viernes, 10 de febrero de 2012

Mi tristeza es la alegría de muchos pobres pecadores… mi alegría es la confusión de muchas almas…porque yo quiero lo que Dios manda…


A veces es tan difícil de aceptar… humanamente la rechazamos con toda la pasión que podemos sentir.  He aquí cuando la fe viene a socorrernos. He aquí cuando la mirada de nuestra fe se refugia en ese rostro amado lleno de dolor y solo podemos decir “Hágase Señor, según tu voluntad.” 
Nadie puede comprender las dimensiones de dolor y las consecuencias que se derivan de la enfermedad. Toda nuestra psiquis se altera. Toda nuestra vida toma un rumbo totalmente diferente. Todas las emociones se contraen estallando en medio de la soledad más escalofriante. Porque podemos estar cobijados por nuestros seres queridos… y sentirnos totalmente solos, incluso abandonados.  Es un misterio que solo el amor a Dios nos hace saltar todos los obstáculos para convertirnos en héroes anónimos camino al martirio diario que implica la cruz de la enfermedad. Dejándonos crucificar lentamente… muriendo a todos los planes maravillosos que hayamos podido concebir y deseado realizar… muriendo a todo gusto por vivir una vida plena a la que estábamos acostumbrados, donde nos valíamos por nosotros mismos… donde íbamos a donde quisiéramos, y hacíamos lo que deseáramos en ese momento. 
La Cruz de la enfermedad que nos ata muchas veces a una cama, o a una silla de ruedas… o a un andador que torpemente vamos guiando… es nuestro medio para ganarnos el cielo… para prepararnos debidamente y santamente para ese viaje de “regreso a casa”.
La Cruz de la enfermedad… riqueza incalculable de valor infinito… que compra la liberación de tantas almas en pecado, que fortalece voluntades débiles e intermisas, que levantan almas del cautiverio, que sana las almas del miedo al compromiso, del miedo a darse totalmente a Dios…que ayuda a otras en su camino a la santidad.
La Cruz de la enfermedad… unida a la Pasión de Cristo… ¡que diferencia tan grande!!… donde el alma se vuelve libre para volar a grados insospechados de caridad… donde el alma remonta el vuelo de la unión con Dios… al sentirse totalmente dependiente de Dios… donde el alma solo quiere gustar del consuelo divino y trabajar desde la Cruz para pagar con un  poquito de amor tanta bondad y tanto amor gratuito de Dios para con tan pobre pecador.
El alma que se deja crucificar en el madero de la cruz de la enfermedad, aceptando su suerte, visualizando su nuevo apostolado de amor, de donación, de víctima por amor a Dios… y ¿por qué no?… de víctima de la misericordiosa justicia divina… el alma se llena de una santa alegría que brota como manantial desde el interior y se manifiesta en su mirada, en su rostro, en el tono de sus palabras… alegría incomprensible para los que los que la acompañan, para los que la ven y no entienden que Dios lo llena todo… allí donde la salud desaparece Dios aparece de una forma incomprensible, inimaginable pero gustosamente sabrosa para el enfermo que se da a manos llenas a la voluntad divina.
Si mi querido hermano que hoy le toca la cruz de la enfermedad… mirarlo como un regalo…un regalo exquisito que solo los mimados de Dios logran recibir con amor y agradecimiento.  Hoy es usted… mañana seré yo… y muchos de sus seres queridos… porque la cruz de la enfermedad tarde o temprano nos toca vivir. Hagámoslo con derroche de amor a Dios y a los hermanos. ¡Bendito sea Dios!!
“Señor… que me deje crucificar a tu gusto en la cruz de la enfermedad… solo te pido déjame ayudarte en la salvación de los pobres pecadores.”


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