La vida es tan corta,
tan corta. Debemos aprovecharla.
Vivir con la dignidad de los hijos de Dios. Vivir a la altura de los hijos de
Dios. Vivir pisando las huellas de Cristo.
La salud es un tesoro, un regalo de Dios. Cuantas veces
ponemos en riesgo nuestra salud. En el mañana, en el ocaso de la vida, iremos
pagando esas locuras cometidas contra la salud de nuestro cuerpo. Noches
gastada en todo menos el descanso. Días gastados en todo menos en el cuidado
prudente de nuestro cuerpo. Cuando se gasta en diversiones que a la larga
cobraran con creces el error y el horror de dichas vivencias. Comer y beber en
exceso o lo contrario, dejar de comer debidamente para comer golosinas y comida
chatarra.
La vida es muy corta. Quien no vive según él sentido
común, llega a la vejez antes de tiempo, atrae enfermedades que se debieron
evitar. Todo por no seguir los consejos evangélicos que nos hablan de una vida
cultivada en armonía a la voluntad divina.
La vida es muy corta. Qué hermoso seria perder la salud
en aras de haberse gastado en el servicio de una caridad exquisita. Así como
los santos. Olvidándose totalmente de si para vivir consolando y procurando la
felicidad de los demás. Buscando la justicia de aquellos más indefensos e
inocentes. Y aun así estamos llamados a mirar por nuestra salud en lo más
indispensable, el alimento del cuerpo y el alimento del alma.
Quizás muchos o pocos no comprendan el mensaje que
encierra mis palabras. Hace tanto tiempo que meditaba en la fragilidad de
nuestro cuerpo y en el regalo hermoso de la salud que Dios nos concede. Ahora,
que me encuentro inmovilizada por la caída sufrida, esa meditación se hace eco
en mi corazón. Vivamos intensamente el tiempo que Dios nos concede. Vivamos con
agradecimiento y con derroche de entusiasmo con la dignidad de ser hijos
mimados de Dios.
Pensar en el Padre Dios hace que mi corazón se enternezca
hasta las lágrimas. Nadie nos ama como nuestro amado Padre Celestial. Quien no
se enternece ante tanto amor, tantos regalos y tantos mimos divinos para
quienes somos solo polvo y nada.
Padre Santo gracias, gracias, gracias por tanto amor; por
la vida; por la salud...y aun por la misma enfermedad que nos lleva a ver con
mayor claridad el valor de la vida y el regalo divino que es la salud.
Desde la
Soledad del Sagrario
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