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Que palabras tan salidas del corazón…de un corazón que arde en fuego de
amor, en pasión por el Amado del Sagrario… ¡Oh, si nuestros corazones ardieran
en la misma pasión!! Pero qué triste realidad de ver al corazón irse detrás de
las bagatelas de este mundo. Corazón caprichoso, no te das cuenta del inmenso
tesoro divino que es Jesús eucaristía… ¿qué haces en el lodo de las bagatelas de
este mundo… Madre mía, abrid de par en par los corazones para recibir al Único
bien eterno… a Jesús, el Dulce Huésped del Sagrario… ¡Oh, mi Jesús!!, que
locura la nuestra detrás de lo efímero, de lo que no vale cuando Tú te nos das
a manos llenas en el Misterio inefable de la Eucaristía… ¡Oh, locura
inigualable la nuestra… solo en la eternidad nos daremos cuenta de los
desquiciados que hemos estado… cuando a ante nuestra mirada brilla en esplendor
el Dios de Amor…
Deleitémonos con estas palabras de San Francisco de Asís:
«Así, pues, besándoos los pies y con la caridad que puedo, os suplico a
todos vosotros, hermanos, que tributéis toda reverencia y todo el honor, en
fin, cuanto os sea posible, al santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor
Jesucristo, en quien todas las cosas que hay en cielos y tierra han sido
pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente [+Col 1,20]» (12-13). Él,
personalmente, «ardía de amor en sus entrañas hacia el sacramento del cuerpo
del Señor, sintiéndose oprimido y anonadado por el estupor al considerar tan estimable
dignación y tan ardentísima caridad. Reputaba un grave desprecio no oír, por lo
menos cada día, a ser posible, una misa. Comulgaba muchísimas veces, y con
tanta devoción, que infundía fervor a los presentes. Sintiendo especial
reverencia por el Sacramento, digno de todo respeto, ofrecía el sacrificio de
todos sus miembros, y al recibir al Cordero sin mancha, inmolaba el espíritu
con aquel sagrado fuego que ardía siempre en el altar de su corazón» (II Celano
201).
Desde la Soledad del Sagrario
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