SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
6 de enero
Fuente: Web Católico de Javier
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El Evangelio de
San Mateo (2,1-12) relata la historia de los magos.
Epifanía significa "manifestación". Jesús se da a conocer. Aunque
Jesús se dio a conocer en diferentes momentos a diferentes personas, la Iglesia
celebra como epifanías tres eventos:
Su Epifanía ante los Magos de Oriente: Se trata de una manifestación a los
paganos, para poner de relieve que el Niño Dios que nace, viene para salvarnos
a todos, independientemente de nuestra raza.
Su Epifanía del Bautismo del Señor: Manifestación a los judíos por medio de San
Juan Bautista.
Su Epifanía de las Bodas de Caná: Manifestación a Sus discípulos y comienzo de
Su vida pública por intercesión de su Madre María.
LOS
OBSEQUIOS
Melchor,
que representa a los europeos, ofreció al Niño Dios un presente de oro que
atestigua su realeza. Gaspar, representante de los semitas de Asia, cuyo bien
más preciado es el incienso, lo ofreció al Niño como símbolo de su divinidad. Y
por último, Baltasar, negro y con barba, se identifica con los hijos de Cam,
los africanos, que entregan la mirra, en alusión a su futura pasión y resurrección.
LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS
según
las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerich.
"Vi
la caravana de los tres Reyes llegando a una puerta situada hacia el Sur.
Un grupo de hombres los siguió hasta un arroyo que hay delante de la ciudad,
volviéndose luego. Cuando hubieron pasado el arroyo, se detuvieron un momento
para buscar la estrella en el cielo. Habiéndola divisado dieron un grito de
alegría y continuaron su marcha cantando. La estrella no los conducía en línea
recta, sino por un camino que se desviaba un poco al Oeste.
La gran estrella
"La estrella, que brillaba durante la noche como un globo de fuego, se
parecía ahora a la luna vista durante el día; no era perfectamente redonda,
sino como recortada; a menudo la vi oculta por las nubes (...) El camino que
seguían los Reyes era solitario, y Dios los llevaba sin duda por allí para que
pudieran llegar a Belén durante la noche, sin llamar demasiado la atención.
Los vi ponerse en camino cuando ya el sol se hallaba muy bajo. Iban en el mismo
orden, en que habían venido ; Ménsor, el más joven, iba delante; luego venía
Saír, el cetrino, y por fin Teóceno, el blanco, que era también el de más edad.
"Les hablaron del valle de los pastores como de un buen lugar para
levantar sus carpas. Ellos se quedaron durante largo rato indecisos. Yo no les
oí preguntar nada acerca del rey de los judíos recién nacido. Sabían que Belén
era el sitio designado por la profecía; pero, a causa de lo que Herodes les
había dicho, temían llamar la atención.
"Pronto vieron brillar en el cielo, sobre un lado de Belén, un meteoro
semejante a la luna cuando aparece; montaron entonces nuevamente en sus
cabalgaduras, y costeando un foso y unos muros ruinosos, dieron la vuelta a
Belén, por el Sur, y se dirigieron al Oriente hacia la gruta del Pesebre, que
abordaron por el costado de la llanura donde los ángeles se habían aparecido a
los pastores (...) "El campamento se hallaba en parte arreglado, cuando
los Reyes vieron aparecer la estrella, clara y brillante, sobre la colina del Pesebre,
dirigiendo hacia ella perpendicularmente sus rayos de luz. La estrella pareció
crecer mucho y derramó una cantidad extraordinaria de luz (...)
Un gran júbilo
"De pronto sintieron un gran júbilo, pues vieron en medio de la luz, la
figura resplandeciente de un niño. Todos se destocaron para demostrar su
respeto; luego los tres Reyes fueron hacia la colina y encontraron la puerta de
la gruta. Ménsor la abrió, viéndola llena de una luz celeste, y al fondo, a la
Virgen, sentada, sosteniendo al Niño, tal como él y sus compañeros la habían
visto en sus visiones.
³Volvió sobre sus pasos para contar a los otros lo que acababa de ver (...) Los
vi ponerse unos grandes mantos, blancos con una cola que tocaba el suelo.
Tenían un reflejo brillante, como si fueran de seda natural; eran muy hermosos
y flotaban ligeramente a su alrededor. Eran éstas las vestiduras ordinarias
para las ceremonias religiosas. En la cintura llevaban unas bolsas y unas cajas
de oro colgadas de cadenas, cubriendo todo esto con sus amplios mantos. Cada
uno de los Reyes venía seguido por cuatro personas de su familia, además de
algunos servidores de Ménsor que llevaban una mesa pequeña, una tapete con
flecos y otros objetos.
"Los Reyes siguieron a San José, y al llegar bajo el alero que estaba
delante de la gruta, cubrieron la mesa con el tapete y cada uno de ellos puso
encima las cajas de oro y los vasos que desprendieron de su cintura :
eran los presentes que ofrecían entre todos.
En el pesebre
"Ménsor y los demás se quitaron las sandalias, y José abrió la puerta de
la gruta. Dos jóvenes del séquito de Ménsor iban delante de él; tendieron una
tela sobre el piso de la gruta, retirándose luego hacia atrás ; otros dos los
siguieron con la mesa, sobre la que estaban los presentes.
Una vez llegado delante de la Santísima Virgen, Ménsor los tomó, y poniendo una
rodilla en tierra, los depositó respetuosamente a sus plantas. Detrás de Ménsor
se hallaban los cuatro hombres de su familia que se inclinaban con humildad.
Saír y Teóceno, con sus acompañantes, se habían quedado atrás, cerca de la
entrada.
"María, apoyada sobre un brazo, se hallaba más bien recostada que sentada
sobre una especie de alfombra, a la izquierda del Niño Jesús, el cual estaba
acostado en el lugar en que había nacido; pero en el momento en que ellos
entraron, la Santísima Virgen se sentó, se cubrió con su velo y tomó entre sus
brazos al Niño Jesús, cubierto también por su amplio velo.
Entre tanto, María había desnudado el busto del Niño, el cual miraba con
semblante amable desde el centro del velo en que se hallaba envuelto; su madre
sostenía su cabecita con uno de sus brazos y lo rodeaba con el otro.
Tenía sus manitas juntas sobre el pecho, y a menudo las tendía graciosamente a
su alrededor (...) Vi entonces a Ménsor que sacaba de una bolsa, colgada de su
cintura, un puñado de pequeñas barras compactas, pesadas, del largo de un dedo,
afiladas en la extremidad y brillantes como el oro; era su regalo, que colocó
humildemente sobre las rodillas de la Santísima Virgen al lado del Niño Jesús (...)
Después se retiró, retrocediendo con sus cuatro acompañantes, y Saír, el Rey
cetrino, se adelantó con los suyos y se arrodilló con una profunda humildad,
ofreciendo su presente con palabras conmovedoras. Era un vaso de oro para poner
el incienso, lleno de pequeños granos resinosos, de color verdoso; lo puso
sobre la mesa delante del Niño Jesús.
Luego vino Teóceno, el mayor de los tres. Tenía mucha edad; sus miembros
estaban endurecidos, no siéndole posible arrodillarse; pero se puso de pie,
profundamente inclinado, y colocó sobre la mesa un vaso de oro con una hermosa
planta verde. Era un precioso arbusto de tallo recto, con pequeños ramos
crespos coronados por lindas flores blancas: era la mirra (...) Las palabras de
los Reyes y de todos sus acompañantes eran llenas de simplicidad y siempre muy
conmovedoras. En el momento de prosternarse y al ofrecer sus presentes, se
expresaban más o menos en estos términos: «Hemos visto su estrella; sabemos que
Él es el Rey de todos los reyes; venimos a adorarlo y a ofrecerle nuestro
homenaje y nuestros presentes». Y así sucesivamente (...)
Dulce y amable gratitud
La madre de Dios aceptó todo con humilde acción de gracias; al principio no
dijo nada, pero un simple movimiento bajo su velo expresaba su piadosa emoción.
El cuerpecito del Niño se mostraba brillante entre los pliegues de su manto.
Por fin, Ella dijo a cada uno algunas palabras humildes y llenas de gracia, y
echó un poco su velo hacia atrás. Allí pude recibir una nueva lección.
Pensé: «con qué dulce y amable gratitud recibe cada presente! Ella, que no
tiene necesidad de nada, que posee a Jesús, acoge con humildad todos los dones
de la caridad. Yo también, en lo futuro, recibiré humildemente y con
agradecimiento todas las dádivas caritativas» ¡Cuánta bondad en María y en
José! No guardaban casi nada para ellos, y distribuían todo entre los pobres
(...)
Los honores solemnes rendidos al Niño Jesús, a quien ellos se veían obligados a
alojar tan pobremente, y cuya dignidad suprema quedaba escondida en sus
corazones, los consolaba infinitamente. Veían que la Providencia todopoderosa
de Dios, a pesar de la ceguera de los hombres, había preparado para el Niño de
la Promesa, y le había enviado desde las regiones más lejanas, lo que ellos por
sí no podían darle: la adoración debida a su dignidad, y ofrecida por los
poderosos de la tierra con una santa magnificencia. Adoraban a Jesús con los
santos Reyes. Los homenajes ofrecidos los hacían muy felices (...)
Agasajo
"Entre tanto, José, con la ayuda de dos viejos pastores, había preparado
una comida frugal en la tienda de los tres Reyes. Trajeron pan, frutas, panales
de miel, algunas hierbas y frascos de bálsamo, poniéndolo todo sobre una mesa
baja, cubierta con un tapete. José había conseguido estas cosas desde la mañana
para recibir a los Reyes, cuya venida le había sido anunciada de antemano por
la Santísima Virgen (...) En Jerusalén vi hoy, durante el día, a Herodes
leyendo todavía unos rollos en compañía de unos escribas, y hablando de lo que
habían dicho los tres Reyes. Después todo entró nuevamente en calma, como si se
hubiera querido acallar este asunto.
"Hoy por la mañana temprano vi a los Reyes y a algunas personas de su
séquito, visitando sucesivamente a la Sagrada Familia. Los vi también, durante
el día, cerca de su campamento y de sus bestias de carga, ocupados en hacer
diversas distribuciones. Estaban llenos de júbilo y de felicidad, y repartían
muchos regalos. Vi que entonces, se solía siempre hacer esto, en ocasión de
acontecimientos felices.
"Por la noche, fueron al Pesebre para despedirse. Primero fue sólo Ménsor.
María le puso al Niño Jesús en los brazos; él lloraba y resplandecía de
alegría.
Luego vinieron los otros dos, y derramaron lágrimas al despedirse. Trajeron
todavía muchos presentes; piezas de tejidos diversos, entre los cuales algunos
que parecían de seda sin teñir, y otros de color rojo o floreados; también
trajeron muy hermosas colchas. Quisieron además dejar sus grandes mantos de
color amarillo pálido, que parecían hechos con una lana extremadamente fina;
eran muy livianos y el menor soplo de aire los agitaba.
Traían también varias copas, puestas las unas sobre las otras, cajas llenas de
granos, y en una cesta, unos tiestos donde había hermosos ramos de una planta
verde con lindas flores blancas. Aquellos tiestos se hallaban colocados unos
encima de otros dentro de la canasta. Era mirra. Dieron igualmente a José unos
jaulones llenos de pájaros, que habían traído en gran cantidad sobre sus
dromedarios para alimentarse con ellos.
La despedida
"Cuando se separaron de María y del Niño, todos derramaron muchas
lágrimas.
Vi a la Santísima Virgen de pie junto a ellos en el momento de despedirse.
Llevaba sobre su brazo al Niño Jesús envuelto en su velo, y dio algunos pasos
para acompañar a los Reyes hasta la puerta de la gruta; allí se detuvo en
silencio, y para dar un recuerdo a aquellos hombres excelentes, desprendió de
su cabeza el gran velo transparente de tejido amarillo que la envolvía, así
como al Niño Jesús, y lo puso en las manos de Ménsor. Los Reyes recibieron
aquel presente inclinándose profundamente, y un júbilo lleno de respeto hizo
palpitar sus corazones, cuando vieron ante ellos a la Santísima Virgen sin
velo, teniendo al pequeño Jesús. ¡Cuántas dulces lágrimas derramaron al
abandonar la gruta! El velo fue para ellos desde entonces la más santa de las
reliquias que poseían.
"Hacia la medianoche, tuve de pronto una visión. Vi a los Reyes
descansando en su carpa sobre unas colchas tendidas en el suelo, y cerca de
ellos percibí a un hombre joven y resplandeciente. Era un ángel que los
despertaba y les decía que debían partir de inmediato, sin volver por
Jerusalén, sino a través del desierto, siguiendo las orillas del Mar Muerto.
"Los Reyes se levantaron enseguida de sus lechos, y todo su séquito pronto
estuvo en pie. Mientras los Reyes se despedían en forma conmovedora de san José
una vez más delante de la gruta del Pesebre, su séquito partía en destacamentos
separados para tomar la delantera, y se dirigía hacia el Sur con el fin de
costear el Mar Muerto atravesando el desierto de Engaddi.
"Los Reyes instaron a la Sagrada Familia a que partiera con ellos, porque
sin duda alguna un gran peligro la amenazaba; luego aconsejaron a María que se
ocultara con el pequeño Jesús, para no ser molestada a causa de ellos.
Lloraron entonces como niños, y abrazaron a san José diciéndole palabras
conmovedoras; luego montaron sus dromedarios, ligeramente cargados, y se
alejaron a través del desierto. Vi al ángel cerca de ellos, en la llanura,
señalarles el camino. Pronto desaparecieron. Seguían rutas separadas, a un
cuarto de legua unos de otros, dirigiéndose durante una legua hacia el Oriente,
y enseguida hacia el Sur, en el desierto.
Desde la Soledad del Sagrario
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