domingo, 10 de agosto de 2014

¿Sera la unción?


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< < Es curioso, hay sacerdotes que al escucharlo, siento que me tocan lo más profundo del alma, salgo de la misa distinto. Sin embargo, hay sacerdotes que al escucharlos, salgo como si nada… no he sentido nada. ¿Por qué sucederá esto? ¿Sera la unción? >>

Al salir de la santa misa, recibía esta confidencia. La persona estaba muy inquieta por estas experiencias que vivía con algunos sacerdotes.

¿Sera la unción? Esa pregunta, para mí, es la respuesta a la diferencia que hay en el sacerdote que celebra la santa misa.

Hay sacerdotes buenos, muy buenos, ayudan mucho. Su compañía es agradable. Su conversación es amena… pero de ahí no pasan. Sus misas son agradables… todo el mundo se siente bien… a veces son como trabajadores sociales… pero de ahí no pasan… no trascienden…

Hay sacerdotes, que son diferentes. La postura, la reverencia, todo en ellos habla de que existe Dios, de que Dios habita en el Sagrario.

 Sus misas se sienten diferentes. Su mirada se pierde en el misterio que tienen en sus manos. Su celo por las almas se hace visible en las homilías. Hablan con fuerza. Hablan tocando y sacudiendo las almas… porque hablan con unción… la unción del Espíritu Santo. Sus palabras son como fuego que queman el alma y hacen pensar… hacen mirarse por dentro y tomar decisiones que encaminan el alma a una conversión, a una transformación de vida. Nadie puede escucharlos y quedar indiferente… siempre habrá una respuesta… sea dada hacia la conversión… sea dada hacia la negación al compromiso con Dios…

Esos sacerdotes son almas de oración. Son almas adoradoras… que se queman a los pies del Sagrario… Son sacerdotes que sin hablar nos hablan de Dios… Son sacerdotes que al mirarlos podemos descubrir la mirada de Dios… porque gozan de una sabrosa intimidad con Dios… no se cansan de Dios…

Estos sacerdotes buscan en todo momento dar a Dios, conquistar las almas para Dios. Corrigen, amonestan, aconsejan, llevan a las almas a reconciliarse con Dios. Van catequizando en todo momento, porque ven la gran necesidad de dar a conocer a Dios, de llevarlos a vivir una verdadera amistad con Dios.

Son sacerdotes que gustan de confesar… que pueden estar el tiempo disponible para confesar… que buscan al pecador con suma bondad, hasta verlo rendido y arrepentido confesando sus pecados, reconciliándose con Dios.

Sacerdotes ungidos con el fuego, con la fuerza del Espíritu Santo… sacerdotes que claman ante el Trono de la Misericordia por la conversión de sus feligreses. Sacerdotes que se dan en oración, en penitencia, en mortificación por la conversión de sus sacerdotes. Sacerdotes que viven para Dios y solo para Dios… sus vidas son fruto de la contemplación asidua, ese estarse cara a cara con Dios, por el bien de las almas.

Sacerdotes llenos de alegría desbordante que contagian a las almas, sacerdotes que transmiten paz, que dejan a las almas con sed y hambre de vivir en santidad…porque ellos marcan las huellas de Cristo a seguir con entusiasmo, con gozo, con sencillez y simplicidad… seguir a Cristo… como ellos lo siguen…

Sacerdotes que le hablan a sus feligreses del cielo, del infierno, del pecado, del valor del alma, de la necesidad de vivir en santidad… y hablan sin miedo… hablan con convencimiento… hablan con la fuerza que da el Amor de Dios…

Sacerdotes ungidos por el Espíritu Santo… esa es la gran diferencia… Oremos por nuestros sacerdotes… Jamás señalarlos… jamás hablar mal de ellos… si algo se ve… es para llevarlo a la oración, es para hacer penitencia por ellos…

Oremos por ellos… porque un sacerdote santo es un pueblo santo… un sacerdote no santo es un pueblo que camina hacia la perdición… Oremos…oremos…oremos…

Madre santísima, que nuestros sacerdotes sean santos como Cristo tanto desea. Ayúdales, Madre buena, ayúdales a ser santos, a vivir y trabajar por la santidad personal y la de sus feligreses.


Desde la Soledad del Sagrario 

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