El alma que desea
ardientemente vivir para Dios, vivir en Dios, obedeciendo sus consejos y
mandatos evangélicos, vive el entusiasmo diario de servir a los demás con
esmero, delicadeza y prontitud.
Al levantarse,
tiene ya en su mente, que ha de procurar el bien en todo momento. Su corazón
desborda entusiasmo por cumplir con su ideal: “Ser todo para todos”, así, sabe
que será todo para Dios. Y este ideal esta sazonado con: “el derroche de amor
derramado a borbotones”. Entusiasmo y alegría adornan con verdadero brillo a
estas almas, quienes gozan haciendo el bien a diestra y siniestra, a tiempo y
destiempo. Desde que se levantan hasta que llega el momento de entrar a la cama
para el descanso tan necesario.
Tienen la mirada fija
en los detalles, esos detalles que le hacen descubrir la necesidad de los
demás. Así pueden hacer el bien continuamente.
Van por la calle y
ven una pobre anciana cargada de paquetes, inmediatamente le ayudan. Pero no se
limitan a ayudarla con los paquetes, sino, también a hablarle y hacerle el
corto tiempo de ayuda, en un momento agradable que recordara en sus momentos de
dolor.
Pero no solo es
ayudar a los que no se conoce, aun mas responsabilidad se tiene con los de
“casa”, con la familia inmediata o extendida. ¿Qué tal ese familiar anciano,
solitario, que vive tan solo de recuerdos, abandonado de todos? He ahí mucho en
que ayudar, mucho en que enriquecer esa alma de alegría, de consuelo;
haciéndola reír con ocurrencias sanas que le devuelven el amor a la vida,
porque hay alguien que se ha recordado de que aun está vivo en esta tierra. Ayudándolo
en esas necesidades básicas que seguramente necesita a gritos ayuda.
Si hacen una visita
a un enfermo, les llevan frutas. ¿Vive solo? ¿Está hospitalizado? Si vive solo,
se adelantan a los obstáculos que pueda tener con las frutas. Las pelan, las
cortan y las colocan en un envase que le sea fácil de manejar. Saben que de
esta forma el enfermo puede saborear las frutas sin necesidad de trabajos que
pasar. Busca otra necesidad para socorrerle sin preguntas que hacer. Solo basta observar los pequeños
detalles y ahí está la oportunidad de socorrer y alegrar el corazón de ese
enfermo.
Estas almas siempre
están dispuestas, a hacer el bien no importa a quien, solo cuenta que al
hacerlo están haciéndole a Jesús un gran regalo, pues es a Jesús, a quien está
sirviendo en sus hermanos. Además, de esta forma van comprando, sin intereses,
el viaje directo al cielo. Porque el cielo se gana con la más exquisita caridad
que hayamos podido derramar en el servicio a los demás.
Al final del ocaso de
nuestras vidas se nos preguntara, cuanta caridad hemos gastado al servicio de
los demás, caridad desinteresada, colmada de alegría y de amor.
Desde la Soledad
del Sagrario
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