SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
Solemnidad
Son muchas las fiestas y devociones que la Santa Madre Iglesia celebra durante el año litúrgico en honor a la Stma. Virgen María; ello sin contar las memorias sabatinas. Pero hoy, primer día del año civil celebramos la más grande de las fiestas marianas, para alabanza del Dios Uno y Trino y de Santa María: la Madre de Dios. Cada advocación ilumina algunos de los privilegios con que Dios adornó a María. La fiesta de hoy no solo ilumina todas las gracias sino que ensalza la verdadera grandeza de la “Esclava del Señor”; la Maternidad divina.
En efecto, Dios quiso e hizo una madre. Ella es María. Por eso la adornó con plenitud de gracias y virtudes. La pensó desde toda la eternidad y la preparó para que con su consentimiento Él se encarnarse en sus purísimas entrañas virginales. Jesucristo es verdadero Dios, gracias a su naturaleza divina, pero también es verdadero hombre, gracias a la naturaleza humana. Pues bien, esa naturaleza humana es la que Él ha tomado de María por obra del Espíritu Santo. María da a luz a Jesucristo el Hijo de Dios, por eso María es Madre de Dios. Esto nos puede sonar demasiado familiar, y desafortunadamente no solemos profundizar este santo misterio de la Maternidad divina. Porque, vamos a ver, ¿Cómo es posible que una criatura como lo es María, sea Madre del Dios Todopoderoso, que no tiene principio ni fin? ¿Cómo se puede ser madre y virgen a la vez? Porque María fue madre y a la misma vez permaneció siempre virgen. He aquí el gran milagro, el tremendo portento, la acción del poder de Dios para quien nada hay imposible.
Fue en el Concilio de Éfeso, hoy Turquía (año 431) donde se congregaron los obispos de oriente y occidente para refutar la herejía que pretendía demostrar que María era madre de Jesús-Hombre mas no de Jesús-Dios. Y desde ese momento “María, Madre de Dios” es dogma de fe para los cristianos. Se cuenta que el pueblo esperaba con expectación la definición del dogma. Una vez anunciada la verdad revelada, según iban saliendo los obispos reunidos para celebrar, el pueblo los alzaba en hombros festejando y alabando a Dios por toda la ciudad.
Por eso si alguna vez te preguntaras qué título es el que mejor honra a la Santísima Virgen María no dudes en contestarte: Madre de Dios. Sí, María es Madre, en todo el sentido de la palabra madre. Ella concibió, Ella cargó a su hijo por nueve meses en su vientre, ella lo parió, Ella lo envolvió en pañales y le acostó en el pesebre. Ella lo cuidó y lo amamantó como solo lo sabe hacer una madre. Ella le acompañó modestamente durante su ministerio público. Ella estuvo con Él al pie de la cruz. Y allí, Él nos la entregó como madre: “Mujer, he ahí a tu hijo. He ahí a tu madre.” Fijémonos cuan importante es el papel y figura de María en el plan de salvación, siempre junto a su Hijo. De ahí que todas las gracias y privilegios que recibió María se derivan del hecho de su maternidad divina. Así también, todas las gracias, dones y privilegios que nosotros recibimos son causados por ser María Madre de Dios, porque “concibiendo a Cristo, engendrándolo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó ... con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra Madre en el orden de la gracia” (Lumen Gentium n.10).
Pues qué gran gozo hemos de sentir en el contexto de estas fiestas navideñas el saber que María es la Madre Dios, y Madre nuestra. El sabernos tan amados de Dios y de su Santísima Madre, ¿cómo puede caber hoy tristeza o desasosiego en nuestra alma? Que esta Santa Madre del cielo nos ampare siempre en su amor delicado. Corramos presurosos tras Ella, abrasémosla y ya no nos soltemos de sus manos. Cada día de este Año de la Fe repitamos aquella oración antiquísima (quizá la más antigua de las oraciones marianas): Bajo tu amparo nos acogemos santa Madre de Dios, en nuestras necesidades no desoigas nuestras súplicas, antes bien líbranos de todo peligro. Oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.
Padre Antonio Ofray
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