miércoles, 5 de diciembre de 2012

Continua Padre Antonio hablándonos de la Obediencia de María




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2. ¿CUÁLES SON LAS EXCELENCIAS DE LA OBEDIENCIA? 

Así las cosas, adentrémonos un poco más en la excelencia de esta virtud, a la cual ningún santo, en su proceso de cristificación, ha sido ajeno. 

La sagrada teología nos enseña que la obediencia es una virtud, que aunque menos perfecta que las virtudes teologales, está también recibida con la gracia santificante en el bautismo. Aun así, por parte de lo que sacrifica y ofrece a Dios, la obediencia alcanza un grado excelente en las pléyades de las virtudes cristianas. 

Mediante el ejercicio de las otras virtudes se sacrifican bienes tanto exteriores, o corporales; pero ninguno más preciado que la propia voluntad.  

En fuerza de esta verdad de fe, no se vacila en decir que quienes han ofrecido a Dios totalmente su voluntad mediante el voto de la santa obediencia en la vida consagrada, viven y se ofrecen a Dios en un verdadero estado de holocausto.


3. ¿CUÁLES SON LOS GRADOS DE LA OBEDIENCIA?

 Pero claro, no deberíamos engañarnos pensando que con la sola ejecución externa de lo mandado se cumple y ejerce automáticamente la virtud de la obediencia. Por ello, la ascética tradicional cristiana ha clasificado los actos obedienciales como en tres grados. Veámoslo rápidamente. 

a. El primer grado de la obediencia: Se describe como la mera y simple ejecución exterior de lo mandado. Se lo describe como de escaso valor meritorio y de santificación. Es la obediencia, digamos “a regañadientes”. Es una obediencia meramente mecánica, seca, hasta de mala voluntad, y por lo cual no sirve de mucho para avanzar hacia el cielo. 

b. El segundo grado de la obediencia: responde al sometimiento interior de la voluntad. En este grado ya no es solo el cumplimiento externo del precepto, sino que la virtud arropa, por así decir, la misma voluntad del hombre, siendo así más meritorios y sobrenaturales nuestros actos. En esta se haya el valor intrínseco del sacrificio de la santa obediencia. Más aun, su mérito sobrenatural es tal que se puede, con toda legitimidad, renunciar a cualquier otro acto virtuoso. Dirá el escritor sagrado: “Más vale obedecer que sacrificar.”  

c. El tercer grado de obediencia: lo llamaba San Ignacio de Loyola: la obediencia de entendimiento. Es este pues, el sumo grado de la virtud de la obediencia, donde se somete no solo la voluntad, sino también el intelecto, aun entendiendo contrariedad en lo mandado. Este excelente grado de la virtud tiene su mayor ejemplo en el mismo Jesucristo nuestro Señor; que como hombre, y parte de su kénosis, es decir, de su anonadamiento, experimenta el deseo natural de escapar de la muerte, por lo cual parece que a la sola luz de la razón natural no podía entender en su más honda profundidad el misterio del plan divino: es decir, su propia y cruenta Pasión redentora. 

En el quicio de su agonía en el huerto decía: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tu.” Aun así, y pese a la proximidad de su pasión, Jesús se somete totalmente (obediencia de entendimiento) al Padre, quien lo ha enviado. Y solo así, tiene su pleno y cabal cumplimiento la nueva economía de la salvación, a la misma vez que su excelsa glorificación por la Resurrección.

4. ¿CUÁLES SON LOS ELEMENTOS DE LA OBEDIENCIA? 

El elemento principal de la virtud de la obediencia es el hecho de que sea sobrenatural en su motivo, y por tanto en su acción. Solamente así será una verdadera y autentica virtud cristiana. De aquí se deduce que el sólo motivo humano, aun por más recto y auténtico que sea, no es un acto virtuoso sobrenatural, aunque sí podría servir de plataforma, con la gracia de Dios, a la virtud. 

Pero, la virtud de la obediencia tiene muchas otras características, también importantes, porque ayudan a ennoblecer más la propia virtud. Las virtudes son actos humanos y divinos en los cuales, con sus constantes repeticiones van adquiriendo un profundo arraigamiento en el alma y se van haciendo cada vez más connaturales a ella. 

Por eso, la virtud de la obediencia necesita siempre ser practicada con un espíritu de fe, viendo a Dios detrás del legítimo superior. Se debe tener una firme persuasión de que lo que se está cumpliendo es la santa voluntad de Dios. Ahora bien, el que manda puede equivocarse, (de hecho, muchas veces se equivoca) pero el que obedece fiel y prontamente jamás se equivoca, a menos que el superior le mande a pecar.  

La obediencia ha de cumplirse con amor, es decir, con caridad. Con Dios en el corazón, se acepta con gozo y alegría aun la dificultad del sometimiento de la voluntad, pues Dios es amor. 

La prontitud es otro elemento de la obediencia, la cual no hace esperar a la voz de Cristo. Se ha de rendir sumisión y entrega total a la voluntad de Dios, cuidando de no confundirla con nuestra propia voluntad. A ello se le llama devoción. Esto traerá hacia sí una espontaneidad y contagiosa alegría. La obediencia se ha de hacer con sencillez y humildad, es el efecto de la simplicidad de alma, pues Dios es su centro. 

5. ¿CUÁLES SON LOS FRUTOS DE LA OBEDIENCIA? 

La obediencia, lejos de ser una actitud inhumana o arcaica, trae consigo preciosos frutos y ventajas espirituales al alma obediente y cada vez más identificada con Cristo. Por ello, durante dos mil años, la Iglesia jamás ha dejado de enseñar sus grandes ventajas. Los grandes maestros de la vida espiritual la han tenido siempre como medida de la auténtica santidad. Y los santos la han tomado como inequívoco camino de perfección en el seguimiento de Cristo Señor. 

Para la inteligencia humana iluminada por la fe, la obediencia ofrece la certeza del conocimiento de la santa voluntad de Dios, la confianza en el socorro divino, aún más, cuando la virtud reclama grados heroicos en su cumplimiento, y por eso también da al alma la seguridad del éxito. Para la voluntad, la obediencia es como la fuente de la verdadera libertad, pues la libra de la esclavitud de la voluntad propia y del peligro del libertinaje. También es para ella germen de fortaleza, pues obedecer hasta el heroísmo requiere no poca valentía y ánimo de corazón. Para el corazón y el espíritu, la obediencia es fuente de paz. ¡Qué misteriosa paz y sosiego siente el que ha obedecido! 

La obediencia es el antídoto para los escrúpulos, pues la única cuenta que hemos de dar a Dios, al final de nuestra humana existencia, es el fruto de la obediencia. Y así, nuestras únicas palabras ante él serán: Señor, se hizo en mi según tu palabra. 

6. ¿QUIÉN ES MODELO PERFECTO DE OBEDIENCIA? 

En resumidas cuentas, Jesucristo es y será siempre el modelo inconmensurable de la obediencia. A ningún cristiano nunca se le exigirá el inmenso trabajo, sacrificio, incluso una muerte tan cruenta como le causó a Jesucristo su obediencia a la voluntad amorosa del Padre Dios.  

En efecto, San Pablo nos expone la profundidad y la anchura de la obediencia de Cristo cuando nos dice: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que Cristo. El cual siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Si no que se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre.”  

7. ¿CÓMO FUE LA OBEDIENCIA DE CRISTO?  

Todo el secreto divino del ser y el hacer de Cristo se resume en la obediencia. Dice la Carta a los Hebreos en referencia Jesús, al entrar en la historia del hombre: “Héme aquí, ¡Oh Dios!, para cumplir tu voluntad ” Durante toda su vida privada Jesús, el Mesías, el Salvador, el Redentor, el Hijo de Dios, estuvo sujeto a la obediencia de dos criaturas: José y María. Vivía con ellos y “vivía sujeto a ellos.” De esta manera “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.”  

La obediencia de Cristo en toda su vida terrenal viene a reparar, precisamente, el desorden moral que causó la desobediencia del primer hombre: Adán. Más aún. La obediencia de Jesús alcanza profundidades pasmosas para el pobre intelecto humano, e insólitas para el entendimiento angélico. Sí. Jesucristo es un Dios que obedece, que se deja hacer... Y como si fuera poco, ese mismo Dios, ya inmortal y glorioso en su infinita gloria celestial obedece a las palabras del sacerdote para hacerse presente, de forma sacramental, en la sagrada Eucaristía.  

El Señor Jesús sacramentado se deja hacer por sus ministros, hasta el punto de quedar prisionero, día y noche, en todos los sagrarios de alrededor del mundo. Incluso, hasta exponerse a las mas infames profanaciones por parte de los hombres, y así hasta el fin de los tiempos. 

8. ¿CÓMO ES MARÍA PERFECTO MODELO DE OBEDIENCIA?  

La Santísima Virgen María ha dicho de sí misma: “El Poderoso ha hecho obras grandes por mí...” María se sabe a sí misma como obra de la gracia de Dios, de su amor y de su misericordia, y esa verdad Ella no la puede ocultar. Por eso, el grito que sale del alma de María es el Magníficat, es decir, el canto de los pequeños. Toda la alabanza y belleza que María pronuncia acerca de la obra de Dios en Ella, es un impulso espectacular del Espíritu Santo. Pero, hay que decir también que la obra perfecta que la gracia ha terminado en María Santísima se debe a su obediencia. Así es, Ella es maestra y modelo de las virtudes, y lo es más aun, de la santa obediencia. 

María es el camino más corto y sencillo para llegar a Cristo, y mediante Cristo al Padre. ¿Acaso no esta aquí contenida toda nuestra santificación? ¿Acaso no ha sido Ella asociada a la obra redentora de su Hijo Jesucristo? Por eso la Iglesia, con justa razón, la llama Corredentora. Es decir, según el principio del consorcio, Jesucristo nuestro Señor ha asociado y echo participe íntimamente a su santísima Madre, en toda su misión redentora y santificadora. A todo este misterio divino María ha tenido acceso a través de su obediencia. 

La palabra secreta de María es el “Fíat”, el “Hágase”, que según la doctrina común entre los santos padres de la Iglesia, es la oposición radical al “non serviam” de Satanás y sus secuaces seguidores. Dice las Sagradas Escrituras que María, ante la buena nueva del arcángel Gabriel dijo: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra. Y el ángel, dejándola, se fue.” Es pues, una aptitud de profunda fe; es la fe de “aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen.”
 
9. ¿CÓMO LA DE MARÍA NOS SANTIFICA?Es apremiante, más en nuestro mundo post moderno, la necesidad del conocimiento acerca del papel que juega la Santísima Virgen María en nuestra santificación personal y colectiva. Y una de esas facetas de María es el ser modelo de virtudes para el cristiano de ayer, de hoy y de siempre.

 Es voluntad santa de Dios el hecho que nos santifiquemos por medio de María, como nos ha sido revelado a través de todo el plan de salvación, pues en primer lugar, sin el sí de María, la empresa divina de redención y santificación del género humano, en la actual y definitiva economía salvífica, jamás se hubiera concretado. La humanidad entera dependió de un simple y llano SÍ, de un “hágase en mi” capaz de cambiar el mundo en un nuevo orden: el orden de la gracia.

Ahora bien, para que el proceso de nuestra santificación, incoado por el santo Bautismo, se desarrolle en toda su potencialidad es necesario la práctica constante y perseverante de las virtudes cristianas. Es decir, de la vida de Cristo, explanada en los evangelios, y de la vida de los santos, como verdaderos imitadores de Jesús, siendo la Santísima Virgen su primera y mejor imitadora.

 No podemos olvidar que la práctica de la virtud no se reduce a un mero acto bueno, aun por más recto que sea. Es necesario, como hemos dicho antes, la sobrenaturalización de los actos buenos, el motivo espiritual. Para practicar la virtud necesitamos, incondicionalmente, de la gracia divina y santificadora. Es la gracia que viene de Dios y solo Dios es su causa inmediata. Ahora bien, para hallar de manera más rápida y eficaz la gracia de Dios hay que hallar a María. Pero, la pregunta inmediata que se asoma al corazón es: ¿Y porqué? La respuesta la encontramos en los sagrados textos del evangelio que nos dicen que solo María ha hallado gracia delante de Dios. Y si es la “llena de gracia” también es para nosotros fuente de esa gracia. Más aún. María dio el ser y la vida humana al Autor de la divina gracia: Jesucristo nuestro Señor.

 Por eso la llamamos Madre de la Gracia. Dios la escogió como Madre suya, y así, como dispensadora universal de todas las gracias; de tal manera que todo el tesoro espiritual de la fuente de la gracia, que es Cristo, pasa por las manos de María. De este modo, Ella reparte generosamente el tesoro espiritual a nosotros sus hijos.

 
10. ¿VENERANDO A MARÍA, NO ESTAREMOS MENOSPRECIANDO A DIOS?María, como criatura, no es óbice ni obstáculo para llegar al Creador, como creyeron ciertas corrientes de pensamiento dentro del mundo protestante. Y que no dejan aun hoy de repetirse. Pues no es María, sino Cristo presente en Ella. María todo lo lleva a su Hijo. De esta manera, puesto que la santidad de la Virgen excede a la de todos los santos y ángeles juntos, por su intima unión con Jesucristo, quien se une a María, tanto más íntimamente se une a Dios.

 ¡No demos espacio al engaño! No es esta una cuestión meramente devocional. Estamos hablando y tocando, precisamente, un punto básico y fundamental de nuestra vida cristiana. Quien encuentra a María, encuentra a Jesús, y Jesús es Dios. Todos los santos concuerdan que no hay camino más seguro y rápido para encontrarse con Dios que buscándolo en María Santísima, e imitando sus virtudes. Pero volvamos al punto de la obediencia de María.

 
11. ¿HASTA QUÉ PUNTO LLEGÓ LA OBEDIENCIA DE MARÍA?María Santísima fue modelo acabado de obediencia. Obedeció la voz de Dios, y obedeció a su esposo san José. Obedeció la ley civil y obedeció la ley judía. Pero donde María llegó al quicio de la obediencia fue en el sacrificio del Gólgota. Allí Ella acepta y se une a la suprema inmolación de su Hijo crucificado. De ahí su titulo de Corredentora de la humanidad, y también, el de Reina de los Mártires.

 Todo esto se entiende sólo a la luz de las palabras de María. Todo este cuadro se sostiene en la actitud interna de María, y que será como su ideal durante toda su vida terrenal. Las palabras de María son la clave para la comprensión de su papel junto al de su Hijo. María dijo de sí misma: “He aquí la esclava del Señor”.

 Efectivamente. Ella vivió en sumisión total, plena y perfecta a la voz de Dios y todo lo que fuera eco de esa voz divina. María vive como la esclava. Así se definió ella misma ante la voz del ángel. Amó tanto ese título que lo hizo el programa de su vida. Luego, el sentimiento mas intimo de su corazón ante Dios es el de ser esclava del Señor. Esto es, carecer de voluntad propia, de parecer propio, de derechos propios. Su esclavitud abre en su corazón un abismo de humildad y simplicidad inconmensurables. Ella ha renunciado, libre y voluntariamente, a todos sus derechos para esclavizarse total e incondicionalmente a Dios.

Aquí hemos llegado al secreto más íntimo del corazón de nuestra Madre, y lo que la ha hecho grande ante los ojos de Dios y de los hombres. Por eso, y con toda razón, María no se equivocó al decir en su canto de alabanza a Dios, que “todas las generaciones la llamarían bienaventurada.”

 P. Antonio Ofray
 

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