Cuando el amor se desparrama en aquella persona, que perdida y cegada por las tinieblas del
pecado, solo consigue felicidad pasajera en el lodo del pecado, como pez se zambulle
en el mar de lodo, consumiéndole como veneno, dando muerte a su alma…
Una esposa digna, hacendosa, ejemplar, sacrificada,
religiosa. Unos hijos ejemplares. Y el
hombre de casa jugando a ser “soltero”, cazador de corazones, un “teeneger”
pasado, que juega con su vida y la de su familia.
¿Qué hacer? ¿Seguir luchando por salvar el matrimonio? ¿La
familia? ¿Seguir en una batalla campal, pero desde la oración y el amor? Y el “hombre
de casa”, hastiado del hogar, de su esposa, a la que hiere cada vez que puede
con una repugnancia, con un rechazo, con un gesto, con un desprecio. O por el
contrario, se mantiene en un silencio de sepulcral; donde está presente, pero a
la vez ausente de toda participación del hogar, sumergido en sus cosas. ¿Qué hacer cuando la esposa está decidida a
conquistar a su amado y devolverlo al corazón del hogar? ¿Es que todo está
perdido? ¿Es que es masoquista quedarse en esa cruz insoportable y tan pesada?
La familia grita: divórciate. Las amistades susurran: divórciate. Los eruditos en la materia declaran: divorcio.
Y el corazón de la esposa responde: lucha, no te rindas, lucha, la batalla
puede ser vencida.
Es un llamado a convertirse en mujeres valientes,
decididas, de las que lo dan todo por el
todo, con tal de rescatar a los esposos del pecado mortal, de la indiferencia y
devolverlos al amor de Dios, ese amor divino que vuelva a encenderse en sus
vidas congeladas… Mujeres de Dios, viviendo a Dios en todo lo que sucede en la
intimidad del hogar. Mujeres que buscan a Dios y se arman de las armas divinas
para salir victoriosas. ¿Eres de esas?
¿Y Dios? ¿Qué opina Dios? ¿Qué quiere Dios? ¿Qué espera
Dios? Acaso, ¿Dios no tiene poder para intervenir y ayudar a su hija, a su hijo
malcriado e irresponsable con su alma y la de su familia? ¿Que Dios está
esperando? ¿Qué hacer?
Dios es un Padre amoroso, que busca regalar la verdadera
felicidad a sus hijos, que no es otra cosa que Dios mismo. Dios ha bendecido
ese matrimonio. Como Padre amoroso se vuelca hacia sus hijos, hacia las
familias. Él quiere ser el centro del hogar, ese hogar que es la Iglesia
Domestica. Tiene poder para ayudar… y sobre todo QUIERE ayudar y va a ayudar. ¿Qué
pruebas hay de ello? La vida de tantos y tantas santas que han vivido el
martirio de un esposo de espaldas a Dios. Ejemplos, Santa Rita de Casia y Santa
Mónica entre tantas. Ellas lograron la conversión de sus esposos y hasta de sus
hijos. Ellas cargando con su cruz, con derroche de alegría, con entusiasmo
delirante, en oración, con sacramentos, ofreciéndolo todo, pero TODO, al buen
Dios, por la conversión de los esposos, de los hijos. Con una confianza ciega, esperándolo
todo del buen Dios. Convencidas del milagro vivieron el día a día, esperándolo en
el momento justo, en la hora de Dios. ¿Y
tú, no puedes hacer lo mismo? Acaso, ¿no
será esa cruz bien llevada, agarrada para no se nos suelte, la causa de la santificación
personal y de los de casa??
Jesús, nos dice “toma tu cruz y sígueme”. El mundo nos
dice: “para de sufrir; tienes derecho a
ser feliz; la felicidad está en ti; suelta esa cruz y diviértete, búscate otro
amor.” ¿A quién vas a escuchar? ¿A quién vas a seguir?
Habrá quien asombrado proteste ante la invitación de
luchar y seguir adelante. Le contestaría,
la separación solo y únicamente si hay peligro de vida.
Mater, cobija con tu manto las familias del mundo. Que
las parejas se vuelvan a Dios. Que los esposos y las esposas se resistan a las
trampas y engaños del enemigo de las almas. Mater obra portentosamente en las
Iglesias Domesticas.
Desde la Soledad del Sagrario
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