sábado, 14 de junio de 2014

Es como si fuera madre de un sacerdote


imagen Sor Maridel


Ayer viernes, estuve en el entierro de la mamá de un buen amigo… Gerardo Crespo.  El ambiente que se percibía era sumamente especial.

Cuando llegamos a la Iglesia de San Sebastián, las palabras del sacerdote, la Santa Misa, sonaban distintas a mis oídos… sonaban como música que destilaban el perfume de las notas más sublimes, delicadas, con una elegancia espiritual exquisita… brotaban del corazón del sacerdote… y a la vez el ambiente en sí era sumamente especial…

Al finalizar la Santa Misa, vino a mi mente un pensamiento para mi sorpresa… El pensamiento era: “es como si ella fuera  “madre de un sacerdote”… pero no lo es… ninguno de sus hijos varones lo son. Mas en mi corazón y en mi mente había un sentimiento y un convencimiento de: es como si ella fuera “madre de un sacerdote”…

Luego en el cementerio, al reunirnos alrededor del féretro, una de las asistentes de la funeraria me entrego una rosa… a todos les entrego una rosa… para ser lanzada luego de bajar el féretro a la fosa…

Son rosas que adornaban el carro fúnebre… al entregármela me invadió el perfume de rosas haciéndome buscar si procedía de la rosa tan exquisito perfume… de la rosa apenas podía percibir un pobre olor… además el calor intenso, el viento, mas el frio en las neveras de la floristería de donde procedian  era motivo suficiente para perder su perfume.

La rosa que me toco era amarilla, un color hermoso. Pero tenía dos o tres pequeñas manchitas  que dañaban, auque apenas se percibían bien. En varias de la orilla de sus pétalos asomaban un hermoso color rojo…

Observando la rosa, mientras escuchaba al hijo, Gerardo Crespo, dar el duelo, pensaba que mi rosa significaba “la fe”… mi fe… pero esas manchitas, pensaba era que mi fe no era esplendorosa, heroica… las pequeñas pinceladas de rojo, pensaba era que mi fe iniciaba a mostrarse en una ardiente caridad… iniciaba… aun no era arrolladora esa caridad…

Seguía meditando en la rosa mientras Gerardo hablaba… lo escuchaba muy bien… a la vez me examinaba en esa virtud que tanto deseo poseer… la fe… la fe de mi Madre Celestial… la fe de los santos… la fe de los mártires… la fe de los niños que nada temen y todo confían al descubrir a Dios…
Se movían los presentes hacia la fosa para enterrar a tan bella señora… bella por su virtud heroica… bella por su fe invencible… bella por su alma orante… bella por su pequeño “fíat” que motivo a tantos a seguir el camino de Dios…

Lo pensé dos veces, no, no lanzaría mi rosa a la fosa… no… se iría conmigo… para seguir meditando… para colocarla a los pies de mi Mater… para sentir, al mirarla, que debo trabajar con mayor entusiasmo por alcanzar ese grado de fe que Dios ha pensado para mi…

Si, ha sido un día, de muchas gracias y bendiciones… porque Dios vale la pena…


Desde la Soledad del Sagrario

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