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Hay que orar… solo si nos volvemos a la oración, pequeña, humilde, pura de intención,
pero con todo el corazón desbordado en la oración, podremos hacer un frente a
todos los acontecimientos que están sucediendo en el mundo.
En Fátima, la Madre Celestial dice que si oran el Santo Rosario la guerra
terminara y los soldados regresaran a casa. Ella pide oración a los
pastorcitos, oración por los pobres pecadores que se pierden en la infelicidad
eterna porque no tienen quien ore por ellos.
He aquí una responsabilidad de todos, orar unos por otros. Que las almas de
los pobres pecadores se condenen porque somos apáticos a orar, a sacrificarnos
por ellos es una falta básica de caridad…solo en el Cielo descubriremos nuestra
maldad al no interesarnos en rescatar las almas que dependían de nuestra oración.
Nos envolvemos en nuestras cosas y nos olvidamos del verdadero sentido de
la vida: alcanzar la felicidad eterna.
Para eso hemos nacido. Y si se nos olvida, es bueno recordar, que hemos nacido
para el Cielo… no para enriquecernos en este mundo… no para llenarnos la panza
de comidas y bebidas desenfrenadamente… no para buscar la diversión en todo
momento convirtiéndose en un apetito descontrolado…no para convertirnos en
vanidosos y presuntuosos de lo poco que hemos logrado alcanzar en este mundo… no
para comprar, comprar, comprar, gastar, gastar, gastar sin conciencia. Eso no nos regala la eternidad con Dios… el único
fruto es el vació en el alma.
La vida es una sola… hay que vivirla con los pies en tierra y la mirada
clavada en el Cielo… de lo contrario nos volvemos maquinas a merced de la manipulación
de este mundo, y claro, del enemigo de
las almas que como ladrón vigila para aprovechar el momento preciso para sus
ataques, trampas y tentaciones.
Quien no ora no alcanza la meta: el Cielo. Quien no ora no alcanza a Dios.
Quien no ora va poco a poco perdiendo las riquezas de la vida espiritual, que
como una mina interior, se va perdiendo por no trabajarla, volviéndose en un
hombre carnal simplemente.
Nuestra Madre necesita que escuchemos sus ruegos, ruegos, (que sin palabras,
sin visiones y locuciones interiores), sabemos con claridad perfecta que nos mueve a orar… Estamos llamados a orar…
estamos llamados a vivir el apostolado de la oración orando unos por otros,
orando por las almas que van entrando en las tinieblas que arropan el mundo…
tinieblas de confusión, de dureza de corazón y ceguera espiritual, por no
buscar cultivar la vida espiritual, a la cual estamos llamados.
Aun hay tiempo… aun hay oportunidad de tomar en serio la oración… de tomar
en serio a Dios.
Madre…, Mater, ayúdanos a seguir el llamado de oración que nos estás
haciendo desde hace tanto tiempo… que podamos tomar la espada de la oración y
usarla con entusiasmo, con fe, con esperanza y sobretodo con derroche de amor…
porque Dios vale la pena.
Desde la Soledad del Sagrario
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