Hemos nacido para amar
y ser amados. Hemos nacido para vivir el amor a grado heroico. Hemos nacido
para dar amor a manos llenas. Pero ese amor, no es el amor que presenta el
mundo, un amor desenfrenado de pasiones desordenadas, egoísta y carente de la más
exquisita caridad. No, ese amor, lleva a las almas por el camino de la
amargura, de la desilusión y de la infelicidad.
El amor, al que estamos
llamados vivir, y por el cual hemos sido creados, es el amor sublime a Dios.
Dios, que es el amor mismo, nos regala la capacidad de amarle intensamente y de
mostrar ese amor a los hermanos… amándolos con el mismo apasionamiento del Corazón Trinitario que es puro fuego divino
que estalla en llamas de amor. Ah, cuanta intensidad de amor en ese sagrado corazón
trinitario. Llamas divinas que saltan para consumir en puro amor los corazones
que se dejan amar, se dejan hacer en manos divinas.
Esa
pureza de amor nos lleva a amar a todos, sin distinción, aun a nuestros propios
enemigos, simplemente porque Dios les ama con locura. ¿Cómo no amarlos?, si
Dios ha dado su vida por ellos también… ¿Cómo no amarlos?, si Dios los ha
creado con tanta ilusión… ¿Cómo no amarlos?, si los brazos divinos están abiertos
para ellos…
El amor de Dios nos
invade, nos seduce, nos posesiona con esa fuerza de amor que es preferible
morir antes de dejar de amarle…antes de perderle… porque perderle es perdernos
de vivirle en esa dimensión divina que es el Cielo… porque el Cielo, es Dios
mismo dándose al alma plenamente. Cuantas delicias consumen al alma que se deja
poseer por Dios, aun en esta vida se puede vivir el Cielo… porque el Cielo es
Dios mismo…
Vivirle es poseerle…
poseerle es amarle… amarle es servirle incondicionalmente… Sí, hemos nacido
para amar como Dios nos ama… dándonos como Dios se ha dado… viviendo como Dios
nos ha enseñado a vivir… muriendo como Dios nos pide, en la cruz que vamos
cargando día a día, por puro amor a Dios. Bendita cruz que nos regaló tesoro de
incalculable valor…
Padre, que las almas te
amen con locura, dejándose amar a tu gusto, a tu forma, a tu estilo… Madrecita,
enséñame a amar a Dios como tú le amas…
Desde la Soledad del
Sagrario
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