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< < Es curioso, hay sacerdotes que al escucharlo, siento que me tocan
lo más profundo del alma, salgo de la misa distinto. Sin embargo, hay
sacerdotes que al escucharlos, salgo como si nada… no he sentido nada. ¿Por qué
sucederá esto? ¿Sera la unción? >>
Al salir de la
santa misa, recibía esta confidencia. La persona estaba muy inquieta por estas
experiencias que vivía con algunos sacerdotes.
¿Sera la unción?
Esa pregunta, para mí, es la respuesta a la diferencia que hay en el sacerdote
que celebra la santa misa.
Hay sacerdotes
buenos, muy buenos, ayudan mucho. Su compañía es agradable. Su conversación es
amena… pero de ahí no pasan. Sus misas son agradables… todo el mundo se siente
bien… a veces son como trabajadores sociales… pero de ahí no pasan… no
trascienden…
Hay sacerdotes, que
son diferentes. La postura, la reverencia, todo en ellos habla de que existe
Dios, de que Dios habita en el Sagrario.
Sus misas se sienten diferentes. Su mirada se pierde
en el misterio que tienen en sus manos. Su celo por las almas se hace visible
en las homilías. Hablan con fuerza. Hablan tocando y sacudiendo las almas…
porque hablan con unción… la unción del Espíritu Santo. Sus palabras son como
fuego que queman el alma y hacen pensar… hacen mirarse por dentro y tomar
decisiones que encaminan el alma a una conversión, a una transformación de
vida. Nadie puede escucharlos y quedar indiferente… siempre habrá una respuesta…
sea dada hacia la conversión… sea dada hacia la negación al compromiso con Dios…
Esos sacerdotes son
almas de oración. Son almas adoradoras… que se queman a los pies del Sagrario…
Son sacerdotes que sin hablar nos hablan de Dios… Son sacerdotes que al
mirarlos podemos descubrir la mirada de Dios… porque gozan de una sabrosa
intimidad con Dios… no se cansan de Dios…
Estos sacerdotes
buscan en todo momento dar a Dios, conquistar las almas para Dios. Corrigen,
amonestan, aconsejan, llevan a las almas a reconciliarse con Dios. Van catequizando
en todo momento, porque ven la gran necesidad de dar a conocer a Dios, de
llevarlos a vivir una verdadera amistad con Dios.
Son sacerdotes que
gustan de confesar… que pueden estar el tiempo disponible para confesar… que
buscan al pecador con suma bondad, hasta verlo rendido y arrepentido confesando
sus pecados, reconciliándose con Dios.
Sacerdotes ungidos
con el fuego, con la fuerza del Espíritu Santo… sacerdotes que claman ante el
Trono de la Misericordia por la conversión de sus feligreses. Sacerdotes que se
dan en oración, en penitencia, en mortificación por la conversión de sus
sacerdotes. Sacerdotes que viven para Dios y solo para Dios… sus vidas son
fruto de la contemplación asidua, ese estarse cara a cara con Dios, por el bien
de las almas.
Sacerdotes llenos
de alegría desbordante que contagian a las almas, sacerdotes que transmiten
paz, que dejan a las almas con sed y hambre de vivir en santidad…porque ellos
marcan las huellas de Cristo a seguir con entusiasmo, con gozo, con sencillez y
simplicidad… seguir a Cristo… como ellos lo siguen…
Sacerdotes que le
hablan a sus feligreses del cielo, del infierno, del pecado, del valor del
alma, de la necesidad de vivir en santidad… y hablan sin miedo… hablan con
convencimiento… hablan con la fuerza que da el Amor de Dios…
Sacerdotes ungidos
por el Espíritu Santo… esa es la gran diferencia… Oremos por nuestros
sacerdotes… Jamás señalarlos… jamás hablar mal de ellos… si algo se ve… es para
llevarlo a la oración, es para hacer penitencia por ellos…
Oremos por ellos…
porque un sacerdote santo es un pueblo santo… un sacerdote no santo es un
pueblo que camina hacia la perdición… Oremos…oremos…oremos…
Madre santísima,
que nuestros sacerdotes sean santos como Cristo tanto desea. Ayúdales, Madre
buena, ayúdales a ser santos, a vivir y trabajar por la santidad personal y la
de sus feligreses.
Desde la Soledad
del Sagrario
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