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2. ¿CUÁLES SON LAS EXCELENCIAS DE LA OBEDIENCIA?
Así las cosas, adentrémonos un poco más en la excelencia de esta virtud, a
la cual ningún santo, en su proceso de cristificación, ha sido ajeno.
La sagrada teología nos enseña que la obediencia es una virtud, que aunque
menos perfecta que las virtudes teologales, está también recibida con la gracia
santificante en el bautismo. Aun así, por parte de lo que sacrifica y ofrece a
Dios, la obediencia alcanza un grado excelente en las pléyades de las virtudes
cristianas.
Mediante el ejercicio de las otras virtudes se sacrifican bienes tanto
exteriores, o corporales; pero ninguno más preciado que la propia voluntad.
En fuerza de esta verdad de fe, no se vacila en decir que quienes han
ofrecido a Dios totalmente su voluntad mediante el voto de la santa obediencia
en la vida consagrada, viven y se ofrecen a Dios en un verdadero estado de
holocausto.
3. ¿CUÁLES SON LOS GRADOS DE LA OBEDIENCIA?
a. El primer grado de la obediencia: Se describe como la
mera y simple ejecución exterior de lo mandado. Se lo describe como de escaso valor
meritorio y de santificación. Es la obediencia, digamos “a regañadientes”. Es
una obediencia meramente mecánica, seca, hasta de mala voluntad, y por lo cual
no sirve de mucho para avanzar hacia el cielo.
b. El segundo grado de la obediencia: responde al
sometimiento interior de la voluntad. En este grado ya no es solo el
cumplimiento externo del precepto, sino que la virtud arropa, por así decir, la
misma voluntad del hombre, siendo así más meritorios y sobrenaturales nuestros
actos. En esta se haya el valor intrínseco del sacrificio de la santa
obediencia. Más aun, su mérito sobrenatural es tal que se puede, con toda
legitimidad, renunciar a cualquier otro acto virtuoso. Dirá el escritor
sagrado: “Más vale obedecer que sacrificar.”
c. El tercer grado de obediencia: lo llamaba San Ignacio
de Loyola: la obediencia de entendimiento. Es este pues, el sumo grado de la
virtud de la obediencia, donde se somete no solo la voluntad, sino también el
intelecto, aun entendiendo contrariedad en lo mandado. Este excelente grado de
la virtud tiene su mayor ejemplo en el mismo Jesucristo nuestro Señor; que como
hombre, y parte de su kénosis, es decir, de su anonadamiento, experimenta el
deseo natural de escapar de la muerte, por lo cual parece que a la sola luz de
la razón natural no podía entender en su más honda profundidad el misterio del
plan divino: es decir, su propia y cruenta Pasión redentora.
En el quicio de su agonía en el huerto decía: “Padre mío, si es posible,
que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tu.”
Aun así, y pese a la proximidad de su pasión, Jesús se somete totalmente
(obediencia de entendimiento) al Padre, quien lo ha enviado. Y solo así, tiene
su pleno y cabal cumplimiento la nueva economía de la salvación, a la misma vez
que su excelsa glorificación por la Resurrección.
4. ¿CUÁLES SON LOS ELEMENTOS DE LA OBEDIENCIA?
El elemento principal de la virtud de la obediencia es el hecho de que sea
sobrenatural en su motivo, y por tanto en su acción. Solamente así será una
verdadera y autentica virtud cristiana. De aquí se deduce que el sólo motivo
humano, aun por más recto y auténtico que sea, no es un acto virtuoso
sobrenatural, aunque sí podría servir de plataforma, con la gracia de Dios, a
la virtud.
Pero, la virtud de la obediencia tiene muchas otras características,
también importantes, porque ayudan a ennoblecer más la propia virtud. Las
virtudes son actos humanos y divinos en los cuales, con sus constantes
repeticiones van adquiriendo un profundo arraigamiento en el alma y se van
haciendo cada vez más connaturales a ella.
Por eso, la virtud de la obediencia necesita siempre ser practicada con un
espíritu de fe, viendo a Dios detrás del legítimo superior. Se debe tener una
firme persuasión de que lo que se está cumpliendo es la santa voluntad de Dios.
Ahora bien, el que manda puede equivocarse, (de hecho, muchas veces se
equivoca) pero el que obedece fiel y prontamente jamás se equivoca, a menos que
el superior le mande a pecar.
La obediencia ha de cumplirse con amor, es decir, con caridad. Con Dios en
el corazón, se acepta con gozo y alegría aun la dificultad del sometimiento de
la voluntad, pues Dios es amor.
La prontitud es otro elemento de la obediencia, la cual no hace esperar a
la voz de Cristo. Se ha de rendir sumisión y entrega total a la voluntad de
Dios, cuidando de no confundirla con nuestra propia voluntad. A ello se le
llama devoción. Esto traerá hacia sí una espontaneidad y contagiosa alegría. La
obediencia se ha de hacer con sencillez y humildad, es el efecto de la
simplicidad de alma, pues Dios es su centro.
5. ¿CUÁLES SON LOS FRUTOS DE LA OBEDIENCIA?
La obediencia, lejos de ser una actitud inhumana o arcaica, trae consigo
preciosos frutos y ventajas espirituales al alma obediente y cada vez más
identificada con Cristo. Por ello, durante dos mil años, la Iglesia jamás ha
dejado de enseñar sus grandes ventajas. Los grandes maestros de la vida
espiritual la han tenido siempre como medida de la auténtica santidad. Y los
santos la han tomado como inequívoco camino de perfección en el seguimiento de
Cristo Señor.
Para la inteligencia humana iluminada por la fe, la obediencia ofrece la
certeza del conocimiento de la santa voluntad de Dios, la confianza en el
socorro divino, aún más, cuando la virtud reclama grados heroicos en su
cumplimiento, y por eso también da al alma la seguridad del éxito. Para la
voluntad, la obediencia es como la fuente de la verdadera libertad, pues la
libra de la esclavitud de la voluntad propia y del peligro del libertinaje.
También es para ella germen de fortaleza, pues obedecer hasta el heroísmo
requiere no poca valentía y ánimo de corazón. Para el corazón y el espíritu, la
obediencia es fuente de paz. ¡Qué misteriosa paz y sosiego siente el que ha
obedecido!
La obediencia es el antídoto para los escrúpulos, pues la única cuenta que
hemos de dar a Dios, al final de nuestra humana existencia, es el fruto de la
obediencia. Y así, nuestras únicas palabras ante él serán: Señor, se hizo en mi
según tu palabra.
6. ¿QUIÉN ES MODELO PERFECTO DE OBEDIENCIA?
En resumidas cuentas, Jesucristo es y será siempre el modelo
inconmensurable de la obediencia. A ningún cristiano nunca se le exigirá el
inmenso trabajo, sacrificio, incluso una muerte tan cruenta como le causó a
Jesucristo su obediencia a la voluntad amorosa del Padre Dios.
En efecto, San Pablo nos expone la profundidad y la anchura de la
obediencia de Cristo cuando nos dice: “Tengan entre ustedes los mismos
sentimientos que Cristo. El cual siendo de condición divina, no retuvo
ávidamente el ser igual a Dios. Si no que se despojó de sí mismo tomando la
condición de esclavo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su
porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y
muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre
todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos,
en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor
para gloria de Dios Padre.”
7. ¿CÓMO FUE LA OBEDIENCIA DE CRISTO?
Todo el secreto divino del ser y el hacer de Cristo se resume en la
obediencia. Dice la Carta a los Hebreos en referencia Jesús, al entrar en la
historia del hombre: “Héme aquí, ¡Oh Dios!, para cumplir tu voluntad ” Durante
toda su vida privada Jesús, el Mesías, el Salvador, el Redentor, el Hijo de
Dios, estuvo sujeto a la obediencia de dos criaturas: José y María. Vivía con
ellos y “vivía sujeto a ellos.” De esta manera “progresaba en sabiduría, en
estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.”
La obediencia de Cristo en toda su vida terrenal viene a reparar,
precisamente, el desorden moral que causó la desobediencia del primer hombre:
Adán. Más aún. La obediencia de Jesús alcanza profundidades pasmosas para el
pobre intelecto humano, e insólitas para el entendimiento angélico. Sí.
Jesucristo es un Dios que obedece, que se deja hacer... Y como si fuera poco,
ese mismo Dios, ya inmortal y glorioso en su infinita gloria celestial obedece
a las palabras del sacerdote para hacerse presente, de forma sacramental, en la
sagrada Eucaristía.
El Señor Jesús sacramentado se deja hacer por sus ministros, hasta el punto
de quedar prisionero, día y noche, en todos los sagrarios de alrededor del
mundo. Incluso, hasta exponerse a las mas infames profanaciones por parte de
los hombres, y así hasta el fin de los tiempos.
8. ¿CÓMO ES MARÍA PERFECTO MODELO DE OBEDIENCIA?
La Santísima Virgen María ha dicho de sí misma: “El Poderoso ha hecho obras
grandes por mí...” María se sabe a sí misma como obra de la gracia de Dios, de
su amor y de su misericordia, y esa verdad Ella no la puede ocultar. Por eso,
el grito que sale del alma de María es el Magníficat, es decir, el canto de los
pequeños. Toda la alabanza y belleza que María pronuncia acerca de la obra de
Dios en Ella, es un impulso espectacular del Espíritu Santo. Pero, hay que
decir también que la obra perfecta que la gracia ha terminado en María
Santísima se debe a su obediencia. Así es, Ella es maestra y modelo de las
virtudes, y lo es más aun, de la santa obediencia.
María es el camino más corto y sencillo para llegar a Cristo, y mediante
Cristo al Padre. ¿Acaso no esta aquí contenida toda nuestra santificación?
¿Acaso no ha sido Ella asociada a la obra redentora de su Hijo Jesucristo? Por
eso la Iglesia, con justa razón, la llama Corredentora. Es decir, según el
principio del consorcio, Jesucristo nuestro Señor ha asociado y echo participe
íntimamente a su santísima Madre, en toda su misión redentora y santificadora.
A todo este misterio divino María ha tenido acceso a través de su obediencia.
La palabra secreta de María es el “Fíat”, el “Hágase”, que según la
doctrina común entre los santos padres de la Iglesia, es la oposición radical
al “non serviam” de Satanás y sus secuaces seguidores. Dice las Sagradas Escrituras
que María, ante la buena nueva del arcángel Gabriel dijo: “He aquí la esclava
del Señor; hágase en mi según tu palabra. Y el ángel, dejándola, se fue.” Es
pues, una aptitud de profunda fe; es la fe de “aquellos que escuchan la Palabra
de Dios y la cumplen.”
9. ¿CÓMO LA DE MARÍA NOS SANTIFICA?Es apremiante, más en nuestro mundo post moderno, la necesidad del
conocimiento acerca del papel que juega la Santísima Virgen María en nuestra
santificación personal y colectiva. Y una de esas facetas de María es el ser
modelo de virtudes para el cristiano de ayer, de hoy y de siempre.
Ahora bien, para que el proceso de nuestra santificación, incoado por el
santo Bautismo, se desarrolle en toda su potencialidad es necesario la práctica
constante y perseverante de las virtudes cristianas. Es decir, de la vida de
Cristo, explanada en los evangelios, y de la vida de los santos, como
verdaderos imitadores de Jesús, siendo la Santísima Virgen su primera y mejor
imitadora.
10. ¿VENERANDO A MARÍA, NO ESTAREMOS MENOSPRECIANDO A
DIOS?María, como criatura, no es óbice ni obstáculo para llegar al Creador, como
creyeron ciertas corrientes de pensamiento dentro del mundo protestante. Y que
no dejan aun hoy de repetirse. Pues no es María, sino Cristo presente en Ella.
María todo lo lleva a su Hijo. De esta manera, puesto que la santidad de la
Virgen excede a la de todos los santos y ángeles juntos, por su intima unión
con Jesucristo, quien se une a María, tanto más íntimamente se une a Dios.
11. ¿HASTA QUÉ PUNTO LLEGÓ LA OBEDIENCIA DE MARÍA?María Santísima fue modelo acabado de obediencia. Obedeció la voz de Dios,
y obedeció a su esposo san José. Obedeció la ley civil y obedeció la ley judía.
Pero donde María llegó al quicio de la obediencia fue en el sacrificio del
Gólgota. Allí Ella acepta y se une a la suprema inmolación de su Hijo
crucificado. De ahí su titulo de Corredentora de la humanidad, y también, el de
Reina de los Mártires.
Aquí hemos llegado al secreto más íntimo del corazón de nuestra Madre, y lo
que la ha hecho grande ante los ojos de Dios y de los hombres. Por eso, y con
toda razón, María no se equivocó al decir en su canto de alabanza a Dios, que
“todas las generaciones la llamarían bienaventurada.”
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