martes, 24 de julio de 2012

Que diferencia tan notable es la Santa Misa celebrada por un sacerdote que toma en serio la santidad

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La Misa y el sacerdote



imagen: sormaridel
Diversos modos de celebrar la Misa
Ante nuestra vista debe permanecer siempre esta idea: Cristo es el sacerdote principal en el Sacrificio de la Misa; el sacerdote debe aspirar a una unión siempre actual y más íntima con Él. Frente a esto tenemos los modos tan diferentes de celebrar la Misa: Misa sacrílega, Misa rapidísima, Misa correcta al exterior, pero sin espíritu de fe; Misa diaria y piadosamente celebrada, y Misa de los santos. Así me lo ha hecho notar en conversación el fundador de la Congregación «Fraternidad Sacerdotal». Es digno de meditarse.
En la Misa sacrílega el corazón del celebrante está separado de Dios, separado de Cristo – sacerdote principal -. Tal celebración indigna es pecado mortal gravísimo.
Sin embargo, la Misa conserva todo su infinito valor, tanto por parte de la víctima ofrecida como del principal oferente. Incluso posee valor infinito de adoración, de reparación, impetración y acción de gracias el acto teándrico del oferente principal, vivo siempre para interceder por nosotros.
Si el estado interior de tal sacerdote fuera patente a los fieles, el escándalo sería colosal y sus consecuencias incalculables.
La corrupción de lo bueno es lo peor. La vida sacerdotal es falsificada. Se finge una caridad que no se posee, se simula prudencia, hay hipocresía, consejos farisaicos, pésimos ejemplos. Santa catalina de Siena habla numerosas veces de semejante escándalo. La Iglesia se le aparecía como una virgen cuyos labios estaban corroídos por la lepra.
Tal Misa postula reparación del sacerdote culpable; a veces Dios la acepta de almas santas contemplativas, que sufren con el fin de obtener la conversión de sacerdotes caídos.
La Misa brevísima, Misa celebrada a velocidad de vértigo, en quince minutos, con conciencia dudosa a veces, no deja de ser a su modo un escándalo. San Alfonso María de Ligorio, siendo obispo, proscribió tales Misas en sus diócesis, escribiendo sobre el partículas: «No existe en tales sacerdotes ni gravedad ni seriedad de vida; lo interesante para ellos no es la Misa, sino el dinamismo, la actividad externa, el seudoapostolado; no tienen vida interior, les falta el alma misma del apostolado».
¡Cuánto distan tales misas de aquellas de las que el mártir San Juan Fisher podía afirmar: «La Misa es el sol espiritual que nace cada día derramando luz y calor sobre las almas! Las misas «breves», al contrario, son un escándalo por el modo mecánico de pronunciar, sin espíritu de fe, los Kiries, Gloria, Credo y Sanctus. Ni aun materialmente legan a pronunciar las palabras, dada la extrema rapidez. Por el mismo estilo se pronuncian las oraciones del Misal, como palabras sin sentido, cuando su alcance total no se penetrará perfectamente sino en el cielo.
Es un verbalismo raquítico, contrario en absoluto a la contemplación. Si hay palabras que deben pronunciarse con plena conciencia, con penetración contemplativa, son éstas del Misal: Kiries, Gloria y Credo. En la misa de que hablamos se pronuncian rápidamente para terminar pronto. Se hacen las genuflexiones rápidamente, sin ningún sentido de adoración. Estas misasa tan «ligeras» pueden hacer un daño grande a los que vienen a la Iglsia Católica y buscan un verdadero sacerdote a quien puedan abrir su conciencia en busca de la verdad. Decía Dn. Hügel en la vida de Santa Catalina de Génova: «Hay ecelsiásticos que tienen tanto sentido religioso como mi zapato».
Después de semejantes misas, generalmente, se suprime la acción de gracias o queda reducida a un signo.
Luego vienen las misas correctas exteriormente, pero celebradas sin espíritu de fe. Dícense con atención al rito externo a las rúbricas; el sacerdotes es, tal vez, estupendo liturgista, pero celebra como un funcionario eclesiástico, sin sentido religioso. Cierto que conoce las rúbricas y las observa; pero no ha pensado en el valor infinito de la Misa ni en el oferente principal, de quien es sólo un ministro. Es Alter Christus en el exterior, por su carácter que hace válida la Misa, aunque no se manifiesta su alma sacerdotal. Parece que la gracia santificante y la sacramental del Orden se han paralizado el día de su ordenación; gracias que eran como tesoros a crédito, no fructifican, antes bien permanecen estériles. Y lo que es peor: este sacerdote piensa que está muy bien lo que hace, porque cumple bien con las rúbricas, con lo cual ya no aspira a más. Pronuncia los Kiries, el Gloria, el Credo, el Sanctus, las palabras de la consagración y la comunión sin espíritu de fe.
Si tales sacerdotes mueren en estado de gracia han de sentir en el purgatorio un dolor muy grande por su negligencia, y desearán se les aplique, en reparación, una misa mejor celebrada.
Por el contrario, existe la Misa celebrada digna y piadosamente, con verdadero espíritu de fe, con confianza en Dios, con amor a Dios y a las almas. En ella se siente el soplo e impulso de las virtudes teologales, motoras de la virtud de la religión. Entonces el Kirie eleison es verdadera oración de súplica; el Gloria, adoración del Altisimo; léese el Evangelio del día con fe profunda, y las palabras de la Consagración se pronuncian en unión actual con Cristo, principal oferente, y hasta con cierto conocimiento de la irradiación espiritual de la oblación e inmolación sacramental en el mundo e incluso en el purgatorio. Se pronuncia el Agnus pidiendo, de verdad, la remisión de los pecados; la Comunión es como debe ser, substancialmente más ferviente y fecunda cada día, pues todos los días aumenta la caridad por el sacramento de la Eucaristía. La comunión a los fieles ya no es una distribución mecánica sino una comunicación de la vida superabundante a los mismos para que tengan vida cada vez más abundante. El sacrificio de la Misa se termina con una contemplación simple pero viva del Prólogo del Evangelio según San Juan. Sigue la acción de gracias enteramente personal prolongada los días festivos si el tiempo lo permite a modo de oración mental. Es tiempo oportuno para la oración íntima, pues Cristo está sacramentalmente presente en nosotros y nuestra alma continúa bajo su influjo actual siempre que permanezca recogida.
Finalmente, ¿qué diremos de la Misa de los santos? El sacrificio eucarístico celebrado por San Juan Evangelista en presencia de la Santísima Virgen era con toda verdad la continuación sacramental del sacrificio de la Cruz cuyo recuerdo permanecía vivísimo en el Corazón de la Madre de Dios y de su hijo espiritual. La Misa de San Agustín después de las horas de contemplación – como se manifiesta en su obra De Civitate Dei – debía ser unión íntima con Cristo Sacerdote.
Asimismo, la Misa de Santo Domingo, de Santo Tomás, de San Buenaventura, quienes compusieron oraciones de acción de gracias hoy todavía en uso; la Misa de San Felipe Neri, arrebatado en éxtasis tantas veces después de la consagración por la intensidad de su contemplación y de su amor a Jesús, Sacerdote y Víctima.
Los numerosos fieles que vieron celebrar a San Francisco de Sales tuvieron siempre hacia él una veneración máxima.
Decía el santo cura de Ars: «Si conociéramos lo que es la Misa, moriríamos». «Para celebrarla el sacerdote debía ser santo. Cuando estemos en el cielo, veremos qué es la Misa, y cómo tantas veces la hemos celebrado sin la debida reverencia, sin adoración, sin recogimiento».
Como nos afirma la Imitación de Cristo, lib. IV, capítulo 9, los santos unieron siempre la oblación de los propios dolores a la oblación del mismo Cristo, Sacerdote y Víctima a la vez. El Padre Carlos de Foucauld, celebrando su Misa entre los Mahometanos del África, se ofrecía por ellos a fin de preparar su futura evangelización.
La Misa de los santos es como una introducción o preludio, un comienzo del culto eterno expresado ya en las palabras finales del Prefacio: «Santo, Santo, Santo»




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