Fuente: “Caminos de Espíritu”- Vaticano La Santa Sede
La vocación primitiva del hombre
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"No será dificultoso el advertir
que fue mucho mejor lo que Dios hizo cuando de un solo hombre, que
crió al principio, multiplicó el género humano, que si le empezara por muchos.
Porque habiendo criado a los demás animales, a unos solitarios, agrestes, y en
cierto modo solivagos, esto es, que apetecen y gustan más de la soledad y de
vivir solos, como son las águilas, milanos, leones, lobos y todos los demás que
son de esta especie; a otros los hizo aficionados a la sociedad y a vivir
congregados para habitar juntos en bandadas y en rebaños, como son las palomas,
estorninos, ciervos, gamos y otros semejantes; con todo, no propagó y
multiplicó estos dos géneros principiando por uno, sino mandó que fuesen muchos
juntos. Pero el hombre, cuya naturaleza la criaba en cierto modo media entre
los ángeles y las bestias; de tal suerte, que si se sujetase a su Criador como a
verdadero Señor, y guardase con piadosa obediencia su precepto y mandato,
pasase al bando y sociedad de los ángeles sin intermisión de la muerte,
alcanzando la bienaventurada inmortalidad sin fin, y si usando de su libre voluntad con soberbia y
desobediencia ofendiese a Dios, su Señor, condenado a muerte viviese
bestialmente y fuese siervo de su apetito, y después de la muerte destinado a
la pena eterna; le crió uno y singular, no para dejarle solo sin la humana
compañía, sino para encomendarle con esto más estrechamente la unión con la
misma compañía y el vínculo de la concordia; viniéndose a juntar los hombres
entre sí, no sólo por la semejanza de la naturaleza, sino también por el afecto
del parentesco, pues aun a la misma mujer que se había de unir con el varón, no la
quiso criar como a él, sino de él, a fin de que todo el género humano
se propagase y extendiese de un solo hombre. Que supo y previó Dios que el
primer hombre que crió había de pecar; y juntamente vio el número de los santos
y piadosos que de su generación, por su gracia, había de trasladar a la
compañía de los ángeles.
No ignoraba Dios que el hombre había de pecar, y que, estando ya sujeto a la muerte, había de procrear y
propagar hombres asimismo sujetos a la muerte, y que habían de excederse
sobremanera los mortales con la licencia y demasía del pecar; que más seguras y
pacíficas habían de vivir entre sí, sin tener voluntad racional las bestias de
una especie (cuya propagación empezó de muchas, parte en el agua y parte en la
tierra) que los hombres, cuya generación para fomentar la concordia se comenzó
a propagar de uno solo. Porque nunca han traído tales guerras entre sí
los leones o los dragones, como los hombres. Pero consideraba al mismo tiempo
Dios que con su gracia había de convidar y llamar al pueblo piadoso y devoto a
su adopción; y que, absuelto de los pecados y justificado por el Espíritu
Santo, le había de unir inseparablemente con los santos ángeles en la paz
eterna, habiendo destruido al último enemigo, que es la muerte; al cual pueblo
le había de ser no de poca importancia la consideración de cómo Dios, para
manifestar a los hombres cuán acepta le es también la unión entre muchos, crió
el linaje humano y le propagó de un solo individuo.
Crió Dios al hombre a imagen y semejanza suya, porque le
dio una alma de tal calidad, que por la razón y el entendimiento fuese
aventajada a todos los animales de la tierra, del agua y
del aire, que no tendría otra tal mente. Y habiendo formado al hombre del polvo
o limo de la tierra, y habiéndole infundido una alma, como dije (ya la hubiese
hecho, y se la infundiese soplando, ya, por mejor decir, la hiciese soplando) y
queriendo que aquel soplo se hizo soplando ( porque ¿qué otra cosa es soplar
sino hacer soplo?) fuese el alma del hombre, también le crió una mujer para su
compañía y auxilio en la generación, sacándole una costilla del lado, obrando
como Dios. Porque no hemos
de imaginar esto al modo común de la carne, como vemos que los artífices
fabrican de cualquiera materia cosas terrenas con los miembros corporales, lo
mejor que pueden con la industria de su parte. La mano de Dios es la potencia
de Dios, el cual, aun las cosas visibles las obra invisiblemente. Pero estas cosas las tienen por
fabulosas más que por verdaderas los que miden por estas obras ordinarias y
cotidianas la virtud y sabiduría de Dios, que sabe y puede sin semilla criar la
misma semilla; pero las que primeramente crió Dios, porque no las
entienden, las imaginan infielmente, como si estas mismas cosas que salen y
entienden acerca de las generaciones y partos de los hombres, contándolas a los
que no tuvieran experiencia de ellas ni las supieran, no se les hiciesen más
increíbles, aunque hay muchos que estas mismas las atribuyen antes a las causas
corporales de la naturaleza que a las admirables obras de la divina
Providencia."
S. Agustín, Ciudad de Dios, XII, 22 – 24.
Oración:
Señor Dios, en tu amor y
sabiduría has creado al género humano para que encuentre su felicidad en ti, su
Creador. Te agradecemos el que nos hayas dotado de inteligencia para descubrir
a través del estudio y la observación las "leyes" que tú has inscrito
en la naturaleza. Te pedimos guíes nuestros pasos incipientes a la hora de
desvelar los misterios de nuestro mundo, para que te amemos y te adoremos en
nuestros esfuerzos. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor, que contigo
vive y reina en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
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