jueves, 3 de marzo de 2016

Llamando a Jesús, Emergencia, Jesús



Urgente, Jesús mío, hay una emergencia. Necesitamos de
Tu ayuda.

¿Dónde? 

En los hogares. En las  Iglesias Domesticas.

Jesús, les falta oxígeno para seguir en pie.  Necesitan sangre nueva, están agonizando, Jesús.


 Ahí, voy, hija, voy con los primeros auxilios. Veras como los revivo, los animo, y les devuelvo al primer Amor. Todo está en que me dejen ayudarles.
  
Ayyy,  mi Jesusito del alma, ahí está el problema. Agonizan y no quieren ayuda. Mi Señor, están ciegos no se dan cuenta. El corazón se les a endurecido. No quieren ayuda.  ¿Qué podemos hacer, mi Señor? ¿Cómo les podemos ayudar?

  Ve pronto, llama a mi Madre. Ella nos va ayudar. Mientras yo les hablo, Ella orara pidiendo misericordia para ellos. Aquí se necesita oración para ablandar esos corazones devolviéndoles la voluntad de desear mi ayuda. Sabes que Yo, Dios poderoso, no puedo quebrantar la voluntad enfermiza que se niega a recibirme, a recibir mi ayuda. Sería ir en contra de la libertad que les he regalado. Libertad que regale para que libremente me amaran y me aceptaran como su Dios.

 Señor, voy prontamente a buscar a María Santísima, vuestra madre.
  
Muy bien, yo estaré aquí hablándoles, mostrándole mi Amor y Bondad infinita.

Madre, madre, vengo a buscarla. Jesús quiere que vaya a ayudarle. A prisa, Madre, que hay emergencia. Familias agonizando, están a punto de perecer las Iglesias Domesticas.
  
Sí, estoy lista, vámonos.

 Jesús, Hijo, estoy aquí. Me mantendré un poco distante, en profunda oración, como me pides.
  
Sí, sí, yo también, Señor, estaré con ella en oración.  Mirad, Jesús, vienen más almas de oración a unirse con la Madre Celestial.

 Sí, alma amada, las he llamado para que participaran en esta gran obra de misericordia divina.  Ellas se unirán en un solo corazón a mi Madre, desde la oración. Oración agradable a mi Corazón divino. 

Madre, mirad que son familias que se  han debilitado en la fe, llenándose de tinieblas de confusión.  Han caído en doctrinas atrayentes, en amistades peligrosas, en diversiones frívolas que han ido congelando Mi luz divina en estas Iglesias Domesticas.  Su corazón se ha endurecido, han perdido el gusto por Mí. Pero mi victoria será portentosa.

Lo sé, hijo mío, y aquí estoy para ayudarles con mi suplica. Anda, Hijo mío, haz tu obra una vez más, salvando a los caídos, liberado a los ciegos, devolviendo a los muertos a la vida de la gracia.

La Madre Celestial se acercó a las almas orantes y juntas comenzaron a orar por estas familias que yacen en agonía, estas Iglesias Domesticas que se han puesto en peligro. Mientras Jesús les va llamando por sus nombres, su voz es como una caricia. Los mira con suma ternura, con verdadero calor divino. Los pequeños se sienten acogidos por Jesús, su dulce voz les provocan a correr a los brazos de Jesús. Los padres se miran entre sí, son familias fuertes que le han dado la espalda a Dios, y ahora ven a sus pequeños amando a Jesús, abrazados a Jesús, riendo y gustando de Jesús. Los padres están perplejos. Ven los rostros de sus pequeños encendidos en una luz hermosa. Ven a Jesús acariciándoles, hablándoles y riendo con ellos. Es una ambiente tan lleno de felicidad.

De momento, los jóvenes de estas familias se ven atraídos al ver a estos hermanos pequeños tan llenos de amor y de paz. Tan felices con Jesús. Que corren también hacia Jesús. El hielo se ha comenzado a derretir. Los padres no salen de su asombro. Contemplan como sus hijos adolescentes  les cambia el rostro, les cambian la dureza de sus miradas, los gestos y posturas de rebeldía. Están disfrutando a Jesús. Están gozosos. La felicidad se plasma en ellos. Sus rostros, sus miradas reflejan una luz hermosa.

No pueden más. Sienten que han dejado el verdadero amor por bagatelas que no le han dado nada más que dolor, amarguras y desdichas. Las lágrimas comienzan a salir como lluvia sobre sus mejillas. Las esposas dan el primer paso. Corren todas hacia Jesús y se arrodilla a los pies de Jesús para pedirle perdón con derroche de arrepentimiento. Jesús les hablo con mucha ternura, perdonándoles.  Ellas se abrazaron a Jesús agradecidas y con llanto incontrolable, pues sabían que había puesto en peligro sus almas y sus familias, al borde de perder a Dios.

Los esposos no podían entender que estaba pasando pero veían a sus esposas e hijos tan felices gustando de la compañía de Jesús como se gusta de un Amigo entrañable. Se sintieron irresistiblemente atraídos por Jesús. Sin pensarlo más, corrieron hacia Jesús y sus familias. Al llegar se lanzaron a los pies de Jesús, con gemidos y llantos, pidiéndole perdón y ayuda para no volver jamás alejarse de Jesús.  Jesús les abrió los brazos, abrazándoles, llenándoles del Amor que le consumía su divino corazón.

Mi corazón no cabía en mi pecho de la alegría inmensa que me consumía.  Se habían salvado las familias en el último momento, cuando todo se veía la muerte de las Iglesias Domesticas, Dios obraba portentosamente.  La oración suplicante de la Madre y las almas orantes, pidiéndole a Jesús las gracias de liberación y conversión habían dado frutos.  Jesús toco el corazón de estas familias dando el toque necesario para derretir el hielo de la indiferencia, llenando de luz la mente, el corazón y la voluntad de las tinieblas de la confusión y el pecado.

Hay fiesta en el Cielo, y fiesta en las Iglesias Domesticas por regresar al camino de Jesús.  


Desde la Soledad del Sagrario

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