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Michel-Marie
Zanotti-Sorkine
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¿Nueva
Evangelización? "Todo recomienza verdaderamente a partir de Cristo. Podemos volver solamente a la fuente".
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Actualizado 4 diciembre 2012 |
Michel-Marie Zanotti-Sorkine |
Pero en realidad la historia es
también más complicada: Michel-Marie Zanotti-Sorkine tiene 53 años de edad, desciende de un abuelo judío ruso, quien
emigró a Francia, y que antes de la guerra hizo bautizar a sus hijas. Una de
ellas, escapada del Holocausto, trajo al mundo al padre Michel-Marie, que por
parte paterna es a su vez medio corso y
medio italiano (que entrecruzamiento extraño, pensé: y miré asombrada su
rostro, buscando entender como es un hombre con ese nudo de raíces detrás de
sí).
Pero si un domingo se entra en su
iglesia llena de fieles, y se escucha cómo habla
de Cristo con palabras simples y cotidianas, y se observa la religiosa
lentitud de la elevación de la hostia, en medio de un silencio absoluto, uno se
pregunta quién es este sacerdote y qué es lo que fascina en él que hace volver a quien está alejado.
No tiene arrugas de amargura
Finalmente lo tenemos enfrente,
con su sotana blanca, de claustro. Parece más joven; no tiene esas arrugas de
amargura que marcan con el tiempo el rostro de un hombre. Irradia una paz y una alegría sorprendente. ¿Pero quién es usted?,
se querría preguntarle inmediatamente.
Está frente a una comida frugal,
compendio de toda una vida. Dos espléndidos progenitores. La madre, bautizada
pero no sólo formalmente católica, deja que el hijo frecuente la Iglesia. La fe le es contagiada "por un viejo
sacerdote, un salesiano con sotana negra, hombre de una fe generosa y
enorme".
El deseo, a los ocho años, de ser
sacerdote. A los trece años pierde a la madre: "El dolor me devastó. Pero jamás dudé de Dios". La
adolescencia, la música y esa bella voz. Los pianos-bar de París podrán parecer
poco adecuados para discernir una vocación religiosa. Y sin embargo, en tanto
que la decisión madura lentamente, los padres espirituales de Michel-Marie le dicen que siga recorriendo las noches
parisinas, porque allí también hay necesidad de un signo.
La vocación finalmente se impone.
En 1999, a los 40 años de edad, se hará realidad el deseo infantil: sacerdote y con sotana, como ese viejo
salesiano.
¿La sotana? "Mi uniforme de trabajo"
¿Por qué la sotana? "Para mí
– sonríe – es un uniforme de trabajo. Quiere
ser un signo para quien me encuentra, y sobre todo para quien no cree. Así
soy reconocible como sacerdote, siempre. De este modo, recorriendo las calles
aprovecho cada ocasión para hacer amistades. Padre, me pregunta alguien, ¿dónde
está el correo? Venga, lo acompaño, respondo yo, y en el interín me habla, y me enteró así que los hijos de ese hombre
no están bautizados. Me los llevo, digo al final; y muchas veces, después,
bautizo a esos niños. En todo modo de proceder busco mostrar con mi rostro una
humanidad buena. Inclusive el otro día - ríe - en un bar un anciano me preguntó sobre a cuáles caballos apostar. Le di los
nombres de los caballos. Le pido perdón a la Virgen, entre mí: pero sabes, se
lo he dicho para hacer amistad con este hombre. Tal como decía un sacerdote que
fue mi maestro, a quien le preguntaba cómo convertir a los marxistas. El me
respondía diciendo que ´es necesario ser
amigo de ellos´".
Luego, en la iglesia, la Misa es
solemne y bella. El sacerdote afable de la Canabière es un sacerdote riguroso.
¿Por qué le da tanta importancia a la liturgia? "Quiero que todo sea esplendoroso alrededor de la Eucaristía.
Quiero que al elevarse la hostia los fieles comprendan que Él está
verdaderamente aquí. No es teatro, no es una pompa superflua: es vivir el
Misterio. También el corazón tiene necesidad de sentir".
¿Nos falta el fuego?
Él insiste mucho sobre la
responsabilidad del sacerdote, inclusive en uno de sus libros – ha escrito
numerosos libros, y también escribe, a veces, canciones – afirma que un
sacerdote que tiene la iglesia vacía se debe preguntar y decir: "Es a nosotros que nos falta el
fuego". Lo explica de este modo: "El sacerdote es ´alter
Christus´, está llamado a reflejar en sí a Cristo. Esto no significa pedirnos a
nosotros mismos la perfección, sino ser conscientes de nuestros pecados, de
nuestra miseria, para poder comprender y perdonar a todo el que se presenta en
el confesionario".
El padre Michel-Marie va todas las tardes al confesionario,
con absoluta puntualidad, siempre a las cinco (él dice que la gente debe saber
que el sacerdote está siempre).
Disponibilidad ilimitada
Luego se queda en la sacristía
hasta las once, para atender a todo el que quiera verlo allí: "quiero dar el signo de una
disponibilidad ilimitada". A juzgar por el continuo peregrinar de
fieles por la tarde, se diría que eso funciona. Como una pregunta profunda que
emerge de esta ciudad, aparentemente lejana. ¿Qué quieren? "Lo primero es sentir que les dicen: tú eres amado. La
segunda, que Dios tiene un proyecto para ti. No es necesario hacerles sentir
que son juzgados, sino escuchados. Es necesario hacer entender que lo único que puede cambiar sus vidas es
Cristo. Y María. Son dos las cosas que me parece que permiten un retorno a
la fe: el abrazo mariano y la apologética apasionada que llega al
corazón".
Mendigos del alma
"El que me busca – sigue
diciendo – antes que nada pide una ayuda humana, y yo intento dar toda la ayuda
posible, sin olvidar que el que mendiga
tiene necesidad de alimentarse, pero
también tiene alma. A la mujer ofendida le digo: mándame a tu marido, yo le
hablo. Pero además a todos los que vienen a decir que están tristes, que viven
mal… Siempre les pregunto: ¿hace cuánto que no se confiesa? Porque yo sé que el pecado pesa y que la tristeza del pecado
atormenta. Estoy convencido que lo que hace sufrir a tantas personas es la
falta de los sacramentos. El sacramento es lo divino al alcance del hombre, y
sin este alimento no podemos vivir. Veo obrar a la gracia, y que las personas
cambian".
Jornadas totalmente entregadas,
por las calles, o en el confesionario, hasta la noche. ¿Dónde pone las fuerzas?
Él - casi púdicamente, tal como se habla de un amor – habla de una relación
profunda con María, de una confianza absoluta con ella: "María es el acto
de fe total, en el abandono bajo la Cruz. María
es compasión absoluta. Es belleza pura ofrecida al hombre".
El Rosario y el confesionario
El sacerdote de la Canabière ama
el Rosario, la humildad del Rosario: "cuando
confieso, muchas veces recito el Rosario, lo cual no me impide escuchar;
cuando doy la Comunión, rezo". Lo escucho intimidada. ¿Pero entonces todos
los sacerdotes deberían tener una dedicación absoluta, casi como santos?
"Yo no soy un santo, y no creo que todos los sacerdotes deban ser santos.
Pero pueden ser hombres buenos. La gente
será atraída a partir de sus rostros buenos".
Las prostitutas acuden a su iglesia
¿Problemas, en calles con tan
fuerte presencia de musulmanes inmigrantes? No, dice simplemente: "Me
respetan y también a esta investidura". En la iglesia recibe a todos con
alegría: "También a las prostitutas.
Les doy la Comunión. ¿Qué debería decirles? ¿Sean honestas, antes de entrar
aquí? Cristo ha venido para los
pecadores y yo me angustio al pensar que, al negar un sacramento, él me
pueda pedir cuentas. ¿Pero conocemos también nosotros la fuerza de los sacramentos?
Me embarga la deuda respecto a si no hemos burocratizado demasiado la admisión
al Bautismo. Pienso en el Bautismo de mi
madre judía, que en cuanto a pedido de mi abuelo fue solamente un acto
formal: y bien, también de ese Bautismo ha salido un sacerdote".
Todo comienza con Cristo
¿Y la nueva evangelización?
"Vea – dice al despedirse, en la casa parroquial – más envejezco y más
comprendo lo que nos dice Benedicto XVI: todo
recomienza verdaderamente a partir de Cristo. Podemos volver solamente a la
fuente".
Más tarde lo vi desde lejos, por
la calle, con esa vestimenta negra que se despliega a causa de su paso veloz. "La llevo - te ha dicho - para que me
reconozca alguien que quizás de otro modo no encontraría jamás. Ese
desconocido, que me es extremadamente querido".
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