martes, 9 de junio de 2015

Anda… pero como lo humillan… y delante de todos.




Las humillaciones cuando llegan, muchas veces las almas no están preparadas para recibirlas como es debido.  Es conocido que a todos nos ha tocado vivir humillaciones, unos más, otros menos, pero en esta vida no hay nadie que se haya podido librar de la dolorosa experiencia.

Para los santos es una experiencia riquísima por sus inmensos e incalculables frutos y valor para la eternidad. Pero, ¿es que no le son dolorosas? Quizás más dolorosa que a las demás almas, porque están conscientes de quienes humillan se están alejados más y más de Dios.

Las almas que gustan humillar casi siempre son almas soberbias, egoístas que se gozan menospreciando, ridiculizando y aplastando a los que consideran inferiores. Aunque a veces la envidia les hace usar el arma de la humillación para sentirse bien, sentirse superiores. Son almas enfermas en el espíritu. Son almas que viven amargadas. Son almas que no gozan de mucha popularidad… pues quien desea estar al lado de quien en cualquier momento va a responder con una humillación.

Estas almas se defienden,  cuando se ven atacadas en sus criterios, en su conducta, en su modo de vivir la vida, con el arma poderosa para ellos, de la humillación. Suele atacar en público… si, que hayan testigos. Así tratan de menospreciar y dañar reputaciones ajenas.

Los santos se gozan en las humillaciones. Las ven como el medio que Dios usa para mantenerlos humildes. Dios usa, porque permite la acción. Para el santo Dios siempre está detrás de los acontecimientos que le suceden, sean esta causa de alegría o de sufrimiento.

El santo recibe la humillación de manos de Dios. Besa esa mano divina que permite este ultraje hacia su persona. Se considera digno de ello. Considera un bien para su alma.  Esto puede sonar como una locura… pero no lo es… aunque puede ser la locura de la santidad.  Miremos un ejemplo.  Hace muchos años, existía en una diócesis un sacerdote muy santo. Sus feligreses lo consideraban sumamente santo por su vida de oración, por su entrega al servicio de Dios, por su celo con las almas, por rica experiencia con Dios.  Todo en el era paz, alegría y derroche de caridad.

El obispo de su diócesis era un hombre que se gozaba de humillarlo cuantas veces tenia la ocasión. Solía visitar la parroquia. Una vez, entre muchas, celebro la santa misa en la parroquia de este sacerdote, que he olvidado su nombre en el archivo de mi memoria desgraciadamente. Durante la misa, en un momento dado, el obispo se refirió al santo sacerdote con desprecio, humillándolo delante de su feligresía. El sacerdote bajo su cabeza,  el que le observaba podía maravillarse por la paz y serenidad que su rostro y toda su persona manifestaban. No había un solo gesto, ni postura,  ni rasgos que delatara malestar en el sacerdote. Estaba perfectamente bien como si le estuvieran alabando sobremanera.

Al terminar la Santa Misa, el sacerdote se gasto en atenciones hacia el Obispo, mientras era observado por los monaguillos y el sacristán.  Ya despedido el Obispo, el sacerdote invita al sacristán a acompañarlo a visitar unos enfermos. Durante el camino el sacristán, quien iba guiando se vuelve hacia el sacerdote y le comenta lleno de coraje lo mal que el Obispo se había portado con él. El sacerdote inmediatamente mira al sacristán y lo regaña severamente. Le advierte que al Obispo se le debe respeto y fidelidad. No es de Dios la murmuración, ni la crítica, ni juzgar, ni faltar a la caridad. Además le indico que él cómo párroco no lo hacía, él mucho menos lo podía hacer.  El sacristán quedo pasmado por la reacción del sacerdote. Ha la vez quedo admirado de su párroco, quien defendía a capa y espada al Obispo, a pesar de  haber sido tan humillado en su propia parroquia y ante sus feligreses.

Quizás no podemos entender la respuesta de los santos ante las humillaciones. Mas deberíamos mirar al Santo de los santos, a Jesucristo, que se humillo hasta la muerte… que acepto de buen agrado tantas humillaciones, con su mirada siempre puesta en la Voluntad del Padre.  Y, ¿qué decir de María? Ella también es maestra en la humildad.
El que se humilla se engrandece ante los ojos del Padre Dios. El que acepta con regocijo, con caridad las humillaciones, devolviéndolas en actos de caridad hacia el que humilla, recibe gracias y bendiciones de Dios Padre.  Por el contrario, el humillado que se llena de cólera por la humillación recibida reacciona en forma indebida, no como un cristiano debe reaccionar. El humillado, entonces devuelve odio, venganza hacia el que humilla. Sentimientos que alejan el corazón de Dios.

Hay almas que también reaccionan centrándose en ellas mismas. La vergüenza, el dolor de la humillación la hacen volverse a sí misma, alimentando pensamientos que la autodestruyen sicológicamente y espiritualmente. Estas personas necesitan ayuda profesional y espiritual.

Las humillaciones deben ser miradas en la perspectiva divina… Dios las permite solo y únicamente para un bien del alma… Miremos a San Martin de Porres, al Cura de Acs y a tantos otros, que nos enseñan como debemos reaccionar a ellas. Cuantas veces esos que humillaron a los santos fueron después conquistados para Dios, precisamente por los que humillaron.


Desde la Soledad del Sagrario

1 comentario:

  1. En ocasiones nos pueden sorprender cuando sucede algo así, una humillación que se nos hace. Si somos humildes no respondemos, sino que callamos, y lo ofrecemos a Jesús.

    --¿Por qué me ha sucedido esto?,

    Acudimos al Señor, incluso con dolor en el corazón y tristeza. Nunca devolver mal por mal, sino establecernos un tiempo de silencio, meditando el suceso...

    Las personas que humillan parecen no tener más respuesta que esa actitud. Pero yo también veo una lección a seguir: -- "¿A mí me hacen mal?, pues yo haré el bien, a quien sea...--, siempre teniendo el corazón bien dispuesto y no recordar la ofensa que podríamos haber recibido.

    Las adversidades en este mundo, de la forma que llegue, nunca es eterna. Aquí en España, he oído una frase: "después de la tempestad, viene la calma". Pero los cristianos encontramos la paz y serenidad ante Cristo, en el Sagrario. Cristo es lo mejor que podemos tener, es el verdadero Amigo del Alma, nuestro. Siempre está a nuestro lado. Y la Santísima Virgen María, de cuántas cosas me ha librado. Y cuántos ánimos me ha dado para superar esas humillaciones.

    Cuando soportamos las humillaciones, y las que nos podrían llegar en un futuro, diría que son como "antídotos" contra nuestra soberbia. Pero no dejarnos angustiar por esos momentos. Siempre con el corazón bien dispuesto: "Señor, Dios mío, lo que tú quieras, como quieras y en donde quieras, aquí estoy yo para hacer tu amada voluntad, la quiero, no sea lo que yo quiera, sino permanecer siempre en conformidad con la adorable voluntad de Dios.

    Día a día, necesitamos que unos u otros nos reprenda, aunque no tengamos culpa alguna, nos alegraremos que se nos humille, siempre que el Señor lo disponga. Por otra parte, nosotros por causa de nuestros pecados, nos humillamos ante el Altísimo, para que nuestro hombre viejo nunca nos domine. Y nuestro espíritu vaya creciendo en perfección y amor a Dios.

    El ejemplo de la Santísima Virgen María, ejemplo a seguir por amor al Altísimo.

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