Les presento la charla del ingeniero Gerardo Crespo que dio en la parroquia
de San Lorenzo, con motivo del Aniversario de la Adoración Perpetua. Es una
charla verdaderamente rica y gustosa en el amor a la eucaristía. Un poco larga
pero no deja de ser enriquecedora para el alma. Espero que aquellos que desean
cultivar el amor a la Eucaristía y el conocimiento a la misma puedan gustar y
saborear esta charla que sale de un corazon locamente enamorado del Dios del
Sagrario.
“El me
ha invitado, me espera, me desea.”
Pueblo
de San Lorenzo, Pueblo de Dios, Pueblo eucarístico: Puerto Rico, hoy fijs sus
ojos en ti, porque eres un pueblo que adoras al Señor. Porque eres un pueblo que alabas al
Señor. Hoy, Puerto Rico fijs sus ojos en
tus sacerdotes, en tu Iglesia, porque has sabido responder al llamado del Señor
a Zaqueo cuando le dijo: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy conviene que me quede
en tu casa.” Desde lo más profundo de mi corazón les felicito a todos por este
12mo. Aniversario del comienzo de la Adoración Eucarística Perpetua en la
Parroquia y agradezco la invitación que me cursaran para conocernos y disfrutar
de la Palabra de Dios.
En
el cierre de este Santo Triduo, me gustaría que reflexionáramos un poco sobre
la relación entre la Santa Misa y la adoración eucarística...
Hermanos,
hace unos años, el Santo Padre comenzaba unas de sus extraordinarias homilías
con este cuento de Leon Tolstoi… “Había
una vez en una tierra muy lejana, un rey que quería ver a Dios. Este rey ya tenía todas las riquezas que
quería y había visto todo lo que se ha antojado, pero sentía que había algo más
que estaba por encima de todas las riquezas y que aún no había podido
lograr. El rey pensaba que antes de
morir sólo le faltaba un deseo por cumplir, el de ver a Dios. De inmediato, reunió a todos los sabios del
reino entero y les dijo: “Les doy tres días de plazo para que me digan cómo
puedo ver a Dios. Pero pasaron los tres
días y nadie pudo enseñarle a ver a Dios.
El se llenó de cólera y los amenazó a todos con la muerte, pero ni eso
logró que encontraran la manera de hacerle ver a Dios. En eso, se presentó un pastor sencillo y le
dijo: “Te enseñaré cómo puedes ver a Dios.
Ven acompáñame.” El pastor se llevó al rey a un campo abierto y le
enseñó el sol diciéndole: “Mira.” El rey quiso mirar el sol pero no pudo,
respondiendo enojado: “Acaso quieres que me vuelva ciego?” El pastor le replicó: “Señor, el sol es sólo
una pequeña creación del gran Dios… si no eres capaz de mirar su creación, cómo
lo vas a mirar a El?” El rey entendió esto. Sin embargo, no estaba satisfecho
aún y le dijo: “Dime, qué había antes de Dios?” El pastor le respondió:
“Empieza a contar!” El rey contó: “uno, dos, tres…” Pero el pastor lo
interrumpió: ‘No, debes contar desde antes, debes empezar antes del número
uno.” El rey le contestó: “No hay nada antes del número uno.” Replicó el
pastor: “De la misma manera no hay nada antes de Dios.” Contéstame otra
pregunta más y me basta, dijo el rey.
“Qué hace Dios?” El pastor sonrió
y le dijo: “Eso te lo voy a contestar si dejas que cambiemos de ropa. Yo me pongo la tuya y tú te pones la mía.” El
rey bajó de su trono y cambió de ropa con el pastor. “Así es Dios”, explicó el pastor, “baja de su
trono, se viste como los hombres y los trata con tanta bondad que quiere darles
su misma ropa de rey.” Entonces dijo el rey: “Ahora sí entiendo a Dios.”
En
ese entonces, el Santo Padre nos explicaba el sentido de este relato: “El Hijo de Dios, Dios verdadero de Dios
verdadero, renunció a su esplendor divino, “se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos. Y así,
actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la
muerte.” (Fl 2,6).
Y
continúa el Santo Padre diciéndonos: “Dios
asumió lo que era nuestro para que nosotros pudiéramos recibir lo que era suyo.
Cristo se ha puesto nuestros vestidos: el dolor y la alegría de ser hombre, el
hambre, el cansancio, las esperanzas y las desilusiones, el miedo a la muerte,
todas las angustias hasta la muerte…”
Cabodevilla
lo dirá de la siguiente forma: “Jesucristo
vistió a los humanos con su ropaje de gloria a la vez que El se cubría con
nuestra carne mortal.”
Hermanos
muy queridos, ¿podemos
entender todo el alcance de estas palabras?
¿Podemos
entender el obrar de Dios? ¿Podemos
entender que todo un Dios que los cielos no pueden contener se haya hecho un
niño pequeño, pobre e indefenso? Porque
si no podemos entender esto, mucho menos entenderemos a todo un Dios que se ha
quedado con nosotros en la sustancia del pan y del vino… A un Dios que se ha
quedado como alimento de vida eterna.
Me
dirán: “Gerardo, no exageres... Desde
muy pequeño yo aprendí todas esas cosas…” Y yo les pregunto: ¿Por
qué, para algunos, se hace tan difícil ver al Señor en el hambriento, en el
sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo o en el confinado (Mt
25,34)? ¿Por
qué, en muchas ocasiones, somos como los justos de la parábola que le
preguntaron al Señor: “¿Cuándo
te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo
te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo
te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte? De igual forma, ¿por
qué se hace tan difícil entrar ante la presencia de Jesús Eucaristía y no
arrodillarnos ante Dios? ¿Por
qué se hace tan difícil arrodillarnos durante la consagración eucarística en la
Santa Misa? ¿Por
qué la Santa misa se nos hace tan larga?
¿Por
qué la prédica se nos hace tan larga…?
El
mismo Señor le dirá a Nicodemo y nos dice a nosotros hoy: “Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable
de las cosas del cielo?” (Jn 3,12).
Y
precisamente de “cosas del cielo” vamos a hablar esta noche… Vamos a hablar de
la Santa Misa y de la prolongación de la Santa Misa que es la adoración a Jesús
Eucaristía. Como dice el Santo Padre: “Con la Eucaristía el cielo baja sobre la
tierra, el mañana de Dios desciende en el presente y el tiempo queda como
abrazado por la eternidad divina.”
Como
dice Scott Hahn en su maravilloso libro la Cena del Cordero:
“Porque ir a Misa es ir al
cielo...”
“Porque nuestras obras nos
acompañan cuando vamos al cielo y nos acompañan cuando vamos a Misa…”
“Porque la Misa es la cena
nupcial con el Cordero...”
“Porque ir a Misa es recibir
la plenitud de la gracia...”
“Porque ir a Misa es recibir
la vida misma de la Trinidad, pues recibimos a Dios dentro de nosotros...”
“Porque en la Misa, Dios
renueva su Nueva y Eterna Alianza con cada uno de nosotros…”
Hermanos,
los padres de la Iglesia nos dicen que el Amén de la Iglesia, luego de la
Plegaria Eucarística, era lo más parecido a un trueno. ¿Y saben por qué? Porque ese Amén, que nosotros repetimos con
más o menos “corazón”, más que una respuesta afirmativa, más que un “así sea”, es
un compromiso personal. Un compromiso
para vivir las exigencias evangélicas: Bienaventurados los pobres de espíritu,
bienaventurados los mansos, bienaventurados los misericordiosos,
bienaventurados los que trabajan por la paz…
¿Recuerdan
la visión que tuvo San Juan en el Apocalipsis?: “después miré y había una muchedumbre inmensa,, que nadie podía contar,
de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el
Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos…”(Ap 7,9). A lo que San Juan preguntó: “¿Quiénes son y de dónde han
venido?” Y le fue contestado: “Esos son los que han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la
sangre del Cordero.” (Ap 7,14). Nos
comenta el Santo Padre que de niño él se cuestionaba: “…pero algo que se lava en la sangre no queda blanco como la luz.” Y
él mismo nos contesta: “La sangre del
Cordero es el amor de Cristo crucificado.
Este amor es lo que blanquea nuestros vestidos sucios, lo que, a pesar
de todas nuestras tinieblas, nos transforma a nosotros mismos en “luz en el
Señor”.” Todos nosotros hermanos, hemos sido, por la gracia del Sacramento
del Bautismo, revestidos de Cristo. Porque en el Bautismo se da un “intercambio de vestidos, un intercambio de
destinos”, como lo expresara el Santo Padre. Nos los dice San Pablo en Gálatas 3,27: “Todos los bautizados en Cristo os habéis
revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre
ni mujer; ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.”
¿Recuerdan
la parábola del Señor, que empieza… “El
Reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de
su hijo…”? ¿Recuerdan
que uno de los invitados a la boda no tenía el vestido de bodas y fue sacado
del banquete? El Santo Padre nos explica
que este banquete de bodas es la celebración eucarística y los invitados a ella
somos todos los que hemos recibido el sacramento del bautismo (CIC Num.1329,
Banquete del Señor). Nos lo confirma el
Beato JPII: “El don por excelencia de la
Eucaristía es un misterio de alianza, un misterio nupcial entre Dios y la
humanidad.”
Ahora
bien, ¿cuál
es ese vestido de bodas que nos falta? Hermanos
míos, el vestido de bodas que nos falta, nos dice el Santo Padre, es el “vestido
del amor de Cristo”. El invitado que no
tenía el vestido de bodas, fue arrojado a “las tinieblas de afuera”, que no
significa otra cosa que a las tinieblas internas del corazón donde no reina el
amor de Dios. ¡Cuántos hermanos nuestros
caminan en tinieblas aunque haga el sol más radiante!
¿Y
qué debo hacer para tener el “vestido del amor de Dios”? ¿Y
qué debo hacer para tener el vestido nupcial del amor? ¡La respuesta es adorar
a Dios! ¡Hemos sido creados para adorar
a Dios! ¡Hemos nacido para adorar a
Dios! Y el acto supremo de adoración a Dios es la Santa Misa. Nos lo dice el Santo Padre: “La celebración eucarística es el acto más
grande de adoración de la Iglesia.”
Hermanos,
hay una cita inmensa del teólogo Antonio Royo Marín que dice así: “Una sola Misa glorifica más a Dios, que lo
que le glorificarán en el cielo por toda la eternidad, todos los ángeles y
santos y bienaventurados juntos, incluyendo a la Santísima Virgen María, Madre
de Dios.” ¿Y
saben por qué? Porque en la Misa es el
mismo Hijo de Dios quien glorifica al Padre: “Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te
glorifique a ti.” (Jn 17,1). ¿Y cuál
es esa hora? Es la hora de su Pasión y
su Cruz. Dice San Lucas: “Cuando llegó la hora, se puso a la Mesa con
los Apóstoles…”(Lc 22,14).
Y esa hora se actualiza y se hace presente
durante la celebración de la Santa Misa.
Dice el Beato JPII: “Cuando se
celebra la Eucaristía se retorna de modo casi tangible a su “hora”, la hora de
la cruz y de la glorificación. Aquel
lugar y a aquella hora vuelve, espiritualmente, todo presbítero que celebra la
Santa Misa, junto con la comunidad cristiana que participa en ella.” El
Catecismo nos lo dirá: “El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la
Eucaristía son, pues, un único sacrificio.” (Num. 1367.
Hay
una cita hermosa del Santo Padre
refiriéndose a “la hora de Jesús”: La
hora de Jesús es la hora en la cual vence el amor. La hora de Jesús quiere llegar a ser nuestra
hora y lo será, si nosotros, nos dejamos arrastrar por aquel proceso de
transformación que el Señor pretende.” Parafraseando las palabras del Santo
Padre, la Santa Misa es la Presencia de la Hora de Jesús, la cual el Señor
quiere que sea también nuestra hora: La hora del amor de Dios. Porque, como dice la escritura: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su
Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida
eterna.”(Jn 3,16) San Pedro Julián
Eymard, el Apóstol de la Eucaristía, hablaba de la “hora del paraíso”. Sus palabras dicen así: “Ved la hora de adoración que habéis escogido como una hora del
paraíso: id como si fuerais al cielo, al banquete divino, y esta hora será
deseada, saludada con felicidad. Retened
dulcemente el deseo en vuestro corazón. Decid: ‘Dentro de cuatro horas, dentro
de dos horas, dentro de una hora iré a la audiencia de gracia y de amor de
nuestro Señor…” Les pregunto: ¿por
qué no aplicarlo también a nuestra celebración de la Santa Misa?
Hermanos,
ya hemos dicho que la Santa Misa es la presencia misma de la Hora de Jesús.
Pero al mismo tiempo, es el Día de su gloriosa resurrección. La Santa Misa es el Memorial de la Pasión y
la Resurrección del Señor (CIC Num. 1330).
Y porque Cristo Resucitado es el “Día sin ocaso”, la Santa Misa es una
pregustación, es un anticipo de la Jerusalén Celestial, la que “no necesita ni sol ni luna que la alumbren,
porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero”(Ap 21,23). Cuando participamos de la Santa Misa se
cumplen las promesas del Apocalipsis, cuando dicen: “Y el que está sentado en el trono, extenderá su tienda sobre
ellos. Ya no tendrán hambre ni sed;
ya no les molestará el sol ni sofocación
alguna. Porque el Cordero que está en
medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de
la vida. Y Dios enjugará toda lágrima.”
(Ap 7,15).
Hermanos,
participando de la celebración de la Santa Misa, unimos nuestras voces a los
ángeles y a los bienaventurados en el cielo quienes “se inclinaron con el rostro en tierra delante del trono y adoraron a
Dios diciendo: Amén. Alabanza y gloria, sabiduría y acción de gracias, honor y
fuerza y poder a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amen.”(Ap 7,11).
Ahora bien, hermanos, hemos dicho que
es necesario adorar y que los ángeles del cielo están siempre en adoración.
Pero, ¿sabemos lo que significa
la palabra adorar? Nos explica el Santo
Padre que la palabra “adoración” tiene dos acepciones: una en griego y la otra
en latín. Nos lo explica de esta manera:
“La palabra griega “proskynesis” indica
el gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida,
cuya norma aceptamos seguir.” O sea, continúa el Santo Padre: “Significa que la verdadera libertad no
quiere decir gozar la vida, considerarse absolutamente autónomo, sino
orientarse según la medida de la verdad y el bien, para llegar a ser, nosotros
mismos, verdaderos y buenos.” Y ahora yo les pregunto, ¿y
quién es la Verdad? ¿Quién
es el Sumo Bien? Nos dice el mismo Jesús:
“Yo soy el Camino, Verdad y Vida.” Nos dice el Apóstol Pedro en los Hechos de los
Apóstoles: “Vosotros sabéis … cómo Dios,
a Jesús de Nazaret, le ungió con el Espíritu Santo… y cómo él pasó haciendo el
bien y curando a todos los oprimidos por el diablo…”(Hch 10,38).
Ahora
bien, hermanos, este gesto de sumisión a la Verdad y al Sumo Bien, para llegar
a ser nosotros verdaderos y buenos, sólo puede darse a través del siguiente
paso que lo encontramos en el significado de la palabra latina “ad-oratio”. Dice el Santo Padre: “La palabra latina para adoración es “ad-oratio”, contacto boca a boca,
beso, abrazo y por tanto, en resumen, amor.
La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es Amor… El
Cuerpo y la Sangre de Cristo se nos dan para también nosotros mismos seamos
transformados. Nosotros mismos debemos llegar a ser Cuerpo de Cristo, sus
consanguíneos.” Oigan bien hermanos: ¡la finalidad última de la adoración a
Dios consiste en recibir A Jesús Sacramentado, que se nos ofrece como alimento
y a la misma vez nos transforma en otros Cristos! Ya lo decía San León Magno: “Nuestra participación en el Cuerpo y Sangre
de Cristo no tiende a otra cosa que a convertirnos en aquello que comemos.”
Nos parecen escuchar al oído las palabras de San Pedro Julián Eymard, las
cuales sirven de título para esta charla…
“El (Jesús) me ha invitado… El me espera… El
me desea.”
Hermanos,
el Santo Padre resume todas estas importantes ideas de la siguiente manera:
“En la Eucaristía el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro
y desea unirse a nosotros.”
“Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos”.
“Precisamente así, y sólo así, nos hacemos una sola cosa
con El y, en cierto sentido, pregustamos anticipadamente la belleza de la
liturgia celestial.”
Ahora
que conocemos lo que significa la palabra adorar y que la Santa Misa es el acto
supremo de adoración, les pregunto: ¿qué
es la Adoración Eucarística? La Adoración Eucarística no es otra cosa que la continuación, la prolongación de lo
acontecido en la celebración
eucarística. Es por esta razón, hermanos, que no podemos participar de una y
obviar la otra. Es importante que participemos de la Santa Misa si queremos agradar
al Señor en el acto de adoración eucarística. Y más que agradar a Dios, darle
perfecto cumplimiento al acto de adoración. No hay forma que divorciemos una de
la otra. De esta forma se cumplen las palabras del Papa cuando dice: “La adoración llega a ser de este modo
unión. Dios no solamente está frente a nosotros, como el totalmente Otro… Está dentro de nosotros, y nosotros en
El. Desde nosotros quiere propagarse a
los demás y extenderse a todo el mundo.”
Y yo añado: y de esta forma hacemos realidad la petición de Jesús a
Dios Padre en la Ultima Cena: “Para que
sean uno como nosotros somos uno, yo en ellos y tu en mí.” (Jn 17,22).
En
la Santa Misa no sólo se ofrece a Dios una adoración infinita, sino que también
se ofrece, una Reparación, una Acción de Gracias y una Súplica de valor
infinito. ¿Y
saben por qué? Porque es Cristo mismo quien la ofrece y el que se ofrece. Jesucristo
es al mismo tiempo Sacerdote, Altar y Víctima. La Santa Misa es
la realización más acabada del mandamiento: “Adorarás
al señor tu Dios y a El y a El sólo servirás.” (Mt 4,10). De igual forma, es imposible dar a Dios una
reparación más perfecta por las faltas cometidas diariamente, un agradecimiento
más perfecto por los bienes recibidos, y una súplica más perfecta, porque
unimos nuestro corazón al Corazón Eucarístico de Cristo, quien adora, repara,
agradece y suplica con perfección divina.
Ahora
bien, estos fines u objetivos de la Santa Misa se deben extender, se deben
prolongar a nuestra adoración eucarística.
Nuevamente prestemos atención a las palabras de San Pedro Julián Eymard:
“En el santo Sacrificio de la Misa,
Jesucristo se ofrece a su Padre, lo adora, le da gracias, lo honra y le suplica
a favor de su Iglesia, de los hombres, sus hermanos y de los pobres
pecadores. Esta augusta oración, Jesús
la continúa por su estado de víctima en la Eucaristía. Unámonos entonces a la oración de Nuestro
Señor; oremos como El por los cuatro fines del sacrificio de la Misa: esta
oración resume toda la religión y encierra los actos de todas las virtudes.”
¡Esa
es nuestra misión en la Adoración Eucarística Perpetua! ¡Unirnos a la oración
de Nuestro Señor en la Santa Misa! ¡Orar como Jesús por los cuatro fines del santo
sacrificio de la Misa!
Orar,
como dice San Pedro Julián Eymard, “en cuatro tiempos”: Oración de Adoración
(A), Oración de Reparación-Desagravio (D), Oración de Acción de Gracias (A) y Oración
de Súplica (S)… A lo que yo he llamado:
A D A S
Oración
de Adoración – “Por Cristo, con El y en El, a ti, Dios Padre omnipotente, en la
unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los
siglos. Amén.” (Amén solemne)
Ofrezcamos
nuestra persona a Cristo, nuestras acciones, nuestros dolores y sufrimientos,
nuestras alegrías, en fin, nuestra vida. Nos lo exhorta San Pablo en su carta a
los Romanos: “Os exhorto, pues, hermanos,
por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima
viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual.” Tenemos un ejemplo extraordinario en
Abraham a quien Yahveh pidió sacrificar a su único hijo Isaac. ¿Cuáles
fueron las palabras de Abraham a sus siervos, cuando llegaron al lugar del
sacrificio?: “Yo y el muchacho iremos
hasta allí, haremos adoración y volveremos donde vosotros.”(Gn 22,5) Tengamos de ejemplo a Abraham, quien por
encima de su inmenso dolor, mantuvo su disposición de adoración a Dios, de
sacrificio a Dios, de obediencia a Dios, de amorosa sumisión a Dios, de fe en
Dios. Por eso, Abraham es el padre de la
fe. Abraham no entendía el proceder de Dios, pero sí sabía que Dios cumple siempre
sus promesas. Y su hijo Isaac era el cumplimiento de esas promesas de
Dios. “Dios proveerá.”, como le dijera a su hijo Isaac cuando le preguntó
dónde estaba el cordero para sacrificio.
De hecho, ése fue el nombre elegido por Abraham para su cuarto y último
altar erigido a Yahveh: “Yahveh provee”.
Escuchen las hermosas palabras del Catecismo (Num. 2570): “La oración de Abraham se expresa con hechos: hombre de silencio, en
cada etapa construye un altar al Señor…”
Qué mejor ejemplo que el de nuestra Madre y
Reina, cuando comienza el canto del Magnificat con estas hermosas palabras: “Proclama mi alma las grandezas del Señor.” La Virgen no conocía en detalles todos los
pormenores del reciente anuncio del Arcángel, pero se sometió con amor a la
amorosa voluntad de Dios.
Otra enseñanza para nosotros… ¿Cuáles
fueron las palabras del tentador al Señor en lo alto del monte? “Todo esto te daré si postrándote me
adoras.”(Mt 4,9) A lo que el Señor contestó: “Al Señor tu Dios adorarás, y solo a El darás culto.” Y dice la
Palabra que “entonces el diablo le deja”.
¡Cada vez que nos veamos amenazados por esa tentación ante la cual nos
sentimos indefensos, corramos a la adoración eucarística y alcanzaremos la paz
en nuestro corazón!
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Oración
de Reparación (Desagravio) – “Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante
ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y
omisión. Por mi culpa, por mi culpa,
por mi gran culpa…” (Primera parte del acto penitencial)
Dice
Royo Marín: “Después de la adoración,
ningún otro deber más apremiante para con el Creador que el de reparar las
ofensas que de nosotros ha recibido.” Dice Arami: “En el
día, está la tierra inundada por el pecado: la impiedad e inmoralidad no
perdonan cosa alguna. Por qué no nos castiga Dios? Porque cada día, cada hora, el Hijo de Dios
inmolado en el altar, aplaca la ira de su Padre y derrama su brazo pronto a
castigar.”
¿Qué
significa la palabra reparación? Esta
palabra proveniente del latín, significa restablecimiento. Hay una definición de reparación que me gusta
mucho: “Reparar es recompensar con mayor
amor por el fracaso en el amor a causa del pecado.” Dice el Santo Padre: “Contra este gran peso del mal que existe en el mundo, el Señor pone
otro peso más grande, el de su amor infinito que entra al mundo… El “plus” del
mal es superado por el “plus” inmenso del bien, del sufrimiento de hijo de
Dios…” Este “plus” del Señor es para
nosotros una llamada para ponernos de su parte, a entrar en este gran “plus”
del amor y a manifestarlo, incluso con nuestra debilidad.”
Escuchemos las palabras del Apóstol San Pablo a
los Colosenses 1,24: “Ahora me alegro por
los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta
a las tribulaciones de Cristo, a favor de su cuerpo, que es la Iglesia.”
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Oración de Acción de Gracias – “Demos gracias al Señor,
nuestro Dios. Es justo y necesario. En verdad s justo y necesario; es nuestro
deber y salvación darle gracias siempre y en todo lugar…” (Plegaria
Eucarística)
“Es el
acto más dulce del alma, el más agradable a Dios, y el perfecto homenaje a su
bondad infinita” (San Pedro Julián Eymard). Dice Royo
Marín: “Los inmensos beneficios de orden
natural y sobrenatural que hemos recibido de Dios nos han hecho contraer para
con El una deuda infinita de gratitud.
La eternidad entera resultaría impotente para saldar esa deuda… Pero
está a nuestra disposición un procedimiento para liquidarla totalmente: el
santo sacrificio de la Misa.”
¿Saben
cuál es el significado de la palabra eucaristía? Precisamente eso: acción de gracias a Dios. Recordémonos
de San Pablo cuando nos dice: “¿Quién es el que te distingue? ¿Qué tienes que no hayas
recibido? Y si lo recibiste, por qué te glorías como si no lo hubieras
recibido? (1Cor4,7). Por eso, hermanos, “Todo cuánto hagáis, de palabra y de obra,
hacedlo todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio, a Dios
Padre.” (Col 3,17)
¿Cómo
dice la Palabra? “Tomó luego pan, y dando
las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado
por vosotros…”(Lc 22,19). Y esta
acción de gracias a Dios, pronunciadas por Cristo, en la figura del sacerdote,
¡se repiten cuatro veces cada segundo en el mundo! “¡Dad gracias al Señor porque es
bueno, porque es eterna su misericordia!” (Sal 118,1)
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Oración de Súplica – “Por eso ruego a San María, siempre
Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes hermanos, que intercedan por
mí, ante Dios, nuestro Señor.” (Segunda parte del acto penitencial)
En la Santa Misa, Jesús, está “siempre vivo
intercediendo por nosotros”(Hb 7,25), apoyando con sus méritos infinitos
nuestras súplicas y peticiones. Unamos
nuestra oración a la del Señor para que “venga su Reino”. Oremos por todas las intenciones del mundo y
por todas nuestras intenciones. Recordemos y confiemos en las palabras del
Señor cuando nos dice: “Pidan y Dios les
dará, busquen y encontrarán, llamen y Dios les abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca
encuentra, y al que llama, Dios le abre.”
Hagamos de la oración del Padre Nuestro nuestra
oración. Una oración que tenga eco en nuestro corazón… El Señor se
lo dijo a sus discípulos en la Ultima Cena y nos lo dice hoy a todos nosotros: “Cualquier cosa que pidan en mi nombre, lo
haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Les concederé todo lo que pidan en mi nombre.”
(Jn 14,13). Dios Padre, siempre
escucha a su Hijo (“Yo sé que siempre me escuchas, Jn 11,42), y en atención a
El, El Padre nos concederá todo cuanto necesitemos. Recuerden siempre: Jesús me ha invitado, me
espera, me desea…
Dios los bendiga.
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Quiero terminar con algunas estrofas del poema de Alfonso
Junco…
Amado que
encarcelado
Te
quedaste en el altar:
Amor te
puso cadenas
Y sin
movimiento estás.
Afuera,
el mundo se muere
De frío y
de soledad…
En tu
sagrario hallaría
Su
remedio substancial:
La
plenitud llameante
Del amor
y la verdad.
¡Pero
ignora o lo olvida
Y así
envejece en su mal!
Tú no
puedes mover,
Él no te
viene a buscar,
¡y él y
Tú, los dos se mueren
De frío y
de soledad!
¡Ven a mi
pecho, Señor:
Yo te
quiero libertar!
Ven
conmigo, iremos juntos,
Todo lo
recorrerás:
Calles,
comercios, talleres,
Los
campos y la ciudad.
Iremos
juntos, Amado:
¡donde
esté yo, Tú estarás!
Excelente charla.
ResponderEliminarDios le bendiga abundantemente.