jueves, 29 de noviembre de 2012

Ave María, gratia plena, Dominus tecum.


8 de diciembre

INMACULADA CONCEPCIÓN DE
SANTA MARÍA VIRGEN

Solemnidad

Ave María, gratia plena, Dominus tecum.
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La llena de gracia. 
 

La fiesta de hoy embellece hermosamente el camino del santo Adviento que acabamos de empezar. En efecto, la Bienaventurada Virgen María, desde el mismo instante de su concepción en el vientre de Santa Ana, su madre, fue milagrosamente preservada del contagio del pecado original, que es el precio que todo hijo de Adán carga al venir a este mundo. En este mismo día, del año 1854, esta alentadora verdad de fe fue definida por el Papa Pío XI como verdad dogmática recibida por antigua tradición.
 
Pero, para poder ver con más claridad este privilegio único de Santa María (después de Cristo, el inmaculado Cordero) es necesario considerar a la luz de las Sagradas Escrituras y de las enseñanzas de la Iglesia no solamente en qué consiste el don de la Inmaculada en sí mismo, sino también, en qué consiste el pecado y sus consecuencias.
 
María Santísima es la “llena de gracia” y por eso “bendita entre las mujeres” en previsión del nacimiento y la muerte salvífica del Hijo de Dios. La frase “llena de gracia” pronunciada por el ángel Gabriel revela la condición de María delante de Dios desde el comienzo de su existencia y cómo ha sido querida desde la eternidad en el proyecto de Dios. La Santísima Virgen, al ser el canal escogido por Dios, a través del cual envió a su divino Hijo en carne a este mundo para salvarnos, se aseguró de resguardarla de toda mancha del pecado de Adán. Pecado que hereda la humanidad entera precisamente por el hecho de ser humanos. Por eso María es la primera redimida por su Hijo Jesucristo. Dios todopoderoso quiso adornarla con toda clase de virtudes, pues ella iba a ser Madre de su Hijo, por tanto, su primera Maestra en la fe. Dios lo quiso, Dios lo pudo, Dios lo hizo... 

 
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Manantial de virtudes. 
 
 
María es una excepción del pecado original y un prodigio de la gracia divina. Con tal privilegio, María tuvo y tiene el poder de aplastar la cabeza de la serpiente infernal, Satanás. En Ella el pecado no tuvo la más mínima irrupción. Por eso, todo en María se convertía en virtud y santidad: su oración, su trabajo, su silencio, sus sufrimientos. Toda su existencia fue hacer el bien y crecer de virtud en virtud. La vida espiritual de María nunca tuvo retrocesos, como la de nosotros, sino más bien, avanzaba a velocidad de vértigo hacia las alturas. De ahí que la excelsitud de su santidad es incomprensible, aun para los mismísimos ángeles del cielo. Con la nitidez en la plenitud de la gracia que Ella posee, es comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo. Con toda razón de Ella pregona la liturgia: “Purísima había de ser la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad.” 

 
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 Sin mancha tiene que ser la Madre. 

La Inmaculada Concepción es el proyecto divino previo a un don mucho más grande y excelso en dignidad: de hacer a María verdadera Madre de Dios; un Dios que es además su propio Hijo. Ella es hija de Dios por la creación, mas también es su Madre por la divina concepción, cuyo artífice es el Espíritu Santo. Dios Hijo, engendrado por el Padre desde toda la eternidad es el hijo de María. Y sin embargo, María, nacida en el tiempo, es su verdadera Madre. Dios es su Creador, pues María es creatura humana, pero a la vez es prodigiosamente su hijo, porque fue engendrado virginalmente en el vientre puro de María. A la misma vez, María es su creatura predilecta, y también su bendita madre. Y este es el divino prodigio que hemos de venerar en la persona de la Santísima Virgen el que, previa su Inmaculada Concepción, el hijo de María, que es Dios eterno, le tiene a Ella por verdadera Madre. 
 
Por eso, el ser es casi común entre la Madre y el Hijo, porque el ser del Hijo tuvo la Madre (por la divina gracia) y el ser de la Madre tuvo también el Hijo (por la humanidad). De ahí se sigue que, si el ser del Hijo tuvo la Madre, o se dirá que fue manchado el Hijo (lo cual es imposible), o sin mancha tiene que ser la Madre. 

 
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La Iglesia canta a la Inmaculada. 
 
 
 
María Santísima, no solo fue libre de toda mancha de pecado original, sino que al mismo tiempo nos trajo con su gracia aquella Vida, que Eva nos había quitado con el pecado: Jesucristo nuestro Señor. Por eso el pueblo fiel y sencillo, arrebatado en divinos gozos, canta a la Madre de Dios: Toda hermosa eres María, y no hay en ti mancha original. Tú eres la gloria de Jerusalén. Tú eres la alegría de Israel. Tú eres el honor de nuestro pueblo. Tú eres la abogada de los pecadores. 
 
Esta solemnidad de hoy, nos debe llenar de sentimientos profundos de gratitud hacia Dios, porque en María preparó una digna morada para su Hijo, que al venir a este mundo, nos redimió del pecado y de la muerte eterna. La Inmaculada es ejemplo completo de virtudes y santidad, es prenda de la victoria de la gracia divina sobre la muerte y el pecado. Pidámosle hoy, que por los méritos de este divino privilegio que obró en la Santísima Virgen María nos conceda a nosotros, pobres pecadores, que limpios del pecado y sus efectos, y por su maternal intercesión, lleguemos a poseerle eternamente en el gozo inconmensurable del cielo, junto a su Hijo Jesucristo. A quien sea la gloria, el honor y el imperio. Por todos los siglos de los siglos. Amén. 


R. P. Fray Antonio Ofray Chéverez, S.E.M.V.
 
 

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