martes, 29 de enero de 2013

¡Oh, no!!... Madre mía…He pecado contra el Amor…



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Madre mía, verdaderamente no sabemos cómo andamos, hasta que no nos encontramos con los acontecimientos  que nos descubren  por dónde vamos caminando.
Ay, Mamá, esta mañana, diligentemente, me encamine hacia una Iglesia,  que tú bien conoces, para participar de la Santa Misa.

Como siempre, iba muy ilusionada al encuentro con mi Jesús. Al abrir la puerta, sin dar un paso, madre mía,  mire hacia el altar,  encontrando a mi Amado expuesto en la Custodia… ¡que dulce sorpresa!!

Madre, a  la misma vez, gire mi cabeza buscando de donde salía aquel marullo violento de sonidos, como si estuviéramos en un evento deportivo. No lo podía creer… imagine eran personas ajenas al lugar. Todo fue en segundos. Madrecita, hice un recorrido con la mirada, contemplando a las personas, 3 o 4 dispersadas por la Iglesia, en adoración profunda…ante la presencia del Dulce Huésped de las almas.

Y al fondo de la Iglesia, a mano izquierda estaban sentados, Madre mía,  unas pocas  personas, cómodamente hablando a gritos, riendo a gritos… mire a mi Amado, mire a penas el grupo, porque apenas se podían ver.

Madre, veáis que aun sostenía la puerta, y veáis también, que no había dado un paso para entrar…  sentí un dolor inmenso… no podía salir de mi asombro, Madre, no lo podía creer.

 Jesús, ignorado, despreciado… Mamaíta, me pregunte, ¿a que venían a la Iglesia? Sentí ganas de ir y llamarles la atención… con mucha caridad…pero tú sabes que no era prudente, porque sin perder la paz interior, tenía mi alma llena no solo de dolor, sino de un calor inmenso que iba en aumento, produciéndome “coraje”… hubiera tomado un látigo y los hubiera sacado a latigazos de la Iglesia. Mamá me desconozco… capaz de algo así… me desconozco…

 Mamaíta… y en ese segundo  peque… oh, si…peque… no salió el amor, salió el coraje… el malestar… la indignación… de ver a Jesús accesible, manso y humilde,  sumamente paciente… en su propia Casa… los indiferentes, sin prestarle la menor importancia…ni siquiera una mirada porque se miraban unos a otros… pero, ¿no sería acaso mi “yo” soberbio el que salió a flote y no el santo celo por la Casa de Dios? Estoy segura que eso fue.

Falte a la caridad, madre mía, peque… perdón, Señor, perdón. 

Cual no fue mi sorpresa al ver al sacerdote salir del confesionario, desde ahí, podía ver lo que estaba sucediendo en ese momento. Tenía el rosario en su mano…y yo el  látigo en el corazón,  en el pensamiento y voluntad…que abismo Madre mía…que abismo…

Mientras luchaba en mi interior, en una lucha campal,  por salir del estado de coraje, Madre mía, viniste a mi rescate. Para mi sorpresa, enviaste una de tus pequeñas hijas, que dulcemente solicito guiara el Santo Rosario. Oh Madre que buena eres.

Mientras iba guiando el Santo Rosario seguía la batalla en mi interior, sin embargo, fue bajando su intensidad hasta desaparecer por completo. Podía escucharlos, si,  pero mi interés estaba en el Altar y en el camino que recorría con el Santo Rosario…, fui poco a poco centrándome en mi Amado, que seguía ahí, en la Custodia, frente a frente a mi… todo lo demás no tenía importancia.

Durante la Santa Misa, bajaron el volumen, pero todos podíamos seguir escuchándolos…como un eco lejano, por lo menos así los percibía…  El padre derramo su corazón en un derroche de amor en su homilía llena de matices de verdadera caridad y a la vez llamando a todos a una radical conversión.

Madre, tu sabes, como en  la consagración este sacerdote,  mostraba vivirla intensamente… con un desborde de amor, de atención sumergido en oración con solo verlo se descubría…Y al fondo como un eco lejano, el murmullo de los que no estaban atendiendo…

 Dios mío, perdónanos a todos por tanta ignorancia, ceguera espiritual y pereza para conocer lo que debemos saber e ignoramos simplemente por no abrir el corazón y buscar la verdad.

Madre, a los pies de mí Amado, quiero permanecer, humillada hasta el polvo, pidiéndole perdón y misericordia porque, hoy no fui testigo de su Corazón lleno de Amor y Bondad.

Hoy no fui testigo del Cristo manso, humilde y paciente… hoy fui solo una más en el mundo del desamor.

Madre… gracias por dejarme ver con tu tierna mirada que aún queda mucho por morir… mucho por trabajar…mucho por conquistar… mucho por suplicar, esa ayuda de lo Alto, para poder llegar a convertirme en esa alma humilde, pura y virtuosa,  que mi Amado, Jesús, tanto desea, de cada uno de sus hijos…


Desde la Soledad del Sagrario

 

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