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Esa debe ser la vida de las amantes de la Cruz, ver a Jesús en todas las
cosas.
¿No es así, Señor de mi alma? ¡Verte siempre obrando y permitiendo las cosas para nuestro
mayor bien!
Yo quiero, Señor, y vengo hoy a pedirte, por medio de la Inmaculada María,
que me concedas esa constante presencia de Dios para verte, oírte y tocarte en
todo.
En mis superiores, siempre veré tu imagen, Jesús querido, y en mis hermanas, tu parecido.
“Es Jesús”, diré cuando se me presente alguna humillación o dificultad, es Jesús,
el que viene envuelto en estos velos. “Es el Señor:, repetiré, cuando las pruebas
vengan a quebrántame, es su visita en la forma de un cruz.
Cuando las desolaciones me tuesten, cuando los desamparos hagan a mi alma
desfallecer: “Es el Señor, es Jesús”, me
diré, venciéndome y estrechando el dolor, y las mil penas, fatigas y luchas,
con mi corazón destrozado.
¡Oh, sí en todo, de veras tuviera yo esa mirada sobrenatural, viendo la
mano de Dios, su voluntad santísima, al mismo Jesús, que, velándome, me hace
sentir el contacto del dolor por amor! ¡Como vería yo entonces en cada prueba
una gracia, en cada contradicción, el cielo! ¡Que árida es la vida sin Jesús!, ¡que
dulce toda cruz a su lado! ¿Por qué entonces, Señor de mi alma, yo sufro y
lloro sino porque vivo aun de lo natural y no pienso en Ti, que todo lo dispone para mi mayor bien?
¿Qué me falta, Señor que me escuchas, sino sobrenaturalizar mi vida, y
tenerte presente a todas horas, en mis gustos y en mis penas, exclamando a cada
paso, emocionada. Es el Señor?...
Dame, Jesús, dame, Bien mío, esa clara luz de la fe, que me alumbre
siempre, esa celestial verdad de que Tu vienes en la enfermedad y en la salud,
en los gozos y en los sufrimientos, yo quiero vivir de Ti, de tu vida y de tu voluntad adorable.
Nunca me deje de alumbrar tu acercamiento, porque eres mi luz, Jesús, y el que traes a mis labios el cáliz de la
amargura.
Aun cuando mi naturaleza se resista de dolor y sienta horrible pena, y
quiera ver a la criatura en las ocasiones de padecer, no lo permitas, Señor, y
levanta mis miradas de la tierra, haciéndome ver solo a Ti con todas las cosas.
Aunque a veces tenga miedo a la Cruz, aunque haya momentos en que rehusé llevarla
sobre mis hombros, aunque llegara el caso de que quisiera huir, Tu nunca me
desampares, mi buen Jesús, y haz que en esos días tormentosos, y en esas noches
desoladas, en las tempestades de mi vida y en el batir de las tentaciones
escuche siempre tu voz, aun cuando sea en el fondo de mi alma, que me diga: “No
temas…soy tu Jesús que te visita, que te prueba, que te ama. Es el Señor.”
¡Oh María! Tú que viste a Jesús en todo durante toda su vida, y te
aplicaste en imitarlo, haz que lo vea yo también con los ojos de mi alma, y que, pisando sus mismas
huellas, ande siempre en pos de Él. Amen.
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Nada más hermoso que ver a Jesús en TODO y en todos. Qué bien lo expresa
nuestra hermana mayor “Conchita” Cabrera
Armida.
¡Oh, mi Jesús, regálanos la gracia de ver tu mano detrás de todo
acontecimiento, noticia, evento que nos suceda. ¡Que deferencia será nuestra
vida entonces!! Debemos hacer un “Detente”
en nuestro caminar para meditar con profundidad el ver a Jesús en todo… de
cuantas angustias, daño nos libraremos para siempre.
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