Cuaresma 2013
A los sacerdotes, consagrados y laicos
de la Arquidiócesis.
Rasguen su corazón y no sus vestidos; vuelvan ahora al Señor su Dios, porque Él es compasivo y clemente, lento para la ira, rico en misericordia...
Rasguen su corazón y no sus vestidos; vuelvan ahora al Señor su Dios, porque Él es compasivo y clemente, lento para la ira, rico en misericordia...
Poco a poco nos acostumbramos a oír y a ver, a
través de los medios de comunicación, la crónica negra de la sociedad
contemporánea, presentada casi con un perverso regocijo, y también nos
acostumbramos a tocarla y a sentirla a nuestro alrededor y en nuestra propia
carne. El drama está en la calle, en el barrio, en nuestra casa y, por qué no,
en nuestro corazón. Convivimos con la violencia que mata, que destruye familias,
aviva guerras y conflictos en tantos países del mundo. Convivimos con la
envidia, el odio, la calumnia, la mundanidad en nuestro corazón. El sufrimiento
de inocentes y pacíficos no deja de abofetearnos; el desprecio a los derechos de
las personas y de los pueblos más frágiles no nos son tan lejanos; el imperio
del dinero con sus demoníacos efectos como la droga, la corrupción, la trata de
personas - incluso de niños - junto con la miseria material y moral son moneda
corriente. La destrucción del trabajo digno, las emigraciones dolorosas y la
falta de futuro se unen también a esta sinfonía. Nuestros errores y pecados como
Iglesia tampoco quedan fuera de este gran panorama. Los egoísmos más personales
justificados, y no por ello más pequeños, la falta de valores éticos dentro de
una sociedad que hace metástasis en las familias, en la convivencia de los
barrios, pueblos y ciudades, nos hablan de nuestra limitación, de nuestra
debilidad y de nuestra incapacidad para poder transformar esta lista innumerable
de realidades destructoras.
La trampa de la impotencia nos lleva a pensar:
¿Tiene sentido tratar de cambiar todo esto? ¿Podemos hacer algo frente a esta
situación? ¿Vale la pena intentarlo si el mundo sigue su danza carnavalesca
disfrazando todo por un rato? Sin embargo, cuando se cae la máscara, aparece la
verdad y, aunque para muchos suene anacrónico decirlo, vuelve a aparecer el
pecado, que hiere nuestra carne con toda su fuerza destructora torciendo los
destinos del mundo y de la historia.
La Cuaresma se nos presenta como grito de
verdad y de esperanza cierta que nos viene a responder que sí, que es posible no
maquillarnos y dibujar sonrisas de plástico como si nada pasara. Sí, es posible
que todo sea nuevo y distinto porque Dios sigue
siendo "rico en bondad y misericordia, siempre dispuesto a perdonar" y nos anima
a empezar una y otra vez. Hoy nuevamente somos invitados a emprender un camino
pascual hacia la Vida, camino que incluye la cruz y la renuncia; que será
incómodo pero no estéril. Somos invitados a reconocer que algo no va bien en
nosotros mismos, en la sociedad o en la Iglesia, a cambiar a dar un viraje, a
convertirnos.
En este día, son fuertes y desafiantes las
palabras del profeta Joel: Rasguen el corazón, no los vestidos: conviértanse al
Señor su Dios. Son una invitación a todo pueblo, nadie está excluido.
Rasguen el corazón y no los vestidos de una
penitencia artificial sin garantías de futuro.
Rasguen el corazón y no los vestidos de un ayuno formal y de cumplimiento que nos sigue manteniendo satisfechos.
Rasguen el corazón y no los vestidos de un ayuno formal y de cumplimiento que nos sigue manteniendo satisfechos.
Rasguen el corazón y no los vestidos de una
oración superficial y egoísta que no llega a las entrañas de la propia vida para
dejarla tocar por Dios.
Rasguen los corazones para decir con el
salmista: "hemos pecado". "La herida del alma es el pecado: ¡Oh pobre herido,
reconoce a tu Médico! Muéstrale las llagas de tus culpas. Y puesto que a Él no
se le esconden nuestros secretos pensamientos, hazle
sentir el gemido de tu corazón. Muévele a compasión con tus lágrimas, con tu
insistencia, ¡importúnale! Que oiga tus suspiros, que tu dolor llegue hasta Él
de modo que, al fin, pueda decirte: El Señor ha
perdonado tu pecado". (San Gregorio Magno)
Ésta es la realidad de nuestra condición humana. Ésta es la verdad que puede acercarnos a la auténtica reconciliación... con Dios y con los hombres. No se trata de desacreditar la autoestima sino de penetrar en lo más hondo de nuestro corazón y hacernos cargo del misterio del sufrimiento y el dolor que nos ata desde hace siglos, miles de años... desde siempre.
Ésta es la realidad de nuestra condición humana. Ésta es la verdad que puede acercarnos a la auténtica reconciliación... con Dios y con los hombres. No se trata de desacreditar la autoestima sino de penetrar en lo más hondo de nuestro corazón y hacernos cargo del misterio del sufrimiento y el dolor que nos ata desde hace siglos, miles de años... desde siempre.
Rasguen los corazones para que por esa
hendidura podamos mirarnos de verdad.
Rasguen los corazones, abran sus corazones,
porque sólo en un corazón rasgado y abierto puede entrar el amor misericordioso
del Padre que nos ama y nos sana.
Rasguen los corazones dice el profeta, y Pablo
nos pide casi de rodillas "déjense reconciliar con Dios". Cambiar el modo de
vivir es el signo y fruto de este corazón desgarrado y reconciliado por un amor
que nos sobrepasa.
Ésta es la invitación, frente a tantas heridas
que nos dañan y que nos pueden llevar a la tentación de endurecernos: Rasguen
los corazones para experimentar en la oración silenciosa y serena la suavidad de
la ternura de Dios.
Rasguen los corazones para sentir ese eco de
tantas vidas desgarradas y que la indiferencia no nos deje inertes.
Rasguen los corazones para poder amar con el
amor con que somos amados, consolar con el consuelo que somos consolados y
compartir lo que hemos recibido.
Este tiempo litúrgico que inicia hoy la Iglesia
no es sólo para nosotros, sino también para la transformación de nuestra
familia, de nuestra comunidad, de nuestra Iglesia, de nuestra Patria, del mundo
entero. Son cuarenta días para que nos convirtamos hacia la santidad misma de
Dios; nos convirtamos en colaboradores que recibimos la gracia y la posibilidad
de reconstruir la vida humana para que todo hombre experimente la salvación que
Cristo nos ganó con su muerte y resurrección.
Junto a la oración y a la penitencia, como
signo de nuestra fe en la fuerza de la Pascua que todo lo transforma, también
nos disponemos a iniciar igual que otros años nuestro "Gesto cuaresmal
solidario". Como Iglesia en Buenos Aires que marcha hacia la Pascua y que cree
que el Reino de Dios es posible necesitamos que, de nuestros corazones
desgarrados por el deseo de conversión y por el amor, brote la gracia y el gesto
eficaz que alivie el dolor de tantos hermanos que caminan junto a nosotros.
«Ningún acto de virtud puede ser grande si de él no se sigue también provecho
para los otros... Así pues, por más que te pases el día en ayunas, por más que
duermas sobre el duro suelo, y comas ceniza, y suspires continuamente, si no
haces bien a otros, no haces nada grande». (San Juan Crisóstomo)
Este año de la fe que transitamos es también la
oportunidad que Dios nos regala para crecer y madurar en el encuentro con el
Señor que se hace visible en el rostro sufriente de tantos chicos sin futuro, en
la manos temblorosas de los ancianos olvidados y en las rodillas vacilantes de
tantas familias que siguen poniéndole el pecho a la vida sin encontrar quien los
sostenga.
Les deseo una santa Cuaresma, penitencial y
fecunda Cuaresma y, por favor, les pido que recen por mí. Que Jesús los bendiga
y la Virgen Santa los cuide.
Paternalmente
Card. Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de
Buenos Aires
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