Que conozca, con
claridad siempre mayor, el valor del alma. Que conozca el valor de la
eternidad, con claridad siempre mayor. Que esté convencida plenamente que debo
vivir cada día, cada hora, cada minuto como si fuera el último de mi vida. Eso sí
sin miedo, sin angustia, sino con derroche de entusiasmo, de esperanza y de
confianza…
Ayer, mientras
desayunaba con una pareja amiga, luego de asistir a la Santa Misa, escuche los
gritos desgarradores del vecino que me hicieron temblar hasta el tuétano.
Había ido a ver
porque su madrecita, sumamente joven, no se levantaba. Descubría con asombro,
con dolor, con espanto que su madre estaba muerta. Se acostó para no levantarse
como todos los días. Se acostó para levantarse en la eternidad.
Impresionaba su
dolor, impresionaba su queja a Dios: “¿Por qué te la llevaste?”. A veces, en
medio del dolor, se pueden decir palabras que nunca se deben decir y menos
pensar. Pero la parte humana aflora como
menos pensamos… y la debilidad de una fe pobre también nos puede hacer reclamar
a Dios su obrar, nos puede hacer no aceptar los acontecimientos naturales que
son designios del buen Dios que solo busca nuestro bien…pero nuestro amor
sazonado de tanto egoísmo no entiende, no capta los amorosos mensajes divinos
que encierran su divina voluntad.
Me impresiono esta muerte
por lo cercano y por la tragedia que implica morir de repente. ¿Estamos preparados para morir de repente? Yo
por lo menos, prefiero morir consciente de mi partida eminente… oh si, si
quiero estar consciente, quiero estar en un dialogo con mi amado Dios… con mi
amada Madrecita… quiero despedirme de los míos, y dar algunos consejos que en
ese momento quedan muy bien grabados en los corazones… consejos que lleven a
una verdadera conversión camino a la santidad.
No les niego que
tomo muy en serio mantenerme lo más posible en gracia… confesando tan pronto
cometo un pecado por pequeño que sea… y no hablo de escrúpulos, porque me
siento libre de ellos… me refiero a pecados veniales… a faltas que conducen al
pecado…
Es que es tan fácil caer en pecado… tan fácil… a veces nuestro mayor
pecado es la falta de caridad para con los de casa, o los de afuera… en pequeñas
cosillas que ni cuenta nos damos… pero que alegría les damos a los demás cuando
respondemos con la más exquisita caridad y compasión…
Y qué decir de los
pecados de la lengua…que fácil se hace hablar lo que se debería callar… o hablar
de los demás cuando deberíamos guardar silencio y nada decir… es un mal que a
todos nos atrapa en una u otro forma… Mas ahí estamos juzgando por apariencias…
cuando solo debemos mirar los defectos, pecados ajenos para volcarnos en una oración
intensa de intercesión a favor de esa persona que nos deja anonadados por sus
debilidades o pecados… ¿Por qué tenemos que hablar? … si Dios nos permite ver
sus faltas o pecados es porque quiere que oremos intensamente por ellos, solo
eso…sino no tendría sentido enterarnos.
Que alegría siente
el alma cuando en silencio observa y en silencio se desborda en oración por
estas almas que Dios en su infinita misericordia nos descubre… no para
escandalizarnos sino para ser abogados ante Dios por ellos…
Es fácil caer… es
muy fácil desviarnos y perder la gracia en un cerrar y abrir de ojos… pero mas fácil
es correr como una cierva a los pies del confesionario y lavar nuestros pecados
en la sangre de Cristo, en ese manantial de Misericordia divina que es la confesión.
Y al salir del confesionario… se siente nuevo…y una paz inmensa nos llena consolando nuestras
almas.
Pero ahí está mi
vecina, su cuerpo descansando en un ataúd. No puedo evitar preguntarme si estaría
preparada para el viaje… pido a Dios que sí, que lo estuviera… y si alguna cosa
debía que haya entrado al Purgatorio… Porque qué triste seria conocer que un
alma se ha perdido para siempre… es algo que produce un dolor inmenso, que traspasa
nuestro corazón.
Me consuelo
pensando que Dios pudo permitirle unos minutos de conciencia donde muy bien
pudo pedirle perdón de sus pecados, pues ella no era católica, no creía en la confesión.
Dejar para mañana el
reconciliarnos con Dios es muy
peligroso. Confesar y dejar pecados por decir para decirlos en otro momento,
es peligroso. Siempre me pregunto si mi amiga que murió llamando un sacerdote
para confesarse se habrá salvado. Ella tuvo la oportunidad de confesarse varias
veces en su enfermedad ya próxima a la partida… y dejo pecados sin confesar. El
sacerdote no llego a tiempo… Eso me preocupa… porque Dios se mantuvo en
silencio… El sacerdote llego cuando ella no podía hablar estaba ya muriendo… El
sacerdote estuvo más de cuatro horas orando, orando, orando al lado de ella.
La misericordia
divina es inmensa pero también Dios concede un tiempo para esa misericordia… si
abusamos Dios puede retirar su misericordia… Es todo un misterio divino… solo
Dios conoce los corazones… solo Dios sabe que hacer o dejar de hacer con cada
alma en particular…solo podemos confiar y dejar a Dios obrar a su gusto…
Nos preocupamos
grandemente porque todas las almas lleguen a feliz puerto en la eternidad. Mi pequeño
corazón y mi pequeña mente no pueden asimilar que las almas se pierdan con un
Dios tan amoroso, tan bueno, tan compasivo, tan poderoso. No, no lo puedo entender…no
puedo entender la obstinación de algunas almas que se alejan del manantial de
la misericordia divina.
Pero hay algo peor,
y es cuando las almas estamos todo el tiempo cerca de Dios, creyéndonos salvos
pero viviendo de la manera que Dios reprueba, alejados de sus mandamientos. Qué
peligro para la eternidad. ¿Qué ceguera más densa para las almas? Dios mío, ayúdanos
a no creernos salvos sino pecadores que necesitamos urgentemente mantenernos
humillados ante tu presencia divina, mendigando tu misericordia con un corazón
entusiasmado, con un corazón lleno de confianza, de fe y desbordando amor por
el único y verdadero Dios… el Dios que nos creo y nos redimió… ¡Bendito sea
Dios!!
Madre mía, enséñanos
a obedecer ciegamente a Dios viviendo como a Él le agrada en todo momento.
Desde la Soledad
del Sagrario
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