioso, ellos terminan cambiando ricos
tesoros por bagatelas del mundo. Casi siempre caen en manos de quienes por interés
y egoísmo les van llevando por el camino del error y del fracaso. Cuantos no regresan enfermos, o sin dinero,
sin trabajo, al hogar que un día despreciaron. Al regresar, cuantos no reciben
el afecto, el amor, la delicadeza y el interés de quienes les esperaban en el
silencio y en la soledad, de quienes siempre les han amado para vergüenza y alegría
de ellos. Y todo, porque Dios, que es puro amor, el Amor mismo, está dispuesto a perdonar siempre… por eso
estas esposas dan ese paso de compasión y de amor como Dios nos enseña. Quienes
las critican no han conocido verdaderamente a Dios.
Pero lo más hermoso es que estos infieles terminan
reconciliados con Dios y alcanzando la verdadera felicidad, paz, para sus
vidas.
Desde la Soledad del Sagrario