imagen Sor Maridel |
Ayer viernes, estuve en el entierro de la mamá de un buen
amigo… Gerardo Crespo. El ambiente que se percibía era
sumamente especial.
Cuando llegamos a la Iglesia de San Sebastián, las
palabras del sacerdote, la Santa Misa, sonaban distintas a mis oídos… sonaban
como música que destilaban el perfume de las notas más sublimes, delicadas, con
una elegancia espiritual exquisita… brotaban del corazón del sacerdote… y a la
vez el ambiente en sí era sumamente especial…
Al finalizar la Santa Misa, vino a mi mente un
pensamiento para mi sorpresa… El pensamiento era: “es como si ella fuera “madre
de un sacerdote”… pero no lo es… ninguno de sus hijos varones lo son. Mas en mi
corazón y en mi mente había un sentimiento y un convencimiento de: es como si
ella fuera “madre de un sacerdote”…
Luego en el cementerio, al reunirnos alrededor del
féretro, una de las asistentes de la funeraria me entrego una rosa… a todos les
entrego una rosa… para ser lanzada luego de bajar el féretro a la fosa…
Son rosas que adornaban el carro fúnebre… al entregármela
me invadió el perfume de rosas haciéndome buscar si procedía de la rosa tan
exquisito perfume… de la rosa apenas podía percibir un pobre olor… además el
calor intenso, el viento, mas el frio en las neveras de la floristería de donde
procedian era motivo suficiente para perder su perfume.
La rosa que me toco era amarilla, un color hermoso. Pero
tenía dos o tres pequeñas manchitas que dañaban, auque apenas se
percibían bien. En varias de la orilla de sus pétalos asomaban un hermoso color
rojo…
Observando la rosa, mientras escuchaba al hijo, Gerardo
Crespo, dar el duelo, pensaba que mi rosa significaba “la fe”… mi fe… pero esas
manchitas, pensaba era que mi fe no era esplendorosa, heroica… las pequeñas
pinceladas de rojo, pensaba era que mi fe iniciaba a mostrarse en una ardiente
caridad… iniciaba… aun no era arrolladora esa caridad…
Seguía meditando en la rosa mientras Gerardo hablaba… lo
escuchaba muy bien… a la vez me examinaba en esa virtud que tanto deseo poseer…
la fe… la fe de mi Madre Celestial… la fe de los santos… la fe de los mártires…
la fe de los niños que nada temen y todo confían al descubrir a Dios…
Se movían los presentes hacia la fosa para enterrar a tan
bella señora… bella por su virtud heroica… bella por su fe invencible… bella por
su alma orante… bella por su pequeño “fíat” que motivo a tantos a seguir el
camino de Dios…
Lo pensé dos veces, no, no lanzaría mi rosa a la fosa…
no… se iría conmigo… para seguir meditando… para colocarla a los pies de mi
Mater… para sentir, al mirarla, que debo trabajar con mayor entusiasmo por
alcanzar ese grado de fe que Dios ha pensado para mi…
Si, ha sido un día, de muchas gracias y bendiciones…
porque Dios vale la pena…
Desde la Soledad
del Sagrario
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