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Señor, había olvidado lo que se sentía;
hace tanto tiempo que no sentía el flagelo del desprecio y la humillación. Como duele, Jesús, como duele. Si son extraños,
duele pero es un dolor pasajero. Si son amigos, duele intensamente, pero si vienen de la propia familia, causan un dolor mortal como una herida abierta que no puede cicatrizar…sin embargo el amor a Dios cicatriza
cualquier herida por dolorosa que sea. Dolorosa o no...mi Jesús te doy las gracias, infinitas gracias por tu permisión, sé que es
para mi mayor bien.
Esta experiencia me lleva a recordar tu pasión cuantos desprecios y
humillaciones privadas y públicas… pero también,
mi Jesús, pienso en los que recibes actualmente por muchos hermanos alejados de
ti. Oh sí, es indiscutible, Tu dolor es mayor que el mío. Siento la necesidad
de unir mi dolor al Tuyo, mi tierno Jesús,
es tan pequeño mi dolor comparado con el
que Tú sientes y vives día a día por las almas que Te rechazan pública y
privadamente.
Duele sí, pero el alma se enriquece con ese dolor que nos lleva a
sumergirnos en la humildad y en la oración. ¿Humildad? Pienso que sí, mi Jesús, porque hay que aceptar
el desprecio y la humillación como regalos que Tú, Dios mío, nos permite vivir
para un bien, simplemente una ganancia de beneficios para el alma. Además ¿quiénes somos?
Simples pecadores que vamos trabajando por la santidad entre caídas aparatosas,
levantadas auxiliadas para volver a caer y levantar… y así vamos caminando
hacia el puerto seguro de la eternidad.
También, mi Jesús, hay que reconocer que estamos enriquecidos por virtudes
y defectos; somos muy dados a mudar nuestro corazón cuando nos sentimos
amenazados en dejar de ser nosotros mismos para ser aquello que Dios nos pide
con urgencia, ese cambio radicar en nuestras vidas. Y es esta una razón que causa que la amistad termine en
muchos.
Jesusito mío, mi Dios escondido en el sagrario, conoces muy bien que el desprecio y la humillación
siempre causan una herida mortal a
nuestro sensible corazón humano. Como
humanos nos duele, como humanos nos asombra, porque duele más cuando viene de
aquellos que amamos. Esto nos hace comprender que solo Tú, Dios mío, solo en Ti,
en quien debemos descansar confiando
ciegamente en Ti, porque Tú no te mudas permaneciendo
siempre fiel en la amistad…pase lo que pase, aunque se alejen los amigos, Tú, Señor,
siempre estás ahí para recibirnos con los brazos abiertos. Tu fidelidad es
grande y Tu amor inmenso. ¿Quién como Tú, mi dulce Jesús?
Hay que aprender de Ti, mi Jesús, hay que aprender de Ti Así la paz siempre habitara en nuestra alma…porque
pase lo que pase es prioridad conservar la paz divina en nuestra alma…aceptando
con humildad las humillaciones y desprecios, burlas…que nos regalan.
¿Qué hace los santos en momentos como estos? Viene a mi
mente el Cura de Arcs que recibía tantos desprecios y humillaciones, hasta burlas, de sus propios compañeros
y hermanos sacerdotes. ¿Qué hacia él? Simplemente escuchaba como si no
escuchara, con la cabeza baja y sumergida en la oración sin que nadie se
percatara. Solía pasar esto en las reuniones de los sacerdotes con el Obispo.
El Obispo se daba cuenta perfecta que los movía la incomprensión, la envidia, los
celos pero también la soberbia. Salía en defensa del Cura de Arcs dejando a los
sacerdotes en total silencio y avergonzados.
Sin embargo el Santo Cura de Arcs aceptaba perfectamente
los desprecios, burlas y humillaciones
como regalos exquisitos de Dios. Conocía muy bien su alma sabia el bien que
conllevaba estos desprecios, burlas y humillaciones para su alma. Se conocía perfectamente,
reconocía que merecía eso y más… aceptaba sumiso la permisión divina pues
necesitaba de esos flagelos que acrisolaban su alma.
San Martin de Porres, negro mulato, sin estudios, un alma exquisitamente enamorada de Dios,
quien procuraba a manos llenas vivir la
caridad hasta las últimas consecuencias,
era despreciado y humillado por algún que otro hermano de religión. Este le increpaba llamándolo “perro mulato
bueno para nada”… Cuando el hermano sacerdote se iba, San Martin de Porres se
arrodillaba y comenzaba a darse en el piso con su frente, mientras decía: “perro
mulato bueno para nada eso soy, eso soy”… con una sincera aceptación y convicción
de que eso era, sin perder su alegría y
entusiasmo de vivir para Dios y para los hermanos. A los ojos de Dios creció favorablemente en humildad,
y Dios iba llenando su alma de gracia y santidad…
¡Bendito sea Dios!! Bendita sea su permisión divina que
nos regala grandes riquezas espirituales cuando recibimos desprecios,
humillaciones y burlas, aceptándolos de corazón como a Dios le gusta… la paz
crece en el alma… y la paz es un tesoro inefable… que hoy día no abunda …
Desde la Soledad del Sagrario
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