A veces necesitamos
dejar el corazón desahogarse en un grito hacia el cielo… “Dios mío, ayúdame”…
es un grito, natural, que sale con todo el ardor y el fuego del corazón…
Corazón que necesita hacer un alto, mirar al cielo y buscar esa mirada tierna
del Dios que tanto nos ama y tiene el poder de ayudarnos; mejor aún, quiere
ayudarnos. Y con esa convicción de sabernos amadas y protegidas por el Dios
vivo que habita en el Sagrario, el corazón se vuelve a Dios, en ese momento en
que necesita un rayo de luz, una brisa
de fortaleza, un cobijamiento de consuelo… Y Dios viene a nuestro rescate…
Animo… el Cielo se vuelve entusiasmado en ayudarnos… el oxígeno divino llega
inmediatamente. La ambulancia divina sale en emergencia a fortalecer nuestra
alma que de momento desfallece momentáneamente… Pronto llega la recuperación…
para seguir con entusiasmo cargando nuestra amada cruz… esa que nos lleva
derecho al cielo… esa que ilumina a los
nuestros, entusiasmándolos a seguirnos con sus pequeñas cruces, siguiendo
a Cristo para llegar a la cima del Amor consumido en una donación plena y
total… Dios con nosotros… quien contra nosotros…
Desde la Soledad del Sagrario
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