martes, 15 de septiembre de 2015

“Haz el bien y no mires a quien”


El alma que desea ardientemente vivir para Dios, vivir en Dios, obedeciendo sus consejos y mandatos evangélicos, vive el entusiasmo diario de servir a los demás con esmero, delicadeza y prontitud.

Al levantarse, tiene ya en su mente, que ha de procurar el bien en todo momento. Su corazón desborda entusiasmo por cumplir con su ideal: “Ser todo para todos”, así, sabe que será todo para Dios. Y este ideal esta sazonado con: “el derroche de amor derramado a borbotones”. Entusiasmo y alegría adornan con verdadero brillo a estas almas, quienes gozan haciendo el bien a diestra y siniestra, a tiempo y destiempo. Desde que se levantan hasta que llega el momento de entrar a la cama para el descanso tan necesario.

Tienen la mirada fija en los detalles, esos detalles que le hacen descubrir la necesidad de los demás. Así pueden hacer el bien continuamente.

Van por la calle y ven una pobre anciana cargada de paquetes, inmediatamente le ayudan. Pero no se limitan a ayudarla con los paquetes, sino, también a hablarle y hacerle el corto tiempo de ayuda, en un momento agradable que recordara en sus momentos de dolor.

Pero no solo es ayudar a los que no se conoce, aun mas responsabilidad se tiene con los de “casa”, con la familia inmediata o extendida. ¿Qué tal ese familiar anciano, solitario, que vive tan solo de recuerdos, abandonado de todos? He ahí mucho en que ayudar, mucho en que enriquecer esa alma de alegría, de consuelo; haciéndola reír con ocurrencias sanas que le devuelven el amor a la vida, porque hay alguien que se ha recordado de que aun está vivo en esta tierra. Ayudándolo en esas necesidades básicas que seguramente necesita a gritos ayuda.

Si hacen una visita a un enfermo, les llevan frutas. ¿Vive solo? ¿Está hospitalizado? Si vive solo, se adelantan a los obstáculos que pueda tener con las frutas. Las pelan, las cortan y las colocan en un envase que le sea fácil de manejar. Saben que de esta forma el enfermo puede saborear las frutas sin necesidad de trabajos que pasar. Busca otra necesidad para socorrerle sin preguntas que  hacer. Solo basta observar los pequeños detalles y ahí está la oportunidad de socorrer y alegrar el corazón de ese enfermo.

Estas almas siempre están dispuestas, a hacer el bien no importa a quien, solo cuenta que al hacerlo están haciéndole a Jesús un gran regalo, pues es a Jesús, a quien está sirviendo en sus hermanos. Además, de esta forma van comprando, sin intereses, el viaje directo al cielo. Porque el cielo se gana con la más exquisita caridad que hayamos podido derramar en el servicio a los demás. 

Al final del ocaso de nuestras vidas se nos preguntara, cuanta caridad hemos gastado al servicio de los demás, caridad desinteresada, colmada de alegría y de amor.

Desde la Soledad del Sagrario



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