Ha nacido el Niño Dios,
y entre pañales y pajas, duerme mi Niño adorado. Ha nacido el Niño Jesús. Niño mio, de mis deseos, de mis anhelos, de mi salvación... Niño Adorado a tu lado quiero estar, a tu lado quiero vivir... para perderme en la eternidad...
Madre de mi alma, que
llenas de besos y mimos a tan hermoso Niño, déjame sostenerlo en mis brazos.
Oh, sí, Madre mía, tienes razón, son brazos debiluchos, los que quieren abrazar
y sostener a tan divino Niño, más no temas, Madre mía, que tu Niño adorado, sabrá
como adherirse a ellos, sosteniéndose para no dejarse caer, pues el amor le
consume las entrañas y desea ser abrazado y mimado por tan debiluchos brazos…
Sabes, Madre, y bien
conoces estos deseos intensos y vivos de abrazar a tu Niño, mi Niño Dios, a mi
Jesusito amado, con toda el alma. Mira que me muero de celos al ver a San
Francisco u San Antonio, abrazándolo y besándolo. Al contemplar a Santa Rosa
acurrucando al Niño adorado. Y qué me dices, Madre mía, de la venerable Margarita del Santísimo Sacramento, a quien el Niño le hablaba. A ella le llega a decir: “Todo lo que quieras
pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y tu oración será escuchada.”
Cierto es que nada nos será negado si lo que pedimos, no conviene conseguirlo. Por eso, Madre buena, yo te pido me dejes abrazarlo, acurrucarlo, llenarlo de besos y mimos simplemente siendo una alma santa… muy santa… tan santa como Dios quiere que sea… pero que nunca me llegue a enterar… así, abrazarlo con una vida de santidad… ¡que contento se pondrá!... ¡qué feliz mi alma será!!
Santa Rosa de Lima
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Desde la Soledad del Sagrario
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