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Madre mía, verdaderamente no sabemos cómo andamos, hasta que no nos
encontramos con los acontecimientos que
nos descubren por dónde vamos caminando.
Ay, Mamá, esta mañana, diligentemente, me encamine hacia una Iglesia, que tú bien conoces, para participar de la
Santa Misa.
Como siempre, iba muy ilusionada al encuentro con mi Jesús. Al abrir la
puerta, sin dar un paso, madre mía, mire
hacia el altar, encontrando a mi Amado
expuesto en la Custodia… ¡que dulce sorpresa!!
Madre, a la misma vez, gire mi
cabeza buscando de donde salía aquel marullo violento de sonidos, como si estuviéramos
en un evento deportivo. No lo podía creer… imagine eran personas ajenas al
lugar. Todo fue en segundos. Madrecita, hice un recorrido con la mirada,
contemplando a las personas, 3 o 4 dispersadas por la Iglesia, en adoración
profunda…ante la presencia del Dulce Huésped de las almas.
Y al fondo de la Iglesia, a mano izquierda estaban sentados, Madre mía, unas pocas personas, cómodamente hablando a gritos,
riendo a gritos… mire a mi Amado, mire a penas el grupo, porque apenas se podían
ver.
Madre, veáis que aun sostenía la puerta, y veáis también, que no había dado
un paso para entrar… sentí un dolor
inmenso… no podía salir de mi asombro, Madre, no lo podía creer.
Jesús, ignorado, despreciado… Mamaíta,
me pregunte, ¿a que venían a la Iglesia? Sentí ganas de ir y llamarles la atención…
con mucha caridad…pero tú sabes que no era prudente, porque sin perder la paz
interior, tenía mi alma llena no solo de dolor, sino de un calor inmenso que
iba en aumento, produciéndome “coraje”… hubiera tomado un látigo y los hubiera
sacado a latigazos de la Iglesia. Mamá me desconozco… capaz de algo así… me
desconozco…
Mamaíta… y en ese segundo peque… oh, si…peque… no salió el amor, salió el
coraje… el malestar… la indignación… de ver a Jesús accesible, manso y
humilde, sumamente paciente… en su
propia Casa… los indiferentes, sin prestarle la menor importancia…ni siquiera
una mirada porque se miraban unos a otros… pero, ¿no sería acaso mi “yo”
soberbio el que salió a flote y no el santo celo por la Casa de Dios? Estoy
segura que eso fue.
Falte a la caridad, madre mía, peque… perdón, Señor, perdón.
Cual no fue mi sorpresa al ver al sacerdote salir del
confesionario, desde ahí, podía ver lo que estaba sucediendo en ese momento. Tenía
el rosario en su mano…y yo el látigo en
el corazón, en el pensamiento y voluntad…que
abismo Madre mía…que abismo…
Mientras luchaba en mi interior, en una lucha
campal, por salir del estado de coraje,
Madre mía, viniste a mi rescate. Para mi sorpresa, enviaste una de tus pequeñas
hijas, que dulcemente solicito guiara el Santo Rosario. Oh Madre que buena
eres.
Mientras iba guiando el Santo Rosario seguía la batalla
en mi interior, sin embargo, fue bajando su intensidad hasta desaparecer por
completo. Podía escucharlos, si, pero mi
interés estaba en el Altar y en el camino que recorría con el Santo Rosario…,
fui poco a poco centrándome en mi Amado, que seguía ahí, en la Custodia, frente
a frente a mi… todo lo demás no tenía importancia.
Durante la Santa Misa, bajaron el volumen, pero todos podíamos
seguir escuchándolos…como un eco lejano, por lo menos así los percibía… El padre derramo su corazón en un derroche de
amor en su homilía llena de matices de verdadera caridad y a la vez llamando a todos
a una radical conversión.
Madre, tu sabes, como en la consagración este sacerdote, mostraba vivirla intensamente… con
un desborde de amor, de atención sumergido en oración con solo verlo se descubría…Y
al fondo como un eco lejano, el murmullo de los que no estaban atendiendo…
Dios mío, perdónanos
a todos por tanta ignorancia, ceguera espiritual y pereza para conocer lo que
debemos saber e ignoramos simplemente por no abrir el corazón y buscar la
verdad.
Madre, a los pies de mí Amado, quiero permanecer,
humillada hasta el polvo, pidiéndole perdón y misericordia porque, hoy no fui
testigo de su Corazón lleno de Amor y Bondad.
Hoy no fui testigo del Cristo manso, humilde y paciente… hoy
fui solo una más en el mundo del desamor.
Madre… gracias por dejarme ver con tu tierna mirada que aún
queda mucho por morir… mucho por trabajar…mucho por conquistar… mucho por
suplicar, esa ayuda de lo Alto, para poder llegar a convertirme en esa alma
humilde, pura y virtuosa, que mi Amado, Jesús,
tanto desea, de cada uno de sus hijos…
Desde la Soledad del Sagrario
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