¿Te has preguntado
alguna vez si vas por el camino de salvación? Te has detenido a pensar, ¿si te
estas salvando?
Hoy en día cuando
alguien muere, no importa el camino que ha escogido en vida, todos dicen que se
ha salvado. Ya descansa en paz. Ya no sufre más. Ya encontró su lugar, su
felicidad. Ya está en presencia del buen Dios. ¿Sera cierto? Nadie piensa que
existe un infierno. Es más, ni siquiera se piensa que existen demonios.
Vamos a mirar que tal es
nuestro camino. Primeramente, miremos si de veras creemos en un Dios que existe,
que nos creó y que nos redimió, que un día no muy lejano nos encontraremos con
Dios en la eternidad.
Recitamos el Credo y
decimos una por una en lo que creemos. ¿Pero de verdad lo creemos? Acaso, ¿no
lo recitamos sin tener más repercusión en nuestra conciencia y en nuestro
caminar por la vida? No creo, me responderán
muchos. Vamos a mirarnos.
Si creo en la existencia
de Dios, entonces sabemos que perderlo es la tragedia más grande que podemos
vivir. Si esta verdad domina nuestra vida, entonces somos de esos que vigilan
sus pasos para no cometer pecado mortal, ni siquiera el pecado venial. Tenemos
presente siempre, siempre, a Dios en nuestra mente y en nuestro corazón. Sabemos
a fuerza de convicción, que la mirada de Dios esta puesta en mí, las veinte cuatro
horas del día. Tenemos en el alma un deseo ardiente que nos quema, de vivir
agradando a Dios siempre, siempre. Buscamos agradarle. Vivimos para agradarle.
Por lo tanto, cuidamos de recordar y vivir los consejos evangélicos que Jesús
nos ha pedido guardar.
Sí, es una verdad que
quien cree en Dios, aceptándolo de corazón, vive día a día una verdadera conversión
de vida. Por eso, si no existe ese cambio radical en tu vida de morir a todo lo que nos
aleja de Dios, no vamos caminando por camino de salvación.
Si creo en Dios, pero
nos conformamos con la misa dominical, una misa tan vivida distraídamente y
rogando que acabe pronto. O quizás, buscando donde dan la misa más corta para
salir pronto. Una comunión hecha sin preparación previa, a la ligera, como si estuviéramos
comiéndonos un simple pedazo de pan, no
el Cuerpo, Sangre, Divinidad, y Alma de Cristo, nos dice claramente que no creo
en Dios, mucho menos creo que la santa comunión es Dios mismo que se te da
como alimento del alma. No vamos por
camino de salvación.
¿Somos de las personas
que no nos interesamos por conocer, vivir las virtudes más necesarias, para
radicar los defectos dominantes? ¿Nos da lo mismo vivir siguiendo el compás de
la vida pagana y mundana? ¿Nos gozamos solo en divertirnos, llevando una vida social
intensa y extremadamente agitada? Y ¿creemos en Dios? Decimos creer en Dios
pero no es cierto. Ni siquiera tenemos temor de Dios. No pensamos en la eternidad.
No nos preocupamos para nada ganarnos el
Cielo. La muerte no está en nuestro horizonte de interés. ¿Para qué pensar en
eso?
Pero, ¿ganarse el Cielo?
Si el Cielo hay que sudar,
trabajando con entusiasmo, perseverancia e
intensidad, todo por ganarlo. Si no estamos en este plan vamos por camino
equivocado. Lo peor que nos puede pasar es la ceguera espiritual, creernos ya
con los pies en el Cielo, cuando verdaderamente estamos atrapados en una vida
disipada y alejada de Dios. Seamos conscientes del peligro en que nos
encontramos. No sabemos si Dios nos concederá tiempo para arrepentirnos momentos
antes de morir. O si por el contrario, tendremos una muerte sorpresiva, sin tiempo para nada. Seamos astutos y dóciles a la voluntad divina…
hagamos lo que tenemos que hacer para ganarnos el cielo, para caminar con paso
firme por el camino de la salvación. Aún nos queda tiempo por ganar.
Mater enséñanos a vivir
intensamente la conversión, día a día, con entusiasmo, con conciencia.
Desde la Soledad del
Sagrario
No hay comentarios:
Publicar un comentario