miércoles, 13 de febrero de 2013

Su Santidad Benedicto XVI cobijado por la Santa Madre


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Madre mía, él es un Hombre Grande… muy grande… tú lo conoces muy bien… tú conoces de su sabiduría, de su inteligencia, de su virtud, de su corazón  inmensamente compasivo…  tu sabes muy bien de su exagerada humildad, exageradamente  sencillo, exageradamente simple… Oh, Madre, tú te regocijas contemplando a tu pequeño y grande hijo… el Santo Padre Benedicto XVI… ¡cuánto te ama!… ¡cuánto le amas!!

Conoces de su cansancio, conoces de su entusiasmo por tomar al Pueblo de Dios y devolverle la fe, devolverle a las raíces de nuestra fe… devolverle al Corazón de Jesús, tu adorado Hijo, nuestro Señor.

Pero también conoces de sus lágrimas, de sus luchas por mantenerse en pie, por llegar a cumplir con las exigencias de su vocación papal… conoces de su enfermedad del corazón… un corazón gastado en Dios… gastado en amar a Dios, a la Iglesia, al Pueblo de Dios… un corazón que ya debilitado está dando sus avisos que ya no puede más… que hay que detenerse y tomar un descanso…  

Tu, Madre mía, sabes muy bien, lo que le ha constado a tu hijo mimado, el Santo Padre, llegar a aceptar la Voluntad de Dios,  al hacer escogido como Papa…el que le pedía a Dios que no le escogiera…  él que pensaba en retirarse a una vida de oración, más sencilla, sin la agitación que conlleva la actividad de un cardenal… y de momento verse elegido como Papa… Madre mía… fuiste la que lo consolaste, la que lo sostenía esa noche en que quedo solo en su alcoba, con el aplastante peso que caía en sus hombros… el peso de la Iglesia… que lo haría temblar… y no era para menos…  

El fue un hombre valiente, decidido… dio lo mejor,  ataco el lado débil de la Iglesia… fortaleciéndola con sus palabras, sus viajes, sus encíclicas, sus visitas, desbordando su corazón en todos… amando al Pueblo de Dios… sintiéndolos hijos   y como Padre dando sus últimas energías, todo  por devolver la barca de Pedro a las aguas tranquilas de la fe solida, de la Verdad esplendorosa… y ahí, Madre mía, estabas tú a su lado, sosteniéndolo, ayudándole, fortaleciendo su pequeño y grande corazón, su cuerpo anciano que comenzaba a dar señales de agotamiento…pies cansados que arrastran el cuerpo…


Y cuando el cuerpo ya no pudo más… tu le ayudaste a tomar una decisión que traspasaba su corazón de Padre… que pensando en sus hijos, en el beneficio de sus hijos, y en su impotencia para seguir adelante ayudándoles… le das el consuelo que necesitaba… para tomar la decisión que venía venir ya hace tiempo, pero que lucho por posponer el momento hasta alcanzar unos objetivos que eran apremiantes en su corazón de Padre…quería dejarles las herramientas para una vida de santidad… quería motivar  a los hijos a seguir la senda pisando las huellas de Cristo… una vida a lo Cristo… por Amor al Padre Dios…

Sabes, madre mía, que está tu hija no entendió de momento lo que pasaba… Oh, no… era para mí, fuerte la noticia… pensé en todo… pero algo venia a mis ojos con claridad… a mi corazón como noticia convincente… “el día de la develar la noticia fue en tu fiesta”…. Eso me daba una noticia clara… tu, Madre mia, estabas al tanto de todo, tu apoyabas la decisión… tu lo cubrías con tu manto… lo sostenías… Me hacia descubrir que no había por qué preocuparse, y si orar para que todo saliera al gusto divino. 

Pero, Madre mía, aunque veía eso, me deje llevar por el arrebato de mi “yo” que me nublo la vista cegándome con las dudas y temores… que el enemigo de las almas hubiese dado un golpe bajo saliendo airoso del combate… Oh, Madre… que hija te gastas…con lo claro que se veían las cosas…una buena lección que he aprendido…


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En esta misa, su última misa en público, hoy miércoles de Ceniza, contemplándolo, pude ver con claridad, que el Santo Padre está enfermo… su respiración agitada, como si tuviera fatiga, su cansancio visible, su mirada apagada… su rostro que denotaba poca salud… Oh Madre mía… que frágil se veía.
 
El Santo Padre tan conmovido por las palabras del secretario del estado de Vaticano… conmovido con los aplausos del Pueblo de Dios… su sonrisa amplia denotando el amor por sus hijos, por su Iglesia…

Madre, no te alejes de él… no lo dejes solo… ahora más que nunca te necesita… yo me comprometo a orar mucho mas por él, y mover las almas a orar por él… que sienta el respaldo de sus hijos… que sienta el manto de la oración de sus hijos... ha sido un buen Padre… un Gigante… merece todo nuestro apoyo y nuestro amor…

Gracias Madre, por tus desvelos con cada hijo… gracias Madre por estar presente en la vida de tus hijos… gracias Madre por ayudar a tu hijo, nuestro Santo Padre Benedicto XVI…

 

Desde la Soledad del Sagrario

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