martes, 15 de octubre de 2013

Madre he ahí a tu hijo; hijo he ahí a tu madre…y yo en el medio…




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Como una avecilla vuelo y entro en el túnel del tiempo, acercándome a Jerusalén. Subo corriendo el monte del Calvario, para deslizarme en medio del tumulto de personas hasta llegar a los pies de la cruz.

Ahí contemplando la escena entre lágrimas, gemidos y suspiros voy acercándome a los pies del crucificado, contemplando su abatido y destrozado cuerpo. No quiero perderme de ningún detalle.

Veo a los pies de la cruz a María, la madre del crucificado y a Juan su amado discípulo. El Señor les mira con suma ternura y con voz entrecortada pero llena de bondad, dulzura y firmeza el dice mirándolos uno a uno: Mujer, ahí tienes a tu hijo; Hijo ahí tienes a tu madre. Y el discípulo amado la acoge entre sus brazos, mientras María se deshace en lágrimas.

No, Señor, no… no solo Juan, tu discípulo amado, sino yo también… yo la más pequeña… también tomo para mí esas palabras sagradas que salen de tu adorado corazón, que escucho con temblor y emoción…  

Mírame, Madre, mírame, yo también soy tu hija… también a mí, Jesús, me ha entregado a ti, como hija… También a mí, Jesús te ha entregado como Madre. La alegría hace estallar mi corazón… ¿cómo no sentirlo?… ¿cómo no vivir ese gozo que produce ese regalo divino de darme a su madre como madre mía?    ¡Cuánto amor en Jesús! que no se queda con nada ni siquiera con su madre.

Jesús sabe lo que significa tener a María como madre…Ella que lo concibió, le dio su sangre y su carne, lo alimento, lo educo, lo lleno de besos y mimos… ella que bebió de esa fuente divina, donde Jesús le iba enseñando, educando en los misterios divinos, en el amor del Padre, abriendo su corazón de hijo pero  un hijo que es Dios mismo.  Y a la vez Jesús iba preparándola para una nueva misión, cuando Él no estuviera entre nosotros, ella iba a mantener la luz de la fe encendida en sus discípulos, en los hijos que la aceptarían como madre, en todos…

¿Cómo no querer recibirla como madre? ¿Cómo no querer escuchar de sus labios todo lo referente a su Hijo adorado, mi Jesús? ¿Quién puede hablar mejor de Jesús que ella? ¿Quién  puede enseñarme un corto atajo para llegar derechito al corazón de Jesús? ¿Quién puede enseñarme de cómo vivir una fe desnuda y ciega aun en medio de las adversidades, sorpresas y cruces que aparecen en el diario vivir, si no es ella, mi Madre?

Sí, mi Jesús yo me llevo a tu Santa Madre conmigo. La recibo en mi casa… la recibo en mi corazón. A su lado quiero vivir. Con ella quiero estar, como estuviste Tú, mi Señor Jesús. A ella quiero amar como Tú la amastes y las amas, ni más ni menos, amarla a Tu forma, a Tu gusto.

María es mi maestra, todo lo que aprendo con ella me lleva a una comunión sabrosa, intima, de corazón a corazón con Jesús.

Ella me toma de la mano y me lleva a Jesús, su Hijo, y una mirada de María Santísima toca el corazón de su Hijo… Jesús nos ama a todos con locura… pero a su bendita Madre… a Ella… su amor es sublime, amor de predilección.  Esa mirada de Jesús y su santa madre, es una mirada de comunicación que no necesita palabras…sus corazones están unidos muy unidos… ¿Quién puede entender ese lenguaje de corazón a corazón de madre singular con su hijo Dios.


Alguien puede escandalizarse por mis palabras… no importa… Alguien puede mal interpretar mis palabras… no importa…Lo único que me causa suma importancia es llegar a Jesús de manos de María…si alguien se escandaliza de mis palabras y acciones… no me detengo… corro a los brazos de mi madre celestial…Ella y yo nos conocemos bien, sabemos que solo Dios importa… con Ella Dios siempre está contento conmigo.
Madre mía, mamaíta, te amo con toda mi alma. Te amo  una hija ama a su madrecita. Estoy convencida que eres mi madre y yo soy tu hija. Que eres mi maestra en la vida espiritual. Que de mano voy ganando terreno en el Corazón de Jesús. Tú me llevas a poseer los vestidos, los adornos, las alhajas que Jesús tanto admira en las almas…  

Madre, que cuando Jesús me mira te vea a ti… mamaíta. Te amo Madre, por los que no te aman ni quieren conocerte… eres mi alegría… Gracias Madrecita Celestial… gracias mamaíta…
 

Desde la Soledad del Sagrario

 

1 comentario:

  1. Siempre necesitamos permanecer con la Santísima Madre de Dios, es cuando mejor nos preparamos para acercarnos a Cristo, pero no, no es nosotros los que nos preparamos por nuestra propia cuenta, sino por la intercesión infalible de la Madre de Dios.

    Nuestras devociones del Santo Rosario, del Ave María, los Sacramentos que corresponden según nuestra vocación o en común como la Eucaristía, la confesión en el confesionario, porque nos confesamos con Cristo, que se encuentra también en el confesor, que nos absuelve de nuestros pecados.

    María Santísima, en Ella nos encontramos la Misericordia y la dulzura de Dios, María como Madre nuestra que es, siempre viene rápidamente cuando la necesitamos. Si estamos tentado, acudiendo inmediatamente a Ella, la tentación pierde fuerza en nosotros y se desvanece, Y es que Dios obra también en María Santísima para nuestra salvación eterna. ¡A un número incontables de almas, han sido salvadas gracias a la protección de la Madre de Dios, y Madre nuestra. Y qué alegría permanecer con amor como hijos e hijas de la Santa Madre Iglesia Católica.

    La Santísima Virgen María, nuestra Reina por voluntad de la Santísima y Adorable Trinidad, sigue salvando a cuántos se refugian en Ella que es Madre de la Santa Iglesia Católica. Así lo ha dispuesto nuestro amado Padre Dios y Señor Jesucristo.

    María Santísima es un reflejo vivo de la Gloria de Dios. Quien no reconozca a la Madre de Dios como Reina, no puede honrar ni adorar al Señor.

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