domingo, 14 de julio de 2013

Señor, aquí estoy para hacer tu Voluntad



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En mi larga o corta vida he visto tantos jóvenes luchar contra el llamado divino que se  hace eminente, pero que el libre albedrio, les hace guerrear con toda clase de argumentos para no lanzarse a la deliciosa aventura de Jesús.
La vocación se da como un sello en el bautismo. La vocación es un llamado que Dios hace al alma… Jesus la mira con inmensa ternura susurrándole al oído del alma: “Vente conmigo. Te quiero para Mí…solo para Mí”.
¿Habrá mayor dignidad...ser escogido “el polvo”, la nada, la “que no es” para ser posesión plena de Dios ya desde el tiempo y el espacio que nos ha tocado vivir?  Y tener la inseguridad, la desconfianza, el desagrado, la negación al llamado…porque… se quiere ser como los demás. 
Recuerdo una joven, que le paso el tiempo de entrar a comunidad religiosa.  Ella llevaba una lucha interior entre la Voluntad Divina y su propia voluntad.  ¿Por qué yo? ¿Por qué no puedo ser igual que las demás? ¿Por qué no puedo tener familia, un hogar propio? ¿Por qué tengo que entrar como religiosa? 
Dios le mostraba con toda clase de señales que la había elegido para Él… y ya me decía: “Cuando Jesús me lo diga entonces yo entro”.  Tenía que venir en una visión, presentarse y decirle… “Te he elegido para Mí”.  Ni aun así hubiera dado el paso, pues entonces lucharía ferozmente con una supuesta imaginación que provoco la visión…
Por otro lado, hay una verdadera y triste realidad. Quien es llamado a la vocación religiosa jamás será feliz fuera de ese llamado, de esa vida… porque su felicidad consta de responder con gratitud y humildad la voz divina que la llama a tan perfecto estado a vivir.
No, no es cierto. Son invento suyos me dirán muchos… pero la experiencia de tantos que se han casado y no han podido lidiar con el llamado que siente en su interior. Cuantos casados y las esposas o esposos son una cruz para ellos. Nunca les pueden complacer… la vida del hogar no les llena a plenitud… hay un vacio interior que solo se puede llenar con la vida religiosa… pero ya es muy tarde.
Es Dios que llama… es Dios quien elige… es Dios quien espera…es Dios el único que puede colmar esa alma con su presencia en esa vida religiosa.
Recuerdo una carta leida por un Superior de una comunidad religiosa en un retiro de jóvenes.  La carta había acabado de llegar a manos del Superior.  El la leyó… era una carta conmovedora de un joven que había estado en el Seminario… alegre, feliz, entusiasmado, lleno de ilusiones, trabajando intensamente por alcanzar la meta: el sacerdocio. 
¿Qué paso? Una joven entro en escena. El seminarista no huyo del peligro y cayo… se salió del seminario…luego de unos aos, le escribía al Superior…imagino que inundado por las lagrimas de arrepentimiento. No era feliz…su felicidad estaba entre sus hermanos seminaristas…se sentía un desgraciado… lloraba amargamente su error… su conciencia le reclamaba… pedía perdón… pedía oración… había rechazado los planes de Dios, al no huir de la tentación… y ahora era tarde. Tarde para responder al llamado… Dios en su infinita misericordia lo cobija… pero el elegido siempre siente en su alma el vacio de la vocación.
Un sacerdote joven, entusiasta, trabajando en el Universidad como profesor de Teología… de momento una estudiante entra en acción… el sacerdote no huye del peligro… la joven le advierte  que está decidida a acabar con su vida si el no se casa con ella.
El sacerdote joven accede… sale de la vida sacerdotal… se casa con la joven… al año tienen un hijo… el sacerdote se le infeliz… lloroso, deprimido… la joven al año de haber sido madre, un buen día desaparece dejándole una carta y a su hijo. Una vida destruida por no seguir con fidelidad el llamado de la vocación… por no huir del peligro… por mirar y querer ser igual que los demás… un hogar… una familia… unos hijos…
Subía por el camino que lleva al Santuario, bajaba una señora mayor. Venia llorando. Me miro y comenzó a pedirme que orara por ella. Era religiosa, más de 25 años.  Entro en escena un hombre… la enamoro… se dejo seducir… salió del convento… se caso… y no era feliz… llevaba 10 años de casada… y sentía en su interior el llamado de la vocación… Un error que le robo la felicidad que Dios le daba… elegida para Dios… miro hacia el lado… y renuncio a esa felicidad que sentía por migajas que le provocan la infelicidad porque Dios tenía otros planes con ella… la había elegido para Él…solo y únicamente para Él.
¿Se equivoca Dios al elegir?  ¿No tiene derecho Dios a elegir una persona para Él? ¿Para su servicio? ¿Para hacerla plenamente feliz ya desde ahora?
Un joven seminarista devoto, con experiencia de Dios, decide un buen día salir del seminario. Sus padres aplauden la decisión, especialmente su papá.  Termina sus estudios. Entra en la Universidad. Se gradúa de medico… Conoce una joven se casa y con el tiempo es padre de dos niños. ¿Feliz? En apariencias… en apariencias… Su mirada tiene nostalgia. Un buen día se desahoga con su mamá, llorando su infelicidad…pero ya es muy tarde. No se siente feliz…hay un vacio interior… una llamada que no logra calmar.
¿Por qué a mí? ¿Por qué yo? No, no es cierto… yo no soy elegida… a mi no me gusta la vida religiosa… eso no es para mí… Yo quiero una familia, yo quiero hijos, yo quiero trabajar con ellos la santidad…
¿Se equivoco Dios al elegir?  Jóvenes mirad que Dios nunca se equivoca… mirad que Dios es lo máximo… si te ha elegido es un honor para ti…no una desgracia… Dios espera ilusionado tu respuesta… ¿te imaginas? 
Da el salto mortal… colócate en las manos de la Mater, y de un buen director espiritual, un sacerdote de oración… huyen del peligro que va a acechar en los momentos que menos de imagines… y lánzate a los brazos de Dios con confianza, abandono, entusiasmo… y derroche de agradecimiento y amor…
 
Desde la Soledad del Sagrario

 
 

 

 
 

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