Te amo, madre mía, te amo… ¿Cómo no amarte, madre
mía? ¿Cómo no acercarme a ti, como hija,
mirándote como mi más amada y atesorada madre? ¿Cómo dejar de buscarte? ¿Dejar
de escuchar tus consejos?
Eres mi madre, mí amada madre. La que día y
noche estas a mi lado. La que nunca me deja sola. La que ruega día y noche a su
Hijo, amantísimo, Jesús por esta pequeña y traviesa hija tuya. Si, traviesa y pequeña,
porque en cuantos problemas se mete, y tu Madre mía, vienes a mi socorro. Nunca
has dejado de sacarme de tantos problemas, de tantas situaciones, de tantos extravíos…
eres mi madre… eternamente agradecida… eternamente amada, porque tú eres mi
madre…
Aquel día, cuando tu Hijo amado, Jesús, le dijo a
su discípulo Juan: “ahí está tu madre”… yo, madre mía, estaba ahí, al lado de
Juan, y en ese momento, yo también te recibí en mi casa, en mi corazón. Eres mi
hermosa y bella madre.
Te amo, Madre mía, te amo, y deseo ardientemente
amarte por los que no te aman. Obedecerte, porque obedeciéndote, obedezco a tu
amado Hijo, Jesús. Aprender de ti como amarle y como vivir solo para El… tu madre
mía eres mi maestra, contigo aprendo a conocer, a vivir y a recibir a tu amantísimo
Hijo, Jesús.
Madre mía, quiero la vida solo para amaros con
todo mi corazón. Para decirle al mundo que existe una madre celestial y un Dios
vivo que habita en el Sagrario. Madre mía, soy yo, tu pequeña hija, esa que te
busca tanto y te sigue a todas partes, porque soy pequeña muy pequeña y los pequeños
siempre están a los pies de sus padres…
Gracias, madre mía, por tanto amor, por tus
desvelos, por tu oración, por toda tu ayuda. Gracias, madre mía, gracias. Te
amo, mamá.
Desde la Soledad del Sagrario
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