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La muerte en la vida del cristiano
Las obras clásicas de teatro solían dejar el mejor momento de la trama para
el final. Por tanto, se exigía de los actores y actrices su mejor
representación para este momento. De la escena final dependía todo el peso de
la obra... ¡La vida, la vida cristiana es como una gran actuación, un gran
teatro! Obra monumental que comenzó Dios, el gran director, el día de nuestro
bautismo. Y así, esta obra de Dios, de la que también somos nosotros
protagonistas, un día tendrá su gran final. Cabría preguntarnos, al menos por
mera curiosidad: ¿Cómo será mi actuación en esa última escena de mi vida? Es
decir, el día de mi muerte. ¿Cómo será mi muerte? Pregunta difícil de
responder, por no decir imposible. Sin embargo, lo más seguro que tenemos en
esta vida es precisamente la muerte. Nada ni nadie puede asegurarnos o
garantizarnos en esta vida riqueza o pobreza, salud o enfermedad, felicidad o
sufrimientos. Mas, lo que sí yo te podría garantizar, con toda la certeza del
mundo, es que un día vas a morir. Unos moriremos antes, y otros, poco después.
Podemos librarnos de muchas cosas en esta vida, ya sea gracias a nuestros
talentos, a nuestras riquezas, o a nuestras influencias. Pero de lo que nadie
es capaz de evadirse es de la muerte.
Desafortunadamente, a los cristianos ya casi no se nos enseña a morir...! A
la muerte, según el espíritu del mundo, se le calla, se le menosprecia. O bien,
se le disimula muy bien. Los creyentes, a estas alturas (dos mil años de la
muerte y resurrección de Cristo!) seguimos actuando como si el momento de la
muerte no existiera, como si nunca hubiera de venir. Le tememos a la muerte. Y
es que olvidamos frecuentemente que la muerte no es la última palabra en
nuestra existencia. Hay que morir para vivir. Con la muerte la vida no termina,
más bien, se transforma... La muerte es pues, el paso a la verdadera vida.
Son precisamente los maestros de la vida espiritual los que siempre nos han
recomendado meditar seriamente sobre la muerte. De ella depende, en cierta
manera, nuestro destino eterno. Detrás de ella está o una gloria eterna o un
tormento eterno! De ahí la importancia que da Dios nuestro Señor a este momento
final. Dios se juega todo en esta hora póstuma con tal de ganar un alma, creada
precisamente para gozar la vida eterna.
Meditar frecuentemente sobre la muerte, es para el cristiano una saludable
medicina espiritual. Pues teniendo el momento final de la vida terrena ante
nuestros ojos nos ayudará a ser más humildes... De qué le vale al hombre ganar
todo el mundo si al final pierde su alma... Meditar sobre la muerte nos hace
más dependientes y sumisos a Dios, pues Él es el Señor que da la vida y la
muerte. Meditar sobre la muerte nos hace más justos, pues al menos, el miedo a
no perdernos para siempre nos alejará del pecado y de la desobediencia a Dios.
De ahí la necesidad que tiene cada uno de nosotros de pedir humilde e
insistentemente a Dios la gracia de una santa muerte. Ciertamente no sabemos ni
el día ni la hora, pero que al menos, la Misericordia divina, en el momento de
dejar este mundo, nos encuentre con un corazón empapado en el amor de Dios, y
cargado con buenas obras hechas por amor al prójimo.
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ORACIÓN PARA PEDIR LA GRACIA DE BIEN MORIR
(Autor desconocido)
¡Oh Dios mío!, ante el trono de tu adorable Majestad me postro pidiéndote
la última de todas las gracias: una feliz hora de muerte.
Muchas veces, en verdad, hice mal uso de la vida que me diste; pero a pesar
de ello te ruego, me concedas la gracia de terminarla bien y de morir en tu
gracia.
Déjame morir como los santos Patriarcas, abandonando este valle de lágrimas
sin queja, para disfrutar del descanso eterno en mi verdadera patria.
Déjame morir como San José, en los brazos de Jesús y María, e invocando
estos dulcísimos nombres que espero bendecir por toda la eternidad.
Déjame morir como la Virgen María, encendido de amor e inflamado por el
santo deseo de unirme con el único objeto de todo mi amor.
Déjame morir como Jesús en la cruz, con los sentimientos más vivos del
aborrecimiento del pecado, del amor más filial y de la plena resignación en
medio de todos mis dolores.
Padre eterno, en tus manos encomiendo mi espíritu; muestra en mí tu
misericordia.
Oh Jesús, que has muerto por mi amor, dame la gracia de morir en tu amor.
Oh María, Madre de mi Jesús, ruega por mí ahora y en la hora de mi muerte.
Santo ángel de mi guarda, fiel custodio de mi alma, no me abandones en la
hora de mi muerte.
San José, por tu poderosa intercesión alcánzame la gracia de morir la
muerte de los justos.
Amen.
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