Dios nos llama a hablar con Él. A
tener un instante de intimidad con el Dios vivo que habita en el interior del
alma… La pregunta que nos hacemos es ¿sabemos orar?, ¿queremos orar?; ¿queremos
tener tiempo para charlar con Dios? ¿Tenemos necesidad de hablar con Dios? Es tan sencillo hablar… ¿Por qué no hacerlo
con Dios?? ¿Qué nos lo impide? ¿Acaso nosotros mismos? ¿Acaso la falta de fe? ¿De
confianza? ¿De esperanza? Seamos sinceros, busquemos las verdaderas razones
para no tener una amigable y sabrosa conversación con Dios.
El poder de la oración es de
incalculable valor. Orar es hablar con Dios. Orar es buscar a Dios como amigo.
Orar es llenar de consuelo el corazón no solo el nuestro, sino el de Dios. Orar
es descubrir un manjar delicioso, sumamente delicioso, de fragante aroma, de
delicado y delicioso sabor. Orar es mirarnos en los ojos de Dios. Orar es
llenar nuestro vacío interior de la presencia de Dios. Orar es llenar el cántaro
de nuestra vida de esperanza, de gozo, de entusiasmo, de vida… vida divina…vida
que transmite el caudal de riquezas espirituales, esas que van adornando
nuestro caminar con el sello de Dios.
Sin embargo que lejos estamos de
una íntima, viva amistad con el Dios por quien se vive. ¿Quién tiene la
delicadeza de contar con su amistad? ¿Quién tiene el deseo de buscar su
consejo? ¿Quién tiene el entusiasmo de madrugar, para encontrarse con el
Dios amoroso en la intimidad del aposento, para charlar amistosamente sin prisa?
¿Quién desea entretenerse con el Dios vivo que habita en el interior del alma? ¿Quién
corre a buscarlo en el momento del dolor, de la tragedia, de la soledad
inesperada, de ese momento confusión…?
Si, orar es el tesoro más
inapreciable en estos tiempos… Orar es hablar amistosamente con Dios… seamos
delicados a tanto amor de nuestro Creador, de nuestro Redentor, de nuestro
Abogado eterno… seamos de Dios…
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