miércoles, 4 de septiembre de 2013

Ayyyyyyyyyyy... Que a mí nadie me corrige... faltaba más...


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 Es tan triste cuando nos comportamos como pequeños, de esos que se lanzan al suelo a dar patadas, a gritar hasta rabiar, jalarse el pelo, dando puños en el aire…  Que impresión tan desagradable a la vista y al oído. 

Así somos muchas veces, claro más sofisticados…pero así somos ya de adultos cuando la humildad ha desaparecido de nuestra perspectiva de vida.

La tenia frente a mí… la escuchaba a distancia gritarme… la veía descontrolada… usando toda clase de palabras y argumentos que pudieran herirme… esa era la idea, herir mi corazón a como diera lugar… ¿Por qué? Porque se sentía herida hasta el tuétano… y como un pequeño león salvaje se defendía sacando sus pequeñas unas y enseñando sus débiles dientes… porque era una falta imperdonable cometido contra su persona. 

Esa era la imagen que mi mente se forjaba mientras leía sus comentarios, pues no la conozco, solo como amiga en la red cibernética.  Da pena cuando no hay forma de hacernos oír, cuando cerrados los oídos, cegada la vista, endurecida la voluntad solo nos quedamos en la postura que elegimos, es mas cómoda que enfrentarnos a la realidad que nos descubren, que pensar que hay que  dejar aquello que nos concede una sustentable modo de vivir acorde a esta sociedad de consumo.

¿Qué significa corregir?  Aunque he modo alguno he usado la palabra, simplemente alguien le sugirió que se dejara corregir por mí… para que se sintiera que le habían propinado una bofetada ruidosa en el rostro.

Corregir es rectificar, enmendar los errores o defectos de alguien o algo,  es advertir, amonestar, reprender.  Es algo simple, sencillo, que se hace diariamente.  La madre o el padre corrige a los hijos; el maestro corrige a los estudiantes, el jefe corrige al empleado… nos corregimos a nosotros mismos tantas veces en el día.  Nada pasa cuando se corrige con caridad, con entusiasmo, con deseos de hacer el bien a los demás.

Claro hay formas de corregir.  Se puede corregir llevando a la persona a crear conciencia, a observar su conducta, sus obras, sus palabras, meditarlas y tomar una decisión radical. Pero también se puede corregir directamente, cuando así la situación apremia por el bien de los demás, por el bien de la persona.

Dios nos está corrigiendo siempre… lo malo que no le hacemos caso, nos hacemos de la vista larga y de oídos sordos… pero nos corrige con amor y cuantas veces con dolor… claro unas pequeñas represiones divinas en el dolor, en el sufrimiento nos hacen entender y aceptar la amonestación divina.

Hay personas que van por caminos errados, que en un momento dado piden se les oriente en  temas controversiales y a la vez peligrosos para la salud espiritual. Cuantas veces al conocer la verdad que se le presenta y expone se cierran automáticamente, por el simple hecho de tener que salir de ese estado de error y peligrosidad para sus almas…  donde cada vez van alejándose más de Dios.

Me hacia pensar en el peligro eminente de caer en la tentación de la soberbia… ese gusano hediondo que es la soberbia, que todo lo dana, que todo lo impregna de un refinado egoísmo, de amor propio hinchado como el pavo real cuando despliega su plumaje para admiración de los que lo observan. 

La humildad, joya preciosa tan difícil de poseer para tantos y tantos que prefieren pasar de largo antes de querer detenerse en la vitrina de la vida y querer comprarla con el trabajo de la dedicación, fidelidad y esmero que esta preciosa joya requiere… No, son muy pocos los que sueñan con poseer la joya de la humildad a lo Cristo. 

¿Y qué es ser humilde?  Decía Santa Teresa de Ávila, que la humildad consistía en andar en la verdad… Claro quien anda en la verdad, se conoce perfectamente, se sabe necesitado de aprender, de ser corregido, educado… Es más, son personas que buscan la oportunidad de ser corregidos para crecer en la humildad… haciéndose pequeños muy pequeños para así poder alcanzar que Dios se vea obligado de mantenerlos a su lado por ser tan pequeños.

 
 Andar en la verdad... es andar en Dios, con Dios... esa es la gran diferencia de un alma humilde y un alma soberbia... porque cuando somos soberbios andamos en la mentira... y cuántas veces no hemos andado en la soberbia, encatusados por el gusano de la soberbia nos hemos dejado atrapar... aunque haya sido poco tiempo...pero qué tiempo tan precioso hemos despilfarrado en el estercolero  de la mentira.

Hay que notar que el humilde es una persona sumamente generosa, dada a sonreír, al buen humor, al servicio, es aquel que se alegra con quien triunfa y llora con quien sufre… siempre dispuesto a perdonar… siempre dispuesto a sacrificarse por el bien de los demás.  Pero el alma soberbia es egoísta, es muchas veces amargada,  su sonrisa parece una mueca,  su rostro es duro, su mirada es dura, siempre dado a la desconfianza, a la malicia, envidioso, altanero, dado a buscar los puestos de honor, desprecia los detalles y pequeñeces del diario vivir que son como las especias que dan sazón al alma, llenándola de gozo.

¿Y Dios? Recordemos que Dios en su infinita misericordia nos enseña a vivir sumergidos en la santa humildad como Jesús y María…

Desde la Soledad del Sagrario


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