sábado, 12 de septiembre de 2015


La vida es tan corta, tan corta. Debemos aprovecharla. Vivir con la dignidad de los hijos de Dios. Vivir a la altura de los hijos de Dios. Vivir pisando las huellas de Cristo.

La salud es un tesoro, un regalo de Dios. Cuantas veces ponemos en riesgo nuestra salud. En el mañana, en el ocaso de la vida, iremos pagando esas locuras cometidas contra la salud de nuestro cuerpo. Noches gastada en todo menos el descanso. Días gastados en todo menos en el cuidado prudente de nuestro cuerpo. Cuando se gasta en diversiones que a la larga cobraran con creces el error y el horror de dichas vivencias. Comer y beber en exceso o lo contrario, dejar de comer debidamente para comer golosinas y comida chatarra.

La vida es muy corta. Quien no vive según él sentido común, llega a la vejez antes de tiempo, atrae enfermedades que se debieron evitar. Todo por no seguir los consejos evangélicos que nos hablan de una vida cultivada en armonía a la voluntad divina.

La vida es muy corta. Qué hermoso seria perder la salud en aras de haberse gastado en el servicio de una caridad exquisita. Así como los santos. Olvidándose totalmente de si para vivir consolando y procurando la felicidad de los demás. Buscando la justicia de aquellos más indefensos e inocentes. Y aun así estamos llamados a mirar por nuestra salud en lo más indispensable, el alimento del cuerpo y el alimento del alma.

Quizás muchos o pocos no comprendan el mensaje que encierra mis palabras. Hace tanto tiempo que meditaba en la fragilidad de nuestro cuerpo y en el regalo hermoso de la salud que Dios nos concede. Ahora, que me encuentro inmovilizada por la caída sufrida, esa meditación se hace eco en mi corazón. Vivamos intensamente el tiempo que Dios nos concede. Vivamos con agradecimiento y con derroche de entusiasmo con la dignidad de ser hijos mimados de Dios.

Pensar en el Padre Dios hace que mi corazón se enternezca hasta las lágrimas. Nadie nos ama como nuestro amado Padre Celestial. Quien no se enternece ante tanto amor, tantos regalos y tantos mimos divinos para quienes somos solo polvo y nada.

Padre Santo gracias, gracias, gracias por tanto amor; por la vida; por la salud...y aun por la misma enfermedad que nos lleva a ver con mayor claridad el valor de la vida y el regalo divino que es la salud.

Desde la Soledad del Sagrario


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