domingo, 21 de febrero de 2016

La comunicación es sagrada, es en beneficio de todos




Cuando nos abrimos a la comunicación todo fluye majestuosamente. Cuando nos cerramos a la comunicación, por mal entendidos; por sensibilidades a flor de piel; por tener una imaginación herida y pensar que  nos están hiriendo o quizás faltando el respeto sin ningún motivo. Entonces nos cerramos a toda comunicación. No queremos escuchar. No se quiere enfrentar la situación y buscar la verdad del asunto con caridad y como adultos cristianos. Preferimos quedarnos en el estado de victimación. ¿Puede suceder? Si, puede suceder. Aún más, si nos vamos a desahogar con quien menos debemos, nos llenaran la mente de argumentos que solo sirven para sembrar cizaña y alejarnos de la persona lo más rápido posible.

¿Y Dios? ¿Por dónde anda? En momentos como este, la mayoría no pensamos en Dios, ni en sus consejos evangélicos. Penosamente es una realidad. La vida, los acontecimientos del diario vivir, la experiencias en el trato de unos con otros, deben de estar saturados por el amor de Dios y por el amor al prójimo.  Es una realidad que no podemos evadir. Dios nos llama a vivir la caridad en todo su esplendor. Dios nos llama a buscar al hermano que tiene alguna molestia por causa nuestra, hablar y pedir perdón si es necesario. Pero esto no es conveniente cuando nos cerramos en nosotros mismos y heridos en nuestro amor propio nos negamos a comunicarnos exponiendo nuestro parecer y buscando la verdad de los acontecimientos. Es mucho más fácil alimentar la molestia que enfrentar la situación y con sincero corazón y caridad exquisita exponer la molestia. Lo primero alimenta nuestro “YO” herido. Lo segundo alimenta nuestra alma con las virtudes necesarias para salir airosos de la situación, al gusto divino.
 
Nuestro caminar es camino de santidad. Dios nos pide actos heroicos a cada paso que damos. Heroicos en el amor, en la humildad, en la fe, en la esperanza y en la compasión. Somos llamados a amar como Dios nos ama. Y el amor siempre está dispuesto a escuchar, a hablar, a buscar la verdad y a perdonar si hay que perdonar. En todo esto lo que más importa es dar la medida que Dios nos pide. No podemos ser como niños alejándonos del problema, o de la situación.  Hay que enfrentarlo con la altura del amor. Las guerras se forman por no pensar ¿qué me pide Dios en esta situación?  ¿Qué espera Dios que sea mi respuesta? ¿Cómo quiere Dios que me comporte ante esta situación? Siempre Dios en medio de todo lo que nos pasa. Esto nos hace salir victorioso en la virtud que necesitamos cultivar en esos momentos. 

Nada más hermoso que la comunicación. Es cuando la hija le dice a los padres, la razón por la cual se siente molesta. Y se abre a escuchar con atención, no para defenderse, sino para aprender, las razones por las cuales los padres hablaron, o actuaron como lo hicieron. He aquí una verdadera comunicación. Si la hija se encierra y no quiere hablar, ni oír, y menos mirar a los padres, la guerra se ha levantado en su corazón.

Es cuando el matrimonio se sienta a tomarse una taza de café y hablar. Es cuando uno de ellos con verdadera sinceridad le expone el malestar que siente por una situación en particular. Es cuando está dispuesto a escuchar y encontrar la verdad. Es cuando Dios entra en acción. Se está actuando heroicamente desde el amor y la compasión. Se está actuando como cristianos conscientes de los consejos evangélicos, de que Dios está esperando una respuesta a la altura de un verdadero creyente, donde la fe lo empapa todo porque sabe que debe actuar agradando a Dios siempre, siempre, siempre.

No es lo que yo creo haber escuchado. No es pensar que pronuncio esas palabras porque su verdadera intención era herirme. No… no somos Dios… no conocemos el corazón de los demás. Y si es una persona que amamos, como el esposo o la esposa, los hijos, los padres, o simplemente el jefe, o compañeros de trabajo, o hermanos en la Iglesia, hay que pensar que podemos habernos equivocado al juzgar severamente, sin haber intentado una sincera y caritativa comunicación.

Vuelvo a insistir que si queremos alcanzar el puerto de la eternidad, sin hacer escala, necesitamos tener presente siempre que Dios nos pide actuar como Cristo… hay que buscar en todo momento la verdad de los acontecimientos, y perdonar si tenemos que perdonar. 

Que nuestro corazón sea plenamente humilde y puro. Cristo perdono a sus verdugos en su dolorosa pasión, quien soy yo para no perdonar, y perdonar no importa lo que sea. Mi mirada siempre debe estar puesta en el Calvario para entender que debemos vivir a la altura de Cristo… perdonando de corazón, y perdonar es olvidar como Dios olvida nuestros pecados en cada confesión sincera y contrita.  

La vida es corta muy corta para perderla en menudencias, porque todo repercute en menudencias al lado del tesoro que significa la eternidad.

Mater ayúdanos a dar la medida del amor, que Dios nos pide. Enséñanos a ser como tú, perdonando de corazón y olvidando de corazón.

Desde la Soledad del Sagrario



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