domingo, 28 de febrero de 2016

Padre Santo no dejes de ungirme con la unción de Tu adorado corazón.


Miraba y requeté miraba a las almas en ese ir y venir con tanta prisa. Mi mirada se volvió a mi Jesús. Pensaba en mi interior: Jesús, el alma se llena de gozo al contemplarte. 

El alma necesita urgentemente lanzar un grito, grito de amor, grito de súplica. “Padre Santo, úngeme con el fuego de Tu corazón. Úngeme con esa fuerza de Amor que enciende las llamas de Tu corazón. Úngeme con esa tierna, dulce y poderosa pasión de Amor que consume ese adorable corazón. Úngeme.”

Y en ese úngeme, el alma lo pide para todos, sí, para todos...porque todos necesitamos esa unción divina que enciende, que quema, que consume, que da vida, que convierte y transforma en amor, amor en Dios. 

Un grito que solo Dios puede escuchar. Es un grito consumido por la sed y él hambre de Dios, por la sed de ver a todas las almas viviendo en amor de Dios hasta las últimas consecuencias. Qué hermoso es amar a Dios y darse en amor a los hermanos. 

El alma necesita apremiantemente enamorarse de Dios como Dios vive enamorado de las almas. ¡Viva el Amor de Dios!!! ¡Mi Dulce Huésped del Sagrario!!!


Desde la Soledad del Sagrario



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