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El milagro de la sanación interior.
Hoy en día es tan necesario, tan imprescindible, esa lluvia misericordiosa que
sane las heridas mortales del corazón, del alma.
Heridas causadas desde la niñez… recorriendo
todo el camino de la historia personal. Heridas que son como punzadas que causan
dolor, desasosiego en el alma.
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Heridas que están palpables en
el archivo de la memoria. Están ahí… y hacen conocer que realmente están ahí…vivas,
latentes, alimentándose de las tinieblas que arropan el alma.
Y estas almas, la mayoría se vuelven rebeldes, de mal genios, explosivas, agresivas, adornadas con un odio interior que
se manifiesta en la mirada, en las actitudes, en el tono de voz, en las
palabras, en los gestos, en sus posturas, en su caminar, en todo momento… almas
heridas mortalmente en su interior, que no les deja recibir la luz divina…porque
se cierra a la gracia divina.
Estas almas no conocen la
grandeza del sacramento de la confesión o penitencia. Es asombroso como este
sacramento sana el alma arrancándola de
las tinieblas… llenándolas de la luz divina.
iCuando el alma se postra ante
Jesus en el sacerdote confesor… se humilla hasta el polvo… con un corazon
contrito… con el deseo de colocar en las manos divinas todo el peso que les
agobia, peso que les ha robado la felicidad, la alegria, el sano compartir con
la familia, con los demás.
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Y no solo sana el alma, sino
cuantas veces sana también el cuerpo
atado a la enfermedad espiritual.
Cuántas dolencias desaparecen. Cuántas enfermedades emocionales, físicas,
desaparecen… con solo el alma confesarse como a Dios le gusta se haga.
Las tinieblas del pecado
desaparecen… la oscuridad que agobia el alma desaparece… la angustia, la opresión,
el malestar consigo mismos desaparece… hay un derroche de Amor y de
Misericordia que baña el alma…
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La confesión es el Trono de la
Misericordia Divina. La confesión es la fuente de milagros hermosos e
inimaginables que Dios concede a las almas… es volver a nacer…es regresar a los
brazos de Dios… es iniciar un camino de confianza… de abandono en Dios… es
iniciar un camino de reparación, en aras
a la santidad personal…
La alegría invade el alma en el
momento que el sacerdote da la absolución… Jesús ha tomado la carga, el alma se siente
liviano, sumamente liviano… los pecados
han desaparecido…
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El eslabón de la cadena de
esclavitud a los pecados se ha abierto… dejando caer la cadena al suelo…
liberando y regalando libertad interior y exterior… porque el alma se siente
sana… llena de luz por la presencia divina.
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Luego de la absolución… el alma
corre a cumplir la penitencia recibida… con lagrimas, con un corazon desbordado
en gratitud a Dios… luego de cumplida… corre con alegría a la Eucaristía… para
que la sanación sea aun mas plena… la presencia de Jesús en el alma es el
encuentro más hermoso que pueda imaginarse…
Jesús llega con una alegría inmensa a esa alma liberada, sanada… Jesús viene a colocar su Trono en esa alma, Jesús viene con la ilusión y los planes divinos sobre esa alma… queda en las manos de esa alma mantener la presencia divina, alejados del pecado… volverse a Dios pues Dios viene a devolverle la dignidad heredada como hijos de Dios…en el bautismo…
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Vivamos la alegría de poseer
ese Trono de Misericordia Divina que es el confesionario… el sacramento de la
penitencia… ahí tenemos una misericordiosa oportunidad de volver nuestro corazón
a Dios… volviendo a colocar a Cristo Rey en el centro de nuestra vida…porque
Cristo habita en el corazón.
Desde la Soledad del Sagrario
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