La soledad duele, manifestaba un joven con el rostro compungido por la pérdida
de su madrecita, a quien tanto le había hecho sufrir.
La soledad es insoportable, lloraba una madre anciana que en su desesperación
había consumido pastillas de más, sin pensar dos veces las consecuencias.
La soledad no me gusta, vociferaba a gritos un pequeño que dejaban solo
porque necesitaban salir y el no podía ir con ellos.
Unos de una forma, otros de otra hemos experimentados la soledad, ausencia
de compañía, ausencia de caridad, ausencia de compartir, ausencia de dialogo,
ausencia de contemplar a los seres amados a los ojos con el entusiasmo de
saberse amados y correspondidos en la misma medida.
Hablaba un abogado iniciado en el ruedo político, en una entrevista radial,
la pérdida de su abuelita materna. Decía compungido que había encontrado entre
sus cosas una carta de la abuela que le escribía a menudo, en su adolescencia,
sintiendo en su conciencia el no haber compartido en los últimos años por estar
entretenido en sus cosas. Recordaba con nostalgia el amor, los mimos y muestras
de afecto, admiración, consejos que le prodigaba su abuela cuando en su niñez y
juventud era asiduo a su encuentro.
No hay tiempo para nuestros seres amados por estar entretenidos en nuestras
cosas… las cosas pasan… y muchas veces nos dejan vacíos, mientras nuestros
seres amados siempre, siempre estarán recibiéndonos con el cálido abrazo del
corazón dispuesto a amar, a escuchar, a desbordarse en atenciones porque somos
muy importantes para ellos.
Cuando ya es muy tarde, cuando ya no hay tiempo, cuando ya se han ido de
nuestro lado, es que nos damos cuenta que hemos fallado en el amor. Dios
perdone nuestros errores y las heridas que hemos causado en tantos corazones
sensibles que solo deseaban mirarnos a los ojos y escuchar nuestra risa… nuestros seres amados aun siguen esperándonos... no
descuidemos lo único que tiene verdadero valor: la familia.
Desde la Soledad del Sagrario
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